Nos pasa a todos, o nos va a pasar. Curramos, creamos, corregimos, escribimos, rescribimos... y entregamos una versión a una productora. Allí, alguien, sin rostro, sin nombre, realiza un informe sobre nuestra historia.
En el peor de los casos, nunca sabremos qué decía. La productora nos enviará una carta o un e-mail donde se nos dirá que "en estos momentos, no podemos afrontar este proyecto" o abstracciones similares. También sucede en el caso de que presentemos el guión a una subvención. No hay obligación de que nos explique qué hicimos (supuestamente) mal.
Ahora bien, "el mejor de los casos" tiene también su calvario. Si se nos ofrece la posibilidad de leer el informe, para que corrijamos, entonces suelen suceder dos cosas. La primera, nos acordamos de la familia del anónimo lector; la segunda, nos agobiamos. Sabemos que habrá que hacer caso a sus correcciones, aunque eso implica una revisión completa de la historia. Y eso no es que ya duela; es que te causa sudores.
¿Qué hacemos?
Respecto a lo primero, recomiendo un ejercicio que resulta como terapia. Imprimimos el informe. Y sobre él, en sus márgenes, donde quepa, escribimos todos los insultos, exabruptos, burlas y demás que nos ocasionen los juicios del lector. Eso te desahoga.
Lo siguiente es que leamos de verdad el informe. No es muy productivo creernos en la posesión de la verdad. Incluso si el tono del informe es despectivo (cosa que bien puede ser evitable; yo lucho por ello) , puede que lo que diga sea cierto.
Uno cree que es el que mejor conoce sus personajes y sus historias. Sí y no. Excepto si uno es un genio (y pensarse como tal es mal camino), es muy probable que no seamos capaces de mirar nuestro guión "desde fuera". Es lógico. Habremos hecho varias versiones, con meses o incluso años entre medias.
Y la trama. Ay, la trama. Si es de género, y si es, en especial, policíaco, habrá un buen montón de datos que deben explicarse bien. Que tú los entiendas, no tiene especial mérito. Si alguien no te entiende, en la vida real, es cierto que existe un 50 % de culpa (o digamos "responsabilidad", que lo de la culpa es una mala herencia de la educación católica) para el que te escucha. Supongamos que el lector que te ha tocado es un imbécil redomado. Que, piensas, no ha leído con atención. ¿Cómo es que este imberbe no se ha fijado en que en la escena 3, en el diálogo de Pedro, se explica esto perfectamente?, anotas, indignado, al margen del informe. Claro que, en la realidad, podemos notar, al instante, que nuestro interlocutor nos ha malinterpretado. Podemos repetir; matizar.
Un film se ve en tiempo real. Tal vez haya un espectador benevolente que rebobine para volver a oír una información que se da. No es lo probable.
Puede que no requiera entender en todo momento todo lo que está sucediendo. Nos ocurre a todos: yo muchas veces me pierdo con detalles de las tramas de Law and Order: Criminal Intent. Sin embargo, lo principal sí debe comprenderse y a la primera. Las pistas, los sospechosos, por qué son sospechosos, por qué se les descarta, qué dice el ADN, qué dice el examen toxicológico, qué averigúan los policías...
Una mirada externa siempre te ayuda a saber si lo que querías exponer se comprende más allá de tu mente. Es siempre interesante que un amigo con cierto conocimiento de causa también lea tu manuscrito. Pero, seamos sinceros, hay detalles técnicos que sólo verá un profesional. Por ejemplo: ¿lo que hacen los personajes es propio de ellos, o tan sólo "conviene" a la trama?
Y en cuanto al agobio. Respuesta: es lo que hay. Esto es lo que haces; es a lo que te dedicas. A rescribir. Por eso, es recomendable haber hecho las tarjetas, los backgrounds de los personajes, y un tratamiento. Si vas a quitar y poner nuevas ideas, el edificio acabará tambaleándose. Para evitarlo, hay que ir al principio. Pero al principio del todo. ¿Qué acciones formaban parte de las Intenciones del personaje? ¿Por qué las has olvidado por el camino? ¿Por qué, de pronto, tu personaje cambia de idea, evoluciona, decide, se echa atrás, se arriesga?
Y consuélate: no tendrás que cambiar todo, todo lo que te sugiera el lector. Quizás ni tengas que hacer caso al conjunto de sus sugerencias. Si consideras, de veras, (y no por impertinencia, ego o soberbia) esa escena, ese diálogo, esa pista, esa situación es esencial para tu historia, para lo que, como "autor", quieres decir, entonces defiéndelo. Pero defiéndelo dando soluciones a los problemas dramáticos o narrativos que dicho elemento ocasione.
Y, si tienes suerte, podrás dialogarlo con el lector: debatirlo, discutirlo. Entonces, quién sabe, a lo mejor descubres que no es un imberbe, ni un listillo; sólo alguien que quiere que tu historia sea la mejor posible.