LIBRERÍA (Interior día).
- Hola, estoy buscando “Guillermo el marica”.
- En la planta de abajo, en Infantil.
- No, no, no, es un libro de Historia.
- ¿De Historia?
- Sí, acaban de mandárselo a mi hijo. Tenga.
La señora extiende una hoja de cuaderno doblada por la mitad. El dependiente la coge y lee la anotación infantil: “Guillermo el marica, de Gorge Dubi”. El dependiente sonríe y sin consultar en el ordenador deja el mostrador, se acerca a la sección de Historia y atrapa el libro buscado.
- Aquí tiene.
- Pero…, ¿seguro que éste es el libro?
- Seguro, créame.
Y el lector láser de la caja lanza su pitido universal cuando reconoce el código de barras de “Guillermo el mariscal”, de Georges Duby. Me he acordado de esta anécdota al leer el barroco título del último libro de la trilogía de Larson: “La reina en el palacio de las corrientes de aire”, que, sospechosamente, en sueco se titula “Luftslottet som sprängdes”… Imagino la cantidad de títulos alternativos que los libreros habrán escuchado estos días.
- ”La reina de los soplos”, por favor.
- Hola, me da “La princesa en el castillo airoso”.
- Mira, no sé el título, pero es la que sigue a “La niña del mechero”.
- Buenos días, ¿le queda “La reina corriente?”
- Sí, quiero la última del danés éste, Molsom, Solsom, no, ya lo tengo, Silson.
- No, no, no, ésta ya la tengo. Pero si acaba de salir. No, no, no ésta, la de las corrientes del viento, ya la he leído. Quiero comprar la continuación, que he oído en la radio que hay una cuarta.
Es muy fácil que los clientes se equivoquen. Pero a veces el error es del propio autor (con Larson podemos hablar más bien de traición, pero en fin…). “Tiempo de silencio”, de Luis Martín Santos, se iba a llamar “La destrucción de la España sagrada” y el manuscrito de “Cien años de soledad” llevó el frío título de “La casa de los Buendía”, hasta que Gabo tuvo una afortunada revelación. En “Página 2”, hay un fascinante reportaje sobre esta biblioteca afortunadamente fallida
A veces el título no es un error, pero… Durante años me negué a leer “Un viejo que leía novelas de amor” porque su nombre me hizo creer que estaba ante una novela cursi. ¡Que estupidez! Después de años viéndola sin mirarla, la compré el otro día en un saldo inexplicable y la devoré con auténtico placer. Os propongo un trato. Elegir entre todos la novela peor titulada… y encontrar su auténtico nombre. El mejor se llevará un ejemplar de “Un viejo que leía novelas de amor”, o como queráis llamarla.