Lo que la Declaración de Panmunjom abrió el 17 de abril de 2018 fue un nuevo escenario caracterizado por un acercamiento progresivo que podría traer, en primer lugar, la paz y, por último, algún tipo de Estado conjunto —si conviniera— de forma aún por definir. El cambio en Corea del Norte, ya sea hacia la reunificación con el sur o hacia la apertura al exterior, tendrá que venir motivado por las tres fuerzas que generan equilibrio social: el aparato estatal, la ciudadanía y la sociedad internacional.
Para ampliar: “Un rayo de luz en la cooperación intercoreana”, Andrea G. Rodríguez en El Orden Mundial, 2017
Poco se sabe de lo que ocurre dentro de la parte septentrional de la península coreana más allá de los detallados informes sobre su desarrollo militar o de las denuncias de abusos contra los derechos humanos. El Gobierno norcoreano mantiene un férreo control de las comunicaciones y de las fronteras, así como de las mentes de los ciudadanos por medio de infusiones de propaganda desde edad temprana. La educación puede ser una herramienta de adoctrinamiento o de ilustración, de creación de una mentalidad crítica. En las escuelas norcoreanas, así como en todas las casas y edificios públicos, los retratos de los predecesores del líder actual presiden las aulas; la disciplina y el culto a la familia de los Kim son parte del currículo escolar.
No obstante, fuentes alternativas de información han surgido en este nuevo siglo como consecuencia de la necesidad de sobrevivir en uno de los regímenes más estancos del mundo. Los llamados milénicos o millennials son los responsables de haber suscitado, introducido y propagado de manera indirecta conocimiento del exterior a través de la creación de mercados ilegales con el objetivo de paliar las deficiencias del norte. Esta Generación Jangmadang podría ser el motor del cambio, la acción desde abajo que lleva preparando desde principios de este siglo a la sociedad norcoreana para una nueva revolución, la salida de la caverna y la primera mirada al sol desde hace más de 65 años.
Corea del Norte es el país con menos libertad de prensa del mundo. Con tres canales controlados por la Televisión Central de Corea, un periódico y una intranet bloqueada al exterior, es uno de los países más estancos y misteriosos del planeta.Una mirada al norte más misterioso
La República Democrática Popular de Corea tiene cerca de 25 millones de habitantes —la mitad que su vecino del sur—, los cuales viven concentrados en las llanuras y regiones bajas del país, al noreste y suroeste, debido a que la topografía del país es mayoritariamente montañosa. La población urbana prevalece sobre la población rural; Pionyang, la capital, es la ciudad más poblada. La pobreza afecta a una porción importante —el Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas habla de que el 70% se encuentra en estado de inseguridad alimentaria— y urge el envío constante de paquetes de ayuda humanitaria, como el de 2011 por parte de la UE para ayudar a paliar la desnutrición de 650.000 personas. Como consecuencia, el consumo de drogas —metanfetamina y cristal, principalmente— importadas desde China y Japón ha crecido en las últimas décadas; en 2016 afectaba a casi un tercio de la población. El opio es una de las industrias de emergencia que en tiempos de los predecesores de Kim Jong-un se utilizaba para dar un empuje rápido a la economía y que puede que se haya vuelto a poner en marcha.
Para ampliar: “Oro intravenoso: geopolítica del opio”, Daniel Rosselló en El Orden Mundial, 2016
Al norte de Corea se encuentra China, separada su frontera por el río Amrok —en piongán— o Yalu —en chino—. Rusia es vecina por el extremo oriental; comparte 17 kilómetros y un puente. Otros tres pasos han sido habilitados para el intercambio con el territorio controlado desde Pekín: el Puente de la Amistad Sino-coreana, la línea de ferrocarril del río Ji’an Yalu y el nuevo puente del río Yalu. No obstante, debido a las bajas temperaturas —la ciudad cercana de Baishán tiene una temperatura media anual de 4,6 ºC—, estos puntos de paso oficiales se complementan con los creados por el invierno, uniones improvisadas a través del cauce helado del río Amrok.
