Cuando el arzobispo castrense Juan del Río anunciaba el enfado de Dios en el funeral por los dos guardias civiles católicos españoles asesinados en Afganistán no pensaba en que habría imanes sunitas proclamando lo contrario: que Dios era feliz premiando al terrorista que los mató y que, abatido por otros españoles, merecía las 72 huríes prometidas a los mártires.
Entre tanto, el mismo Dios estaba triste según las creencias bahai del también asesinado Ataollah Taefy, el intérprete de origen iraní nacionalizado español.
Taefi se había exiliado en España para evitar las persecuciones del Dios islámico, siendo el suyo sincrético, unión del de Zoroastro, el Dios judeocristiano y Alá, según se le reveló en 1844 al profeta persa Siyyid Alí-Muhammad.
El fundador bahai fue fusilado en nombre de Alá en 1850 por los chiitas, el islam mayoritario en Irán. Que es el mismo cuya justicia mata sunitas, como estos a los chiitas, a la vez que asesina a católicos, bahais y demás infieles.
Dios católico enfadado, Dios islámico regalando vírgenes a terroristas, Dios bahai triste… De tanto tener a Dios entre pucheros, como decía Santa Teresa, casi nadie se fija en que parece glorificar según qué guerras irritado, alegre o apenado.
Es cierto que hoy el Dios judeocristiano ya ha dejado de honrar los cañones que despanzurrarán a cristianos, musulmanes o bahais, aunque no hace muchas décadas los arzobispos castrenses bendecían la producción de armas defensoras de la fe antes de que empezaran a disparar.
El que siempre consagra y seguirá ensalzando cañones, terroristas y todo lo que asesine a los no creyentes, es el Dios del radicalismo islamista.
Al contrario que el judeocristiano, no puede ser reinterpretado para hacerlo pacifista: ese Alá exigió, exige y exigirá perennemente la guerra santa, la interior y la de conquista.