Ya he hablado, en más de una ocasión, de Teodoro Obiang Nguema, presidente de Guinea Ecuatorial, la última colonia del “gran imperio español”.
Se trata de un tipo de cuidado que gobierna Guinea después de dar un golpe de Estado y destituir al anterior dictador, otro criminal, su tío Macías.
Bueno, pues este buen señor no conforme con mantenerse en el poder, tiene ya preparado el recambio. Su hijo. Llamado también el Heredero, el Patrón o Teodorín.
Teodorín Obiang Nguema junior lleva camino de superar al padre. Este personaje de cuarenta y dos años es actualmente ministro de agricultura y bosques, y su sueldo anual es de lo más decente: 50.000 dólares anuales. Lo que parece menos decente y, desde luego, inexplicable es que el Patrón, tenga en una zona de las más caras de París (Avd. Foch) un pequeño palacete de 5000 metros cuadrados con más de cien habitaciones. Y que cuente con una fortuna de 700 millones de dólares.
Uno de sus caprichos son los coches de lujo. Cuenta con once de ellos, uno un Rollos Royce. Siempre utiliza un coche del mismo color que sus zapatos. Además se conoce su vida nocturna, donde se dedica a consumir alcohol y coca, y un servicio prostitutas de lujo.
Su afición predilecta es gastar dinero y tener propiedades. Por ejemplo en una subasta de Christie se gastó, en una sesión, 18 millones de euros. Es un heredero de cuidado. No sólo heredará el poder, sino también las “virtudes de su padre, el sanguinario”.
Posee además una villa de lujo en Malibú (California) que le costó 22 millones de dólares y que pagó, como a él le gusta, en metálico. Suele llevar maletines llenos de billetes para sus “pequeñas necesidades”.
Es un gran hombre de negocios, tanto es así que seguramente su país no hace ningún intercambio comercial sin que él se lleve alguna comisión. De la madera, del petróleo, de la construcción, de todo. Domina las comisiones de todos los sectores.
Guinea Ecuatorial, su país –cuando utilizo “su país” no me refiero a que haya nacido allí, sino a que es, prácticamente, de su propiedad— tiene poco más de un millón de habitantes. De los cuales, 700.000 viven con un dólar al día, a pesar de que la renta per cápita de Guinea es de casi 35.000 euros, más alta que la española, la italiana y la francesa. Como pueden suponer, la distribución de la misma es “perfecta” para los Obiang y las élites dominantes.
En Guinea la oposición está en el extranjero, dentro del país es perseguida y encarcelada, cuando no ejecutada. Igual ocurre con los medios de comunicación, sólo pueden existir los que alaban al régimen.
Mientras tanto, por encima de zarandajas como dictaduras, crímenes, torturas, en definitiva cuestiones sin importancia, funcionan las relaciones internacionales basadas en lo más sano, el petróleo y la situación geopolítica. Así, el gran Obama, Nobel de la Paz, recibe con honores al dictador Obiang. Y lo mismo ocurre con nuestros gobernantes, sean tirios o troyanos, del PSOE o del PP. Todos sin excepción han creído que Guinea es un aliado importantísimo, independientemente de sus gobiernos tan “democráticos”.
Claro que cuando hablan de Guinea se refieren sólo a los Obiang y compañía. El pueblo poco tiene que decir, al fin y al cabo, tienen una esperanza de vida de 50 años y uno de cada cinco niños muere antes de los cinco años. Sólo cuentan como mano de obra barata.
Amnistía Internacional, HRW y todas las ONG de derechos humanos denuncian constantemente a este país, pero no pasa nada. Siguen desapareciendo activistas y la tortura y falta de garantías judiciales está a la orden del día.
Los grandes países de primer mundo mantienen a estos dictadores. La riqueza del país es lo importante, los derechos humanos son algo que no da réditos. ¿Para qué defenderlos? El petróleo, la madera y la pesca de Guinea es lo que hace a nuestros países felices, qué mas da si para ello han de vivir en la miseria o incluso morir. Todo sacrificio es necesario para conseguir el objetivo: Hacer ricos al Primer Mundo.
Y no nos preocupemos, Teodorín, el Heredero, aceptado por todo el mundo, superará a su padre. Al tiempo.
Salud y República