La sociedad se encuentra firmemente controlada por un sistema estatal de castas —chalushin songbun— que determina las oportunidades que un individuo tendrá a lo largo de su vida. Un songbun puede ser definido como “la clasificación sociopolítica que determina el estado de los ciudadanos norcoreanos, basada en gran medida en la lealtad percibida al Gobierno de la historia familiar”. Una vez etiquetado como enemigo, la familia de la persona sufrirá la etiqueta durante tres generaciones hasta que la descendencia haya sido “purificada”. La concepción del songbun lleva al extremo la percepción de que la deslealtad se encuentra en la línea de sangre, generalmente haciendo referencia a las actuaciones durante la guerra de Corea (1950-1953). La segunda parte de la definición ilumina el estado psicológico del régimen: la “deslealtad” como parte de la paranoia de la conspiración, característica del autoritarismo. La consecuencia directa es la proliferación de sistemas de compensación alternativos —sobornos—, ya que la organización social norcoreana ofrece un rango limitado de oportunidades a aquellos que no han nacido en la clase dominante —la única a la que se le permite vivir en Pionyang, una de las pocas ciudades que pueden visitar los turistas extranjeros—.
Cómo comprar en Corea del Norte
Si volvemos atrás en la Historia, al fin de la Segunda Guerra Mundial, el norte de la península coreana contaba con mayores ventajas para su desarrollo económico que el sur. No solo es rico en minerales —es el segundo productor mundial de magnesio—, sino que había heredado la infraestructura industrial japonesa. Es por eso por lo que la época anterior a la guerra de Corea estuvo marcada por la prosperidad económica, auspiciada por la Unión Soviética.
Durante las últimas décadas, el Gobierno de Pionyang ha reconocido únicamente tres estructuras para el comercio, todas controladas por el partido: el Sistema de Distribución Nacional (SDN), que pone el precio del producto, crea la cesta de racionamiento y controla las redes de producción; el Sistema de Distribución Cooperativo (SDC), encargado del racionamiento, y el Comercio de Distribución de los Agricultores (CDA) para el intercambio de excedente. Así, los mercados tal y como aparecen diseñados en las economías abiertas, no existen: los productos no se compran, se reciben de parte del Estado.
El Estado es el único propietario de los medios de producción, aunque hay casos de concesiones a terceros que trabajan para él. Las importaciones —principalmente desde China— y las ayudas del exterior complementan el inventario de Pionyang. Mediante el racionamiento, llega a las familias, que se apoyan en los jangmadang y el mercado negro para completar la lista de los bienes necesarios para su subsistencia.En 2017 la ONG Libertad en Corea del Norte publicaba un documental con el título La Generación Jangmadang que pronto llamó la atención de los medios de comunicación mundiales. En él se sugería de manera implícita la pregunta de si serán los milénicos norcoreanos los que romperán el régimen de los Kim. El documental, además, comenzaba con una astuta frase de Kim Jong-un dirigida a la juventud: “Los ideales, la ambición, el entusiasmo y el vigor de la gente joven serán verdaderamente significativos y honorables solo cuando estén asociados a los requisitos de la revolución”.
Esta generación, nacida a finales de los años ochenta y principios de los noventa, toma sus primeros recuerdos de la gran hambruna de la década anterior a la entrada al nuevo siglo, cuyo número de víctimas aún se desconoce —algunos medios dicen que se llevó entre 1,5 y 3 millones de almas de una población total de 23 millones—. Las causas de este desastre humanitario se hallan en el progresivo deterioro de las infraestructuras norcoreanas, el shock que produjo en los países socialistas aliados el colapso de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y en los propios pilares de la ideología dominante —juche—, que apuesta por el autoabastecimiento en un país donde solo el 20% de la tierra es cultivable. Este hecho cambiaría la percepción de los norcoreanos sobre su Gobierno, que de ser todopoderoso y haber traído prosperidad durante las primeras décadas de su existencia ya no era capaz de proveer ni lo más básico: la alimentación.
En situaciones extremas, el instinto de supervivencia activa la creatividad. Los primeros jangmadang —‘bases del mercado’— surgieron en las áreas fronterizas con China, donde el contrabando es más sencillo. Se trata de mercados ilegales —los negocios privados están completamente prohibidos— donde se observa la ley de la oferta y la demanda y aparecen diferentes opciones de compra —la diversificación de productos es inexistente en la estructura económica básica de Corea del Norte—. En un primer momento, surgieron para paliar la escasez de alimentos, pero más tarde hicieron suyo el comercio de otras mercancías, como textiles o películas y prensa extranjeras. Y este es el mayor peligro para una Corea del Norte que pretende mostrar una Corea del Sur en ruinas y el mundo exterior como una postal de incivilización.
