Empieza a perfilarse la sospecha de que las revueltas árabes podrían ser parte de una guerra entre las dos grandes tendencias islámicas, rivales desde el nacimiento de la religión, y cuyas cabezas serían la chita Irán y la sunita Arabia Saudita.
La mayor parte del mundo musulmán es sunita, una secta que se declara heredera directa de la doctrina predicada por Mahoma. Y hay una minoría, que oscila entre el diez y el cuarenta por ciento, según los países, que es chiita.
Los chiitas son seguidores de Alí, primo y yerno del profeta, y heredero por familia de su autoridad religiosa. Los sunitas, rechazaron ese derecho de mejora y eligieron califas a otros seguidores de Mahoma.
La muerte de Husein, hijo de Alí, en la batalla de Karbala entre ambas facciones, en 680, creó las guerras cíclicas y discontinuas que parecen revivirse ahora.
Obsérvese que las revueltas en Túnez, Egipto y Libia revitalizaron las sectas sunitas más fanáticas, posiblemente azuzadas por Arabia Saudita.
A la vez, ese país invadió Baréin para proteger a la monarquía sunita de las revueltas en ese archipiélago cercano a Irán, con 700.000 habitantes mayoritariamente chiitas.
En Siria, la familia Al-Assad, de la secta chiita alawi, y con apoyo iraní, gobierna un pueblo mayoritariamente sunita. Antes laicista, el régimen acaba de liberar a líderes religiosos fanáticos y ha vuelto a permitir usar de velos en las escuelas. Vuelta al medioevo.
Irán, con su rearme hacia la bomba atómica, apoya también las revueltas chiitas en los pequeños estados de toda la península Arábiga.
Arabia Saudita, pues, se apresta a reordenar el mundo árabe-sunita, y a enfrentarse al chiismo heredero del imperialismo persa.
La posible víctima de ambas partes será Israel, expectante ante lo que perece venir, que sin duda es un peligroso avance religioso-misionero y un retroceso del racionalismo.
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SALAS, París, oh la la!
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Otra imagen de nuestro Napoleón en campaña, sin niqab pero cubierto con un Francisco Álvarez Casco