Revista Cultura y Ocio
Todos tenemos nuestras pequeñas cápsulas de vida encajonadas en rutinas. Más, a medida que envejecemos, pero he aquí que, de cuando en cuando, uno tiene la suerte de topar con todo un universo que, si no es “alternativo” en el grado que tiene este adjetivo en la ciencia ficción, sí que te pone en contacto con una forma de vivir tan diferente a la tuya que no puedes sino hacerte preguntas.
Y hacerte preguntas es un método estupendo para aproximarte a un proyecto.
Ahora mismo estoy con tres. Dos, con compañeros, y uno, que quizá y sólo quizá me permita darle la puntada final a un documental que lleva renqueando (financiación sí, financiación no; coyuntura sí, coyuntura no) unos siete años. Uno de ellos precisamente es de ciencia ficción, y me está confirmando esa sensación que siempre he tenido: crear un mundo verosímil, un “futuro”, implica un trabajo de narices. Pero eso, lo dejo para otro post.
Me centro hoy en el proyecto que desarrollo con mi amiga Aranzazu Ferrero. Pese a mi usual desconfianza acerca de las bondades de las nuevas tecnologías, reconozco que en esto Twitter me ha traído ventajas, ya que ha sido a través de él que la conociera yo hace dos años, más o menos a @cristaljar (y el otro proyecto lo estoy trabajando con otro compañero twitero, @SamuelDalva). Arancha me dio la oportunidad de sumarme a un proyecto que le llevaba viajando por las neuronas años y que proviene de un interés personal en un tema: las artes marciales.
En principio, mis funciones como guionista eran las habituales, entre otras cosas, porque había cierta prisa. Había un concurso por ahí, y una fecha de entrega, y eso asienta muy bien las prioridades: personajes, tramas, subtramas, giros... Desarrollamos la propuesta de ficción, y, cuando nos dimos cuenta, casi lo teníamos al dente. Claro, habrá que revisar, rescribir, afinar, pero la historia a la que aspirábamos está ahí. Nunca habíamos trabajado juntos. No vivimos en la misma ciudad. No nos conocemos, ya digo, desde hace tanto, y, siendo realistas, ni siquiera hemos hablado en persona en tantas ocasiones.
Y, sin embargo, “entré” en su mundo con relativa facilidad. Esto, creo, es fundamental para un trabajo entre dos (o más) guionistas: comprender lo más rápido que se pueda, no ya las intenciones de un proyecto, sino su tono. Y, si me apuran, hasta exactamente qué ronda la cabeza de tu compañero (no digamos ya, el de tu jefe) antes de que se refleje del todo en el Word, el PDF, o el Celtx. Pero no es sencillo. No lo es porque, sorpresa, todos tenemos bastantes más diferencias de las que creemos. No nos obsesionan las mismas cosas.
No vemos ni nos gustan el mismo cine o series, ni nuestros intereses son tan similares, ni nuestras rutinas particulares, tan iguales. La edad y el país y su coyuntura sí, puede que nos acerquen, pero menos de lo esperado. Sí, casi todos estamos en paro o tenemos problemas de trabajo. Sí, casi todos estamos ya en un momento en que o nos hemos casado o tenemos pareja estable y hasta puede que tengamos hijos. Pero ni siquiera esta circunstancia social tan “equiparadota” expulsa peculiaridades en nuestro día a día.
Y eso es lo interesante. O, mejor dicho, es lo interesante si somos capaces de ver que es justo eso: interesante. Las historias también están ahí fuera. Donde se origina lo que es diferente. Lo que es curioso. Fuente de preguntas.
Arancha practica artes marciales. Kendo y Iaido. ¿Qué? Bueno, yo tampoco sabía qué era, así que, mantengan la pregunta en sus cerebros, y luego pásense por su blog, que juega precisamente a eso: se llama “¿Que haces qué?” Arancha practica estas dos disciplinas desde hace años. Cuando lo supe, me sorprendí.
Me sorprendí por un detalle muy concreto: yo nunca podría.
Esto es Kendo. ¿Da miedo? Bueno. Lo que se desconoce siempre lo da, un poco ¿Pero no genera también curiosidad? Encuentro que esto es una forma de aproximarse a la realidad de los otros. Otra, por supuesto, es la de “yo nunca lo haría”, pero eso me parece que contiene una especie de juicio. Un tanto de ese cinismo o superioridad del que cree que su vida, sus intereses, las decisiones que toma, son una especie de norma, y las de los demás, algo ajeno, incomprensible, cuando no estúpido. Ya conocen esa actitud: sobrevuela blogs de toda clase. Más, si son blogs “ideológicos”.
