Son las 6.45 de la mañana de un día laborable. Traspaso la puerta del avión y busco mi sitio. Hoy tengo una fila de sólo 2 asientos y por ahora estoy solo. Aprovecho el tiempo para leer las noticias del periódico y a los pocos minutos llega el que será mi compañero de viaje, un desconocido que se sienta a mi lado y toma buena posesión del reposabrazos que nos separa.
El avión despega, él se queda dormido, yo continúo sumergiéndome en las malas noticias que leo y nuevamente me pregunto qué valor me traen.
Los minutos pasan y, aunque cambio de página, las fotos de guerras, disputas o asesinatos siguen. Me entristece pensar que el mundo camina por la senda errónea y me pregunto cómo se puede llegar a esto...
Mi compañero ha ido ganando territorio. Su dormido cuerpo ha empezado a caer sobre mí, apenas me deja espacio. ¡Siento como ha invadido mi espacio! Y un enfado por la incomodidad aparece en mí. ¿Debería tomar acción para reconquistar mi asiento? ¿Elijo una acción diplomática o mejor una bélica que garantice los resultados?
Como un rayo de claridad divina, me doy cuenta de cómo soy como ser humano y que fácil es entrar en una "guerra" si no tengo conciencia de cómo me afectan las situaciones que me rodean, si no puedo reconocer cómo mis emociones nacen y crecen en mi interior, si no respiro antes de actuar, si no busco esa paz que habita en mí, si no conecto con mi amor infinito, si no pienso en los demás antes que en mí.
Ahora comprendo mejor porque el periódico está lleno de este tipo de noticias y que fácil sería cambiar este mundo si fuéramos capaces de dar un poco de amor cada día.
Fuente:
C. Marco