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Guioneces (xi): aprendizajes. alfred hithcock presents

Publicado el 16 diciembre 2010 por Fhrodri

Se me ocurre una reflexión a partir de uno de los capítulos de la serie Alfred Hitchcok presents. Menos interesante de lo que los recordaba (la memoria idealiza), hay, sin embargo, algunas historias aceptables. En la que comento a continuación, habrá, me temo, spoilers, porque sólo así podré explicarme.
Otra posibilidad es que veáis el capítulo antes, y luego, leáis los comentarios. Está aquí (no le subido yo)
"Help Wanted". Primera parte"Help wanted". Segunda parte
Se plantea un conflicto de forma rápida (al fin y al cabo, por duración son casi “cortos”) y, a la vez, con su dosis de extrañeza. A un hombre con problemas laborales y una mujer con necesidades médicas se le ofrece un trabajo. Uno muy peculiar. Anotar y anotar a partir de ciertos informes, en unos informes que ha de introducir en un sobre, para un destinatario desconocido. Tan desconocido como su intención o sentido. O como su propio superior. No conoce su nombre o su aspecto.
El protagonista lo acepta, porque el dinero le viene bien. Pero no puede evitarlo. No comprende. ese misterioso trabajo. Igual que los espectadores (o el ser humano, en general) se pregunta aquello que procede de la razón. ¿Por qué?
Esto ya resulta significativo. En una historia tiene su lugar, sin duda, la emoción. Pero también el lado racional. “¿Qué?” o “¿por qué?” son cuestiones que pueden, también, sostener la atención durante muchos minutos. Que se lo digan a los creadores de Lost.
Pero aquí viene lo que destaco de esta ficción. El segundo giro llega también en su momento. El jefe se presenta. Y confiesa. Esa labor que ha estado realizando el protagonista no tenía objeto en sí; era una prueba. Una prueba de lealtad. O de servilismo. Porque ese jefe va a proponerle otro trabajo, tan bien pagado como el anterior. Un asesinato. El del amante de su esposa.
GUIONECES (XI): APRENDIZAJES. ALFRED HITHCOCK PRESENTS El misterioso jefe
Bien. Ya tenemos conflicto. Lo emocional entra en juego. En una mano, o tras una puerta, dinero para la operación ansiada para su esposa, al precio de matar a un desconocido. En la otra mano, tras la otra puerta, la elección “humana”, no matar, al precio de que nunca podrá probar el plan de su jefe, que acudirá a otra marioneta para sus planes.
O sea, estamos frente a un dilema moral.
Vamos al tercer giro; el final. La sorpresa. Es lo que me llamó la atención. El protagonista cumple con su encargo, aunque casi por accidente. Primera parte del giro: mata al hombre que, como estaba estipulado y preparado por el jefe, se presenta en la oficina. Pero al poco tiempo se presenta otro hombre. Y se identifica. Él es a quien se refería el jefe. Se ha equivocado de hombre. Segunda parte del giro.
Pero esperen. Siempre es posible darle una vuelta de tuerca más. El protagonista se excusa y se marcha. Dándole a entender al hombre que será mejor que vigile al marido de su amante.
Y fin.
GUIONECES (XI): APRENDIZAJES. ALFRED HITHCOCK PRESENTSEsto es tan efectivo, tan chocante, en parte, que nos deja clavados. La víctima ha conseguido su dinero, pese a equivocarse. La víctima se hace fuerte, y “gana”, y, además, por azar.
O sea, la enseñanza podría ser: si lo emocional, si el efecto en el espectador es suficientemente fuerte, quizá se superen y se olviden posibles flecos del argumento. Lo emocional puede que venza sobre lo racional.
Porque, días después, recordando la historia, me vino a la cabeza que algo no tenía sentido. El jefe sabe dónde vive y quién es el protagonista; por lo tanto, al día siguiente, o incluso horas después de que descubra que no ha cumplido (y peor, que ha advertido al amante de su mujer) puede ir a por él.
El guionista no ha atado todos los cabos. Ha roto, en parte, su propio juego, las reglas que se había impuesto a través de esa situación tan delimitada. Bien, que quiera convertir al verdugo en víctima y viceversa, pero mal, porque la situación sólo ha cambiado de manera parcial.
Los trucos de guionista respecto a los giros sorprendentes no deberían notarse ni siquiera después del visionado. Como espectadores, nos gusta que nos engañen, pero con trucos que no percibamos. Que nos lleven a donde el autor quiera, pero sin sacarse conejos de la chistera.

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