Pero con esa postura, es improbable que un guionista (o cualquiera que haga algo creativo) esté escuchando de veras a la otra persona. Es como ese turista, por otro lado tan extendido, que lleva una cámara que dispara fotos digitales a troche y moche igual por un paisaje que por un monumento que por algún tipo de ceremonia étnica. Miras pero no ves. Oyes, pero no escuchas. Pasas por allí, y vuelves a tu redil, y te congratulas de que has conocido mundo. Pero tu mundo sigue igual que antes con lo que en verdad no has conocido nada.
Por el momento, el liberalismo económico todavía no ha evitado que los españoles tengan (o busquen, pese a su dificultad, más bien) tiempo libre. Y en nuestro tiempo libre, cada uno realiza actividades muy distintas. Hace poco he descubierto a verdaderos devoradores de libros de ciencia ficción (el blog Sense of Wonder aglutina al grupo principal), he sabido de gente que se reúne a hablar de literatura fantástica (fans, en general, de Tolkien) pero igual, ya sabía de gente que usa esos momentos en que no son como nosotros (el trabajo; la vida en pareja; los posibles hijos): personas que hacen teatro amateur, participan en política de base o se dedican al coleccionismo de maquetas y reproducciones militares. Cosas que yo nunca haría. Cosas que hacen personas que conozco y respeto y que me pone más fácil no mirar desde arriba, sino de frente y con una pregunta ya lista en mis labios. ¿Y todo eso, por qué?
Arancha practica artes marciales y yo quería saber por qué. Quería y quiero saber, también, por qué se ha convertido al Islam, pero aún quedan muchos años, y proyectos posibles, con lo que mi amistad con ella tiene ocasión de crecer.
Pero ahora mismo este proyecto trata sobre las artes marciales. Y cuando aquello que sólo tenía ficción pasó a ser una cosa más transmedia, las posibilidades florecieron. Una forma de que algo que tú encuentras interesante se convierta en interesante para un futuro y potencial espectador es que puedas situarte, desde el principio, en la misma casilla de salida.
Y esa casilla de salida es siempre una pregunta. Bueno, una que abra todas las demás. Y esto es Iaido. La imagen no transmite, no puede, todo lo que de fascinante y bello tiene este arte marcial.
Hace muchas entradas ya hablaba yo de que esa curiosidad infantil (me dicen que situada entre los 7 y los 9 años, aunque supongo que no será una regla “cerrada”) está, incluso como adultos, en mucho de lo que consumimos como ficción. Nos gusta que nos lleven a vericuetos de la realidad que no sabíamos que existían. Quizá no esté siempre, del todo, en cómo nacen las premisas de nuestros guiones, nuestros cortos, documentales, series, películas. Pero antes o después aparecen, a poco que uno tenga atracción por lo antropológico. Y un guionista, creo, siempre tiene un poco de antropólogo. Y de sociólogo. Y de psicólogo.
¿Quiénes son, todas estas personas que, en vez de descansar y relajarse, tras un día duro de trabajo van a un gimnasio (la palabra “técnica” es dojo) a castigarse el cuerpo? ¿No es lo bastante dura ya, la vida? ¿Y qué tiene esa filosofía oriental, que tan poco conocemos, y que tan mal interpretamos, más, en estos días en que la moda es la oposición a todo pensamiento un poco trascendente?
Todo se explica recordando ese estupendo título (y no menos estupendo relato) de Robert Heinlein que se titulaba “All of you zombies”. La historia hace uso de lo saltos temporales y de las incoherencias que produce. Pero aquí la clave es la postura del (no atípico, en Heinlein) protagonista: como, al final, cada ser con quien tiene relación derivan de él mismo, todos los demás, todos los que no sean "él", son desconocidos, y, por tanto, un Otro demasiado “extraño”; demasiado “ajeno”. Merecedor de ese calificativo despreciativo: todos, menos él, son zombies. Todos los demás.
Pero como no parece adecuado ese vía hacia la misantropía, diría que el camino es el opuesto. Preguntarse quiénes son estos “otros”. Y si eso se convierte en una forma de desarrollar un proyecto creativo, miel sobre hojuelas. Arancha se ha embarcado en una historia que serán, además, varias historias, y lo hace porque es parte de su vida. Yo la acompaño porque quiero entenderla, y entender, un poco, no crean, eso tan complicado que es todo lo que queda fuera de la mente de uno mismo.