Para ampliar: The Jangmadang Generation, Libertad en Corea del Norte, 2017
Diferencias entre el norte y el sur en la península coreana. Fuente: The EconomistDesde la creación del país, las mujeres fueron relegadas a ser lo que la tradición dictaba que eran. La miopía de Pionyang las ve como una amenaza menor para la jerarquía de los Kim que los hombres y las ha convertido en las protagonistas de este proceso de marquetización. Consecuentemente, los pocos datos que se tienen del norte concluyen que los jangmadang se encuentran dominados por la presencia femenina, mucho menos sospechosa de llevar a cabo acciones ilícitas y con la obligación de servir menos años en el Ejército que los hombres.
Estos mercados han sabido ganarse un lugar en la sociedad norcoreana, perseguidos completamente en un principio y desde 2002 tolerados. “El Estado está indefenso”, asegura en el documental un desertor del norte en Seúl. Se calcula que cerca del 83% de la población mayor de 16 años participa de alguna manera en estas estructuras, a sabiendas de que les esperan duros castigos o incluso la muerte si son cazados en el intento de comerciar con productos prohibidos.
Salir de la caverna
“Y si tuviera que discriminar de nuevo aquellas sombras, en ardua competencia con aquellos que han conservado en todo momento las cadenas, y viera confusamente hasta que sus ojos se reacomodaran a ese estado y se acostumbraran en un tiempo nada breve, ¿no se expondría al ridículo y a que se dijera de él que, por haber subido hasta lo alto, se había estropeado los ojos, y que ni siquiera valdría la pena intentar marchar hacia arriba? Y si intentase desatarlos y conducirlos hacia la luz, ¿no lo matarían, si pudieran tenerlo en sus manos y matarlo?”
República (libro VII), Platón
Desde la hambruna y con la ruptura de las esperanzas depositadas en el nuevo sistema, el racionamiento y las protoestructuras de mercado diseñadas por el aparato estatal no funcionan. Los jangmadang han surgido para llenar ese vacío como apuesta para la supervivencia. No todos los productos son de contrabando; también entran en juego aquellos de producción propia sobre los cuales no se informa al Estado y que, por lo tanto, son tomados como “propiedad privada”, contrarios a la ideología del Estado.
En 2015 se calculaba que el total de mercados semiilegales agrupados bajo la etiqueta jangmadang había crecido de 200 cinco años antes a 396. La tendencia genera la pregunta de si ese rápido incremento se ha mantenido. La realidad dicta que, más allá de la desnuclearización de Corea del Norte y la aceptación de reglas de juego paralelas para cumplir los requisitos de jugador en el ámbito mundial, Pionyang tendrá que afrontar las consecuencias de una revolución interna, si no activa, dormida.
El Gobierno norcoreano no puede parar la evolución orgánica de estos mercados siempre y cuando no pueda proveer por sí mismo aquello que sus ciudadanos quieren poseer y pueden comprar por sí mismos en estas nuevas estructuras toleradas. Las películas y diarios surcoreanos que penetraron las fronteras, mucho más populares que los chinos por motivos idiomáticos, muestran una ruptura con una narrativa dominante que limita las percepciones del cosmos norcoreano y amenazan la existencia de una línea de pensamiento única.
La apertura que el régimen busca de cara al exterior ya está siendo llevada a cabo por la sociedad por medio de la valentía de romper las normas del sistema y convivir con él. La rápida toma de poder de las mujeres, tenidas por inferiores, o al auge de la corrupción, que busca en los jangmadang su propia subsistencia, son muestra de ello. Quizá la transición hacia un modelo mixto —que, de manera no regulada, ya vive hasta cierto punto— pueda ser una salida al estancamiento económico, social y tecnológico de Pionyang. Una idea para un futuro que acaba de ser puesto en marcha y que va más allá de las percepciones militares y de defensa, de contactos de alto nivel y de representación en la sociedad internacional.
Guía para sobrevivir en Corea del Norte fue publicado en El Orden Mundial - EOM.