Durante nuestra vida de guionistas, todos afrontaremos ese momento peculiar en que recibimos el informe de lectura sobre nuestra obra. Dolor o frustración son algunos de los estados de ánimo por los que pasaremos al tiempo que pasemos las páginas. Veamos unos cuantos consejos para que el trago pase rápido, basadas en mi propia experiencia.
¡No perdamos los estribos! Los informes de lectura será muy útiles...
Cada caso será diferente. Unas veces, nos reunirán en un despacho de la productora, o nos llevarán a comer. En este tipo de “comunicación” el guionista está más desarmado. Quien comunica los fallos del texto no será el mismo lector, sino alguien de producción. Esto implica que los conceptos de la profesión serán, con bastante probabilidad, triturados y trasladados a un vocabulario mucho más mundano. Aún peor; tal vez quien nos explique dónde fracasa el guión asuma a su manera las sugerencias del lector.
¿Qué hacemos?
Poco, la verdad. Si estamos sentados frente a alguien cuyo conocimiento del guión es limitado, cualquier defensa que articulemos será como ladrarle a la luna. En una ocasión, alguien de producción me espetó que mi guión necesitaba “una tía”. Tal cual. Nada de puntos de giro; definición de personajes; verosimilitud de diálogos; estructura. No. Una tía.
Si se da algo similar, se me ocurre que podemos pedirle (mejor después de la comida, o hacia el final de la reunión) el informe de lectura. Para que el tipo que nos haya atendido no se ofenda, conviene que lo pidamos indicando que por escrito nos es más fácil que recordemos todos los detalles.
Siendo más optimistas, la persona de producción que nos desglose sus dudas quizá incida en aspectos de su materia. La pasta. Ahí sí podemos contraatacar. Es muy posible que nos comenten que hay demasiadas localizaciones o que es un desperdicio que sólo aparezca una de ellas sin darle mayor uso. O que demasiados personajes anecdóticos tienen las frases justas para que haya que pagarles.
Bien. Ahí hay que ser raudos. Nuestra imaginación se dispara justo frente a obstáculos, y seguramente, antes de la reunión, tengamos la historia muy clara en nuestra cabeza. Por tanto, podemos plantear soluciones. Hasta, quién sabe, nos surjan posibilidades que resuelvan no ya ese problema de presupuesto sino algo que encontremos útil para los aspectos propiamente de guión.
Además, hemos de hacer uso de nuestra ventaja. Si nos hemos documentado, nosotros sabremos, y él/ella, no, si existe ese bar que hemos incluido, si es sencillo acceder a esa localización externa en pleno bosque o hasta si esa localidad que creemos fundamental apoya el rodaje de su pequeño castillo para nuestra historia ambientada en el siglo XII.
Podemos, pues, ofertarle desde ese mismo instante modos de resolver.
En otros casos, por prisas y hasta errores humanos, lo que llegará a nuestro e-mail será el informe de lectura. Si sucede así, dicho informe no se ha elaborado para que el autor lo lea, por lo que se recomiendan respiraciones relajantes, algún paquete de tabaco a mano, y hasta una pelota que exprimamos durante la lectura.
El tono no será amable.
A mí me sucedió. El supervisor de contenidos de la productora me advirtió que no me tomara de forma personal, pero es que no había sido posible reconvertir el texto. Y se sufre. Y mucho.
Asalto Informático. Es la TV-Movie sobre la que recibí ese informe de lectura que se supone que no debía haber caído en mis manos.
¿Qué hacer? No lanzarnos como locos al teléfono, para llamarles y protestarles. No lanzarnos al e-mail a escribirles una contra crítica apabullante que pruebe nuestro enciclopédico conocimiento de la Historia del cine, la literatura y el guión.
Mejor, imprimimos el documento. Y cogemos un boli. Cada vez que sintamos que los supuestos fallos que sugiere el informe no lo son, escribamos. En los márgenes, pongamos toda nuestra rabia, nuestra frustración. Se permiten bromas crueles respecto a la inteligencia del lector; se permiten menciones a su madre.
Esto ayuda a que nos desahoguemos. Una vez repasado todo el informe, dejémoslo aparte. Que respire, como hacemos con nuestros guiones.
Tras cierto tiempo, viene bien que contrastemos esos pequeños detalles tan molestos que el lector ha señalado. Revisando el guión, es seguro que de pronto veamos que no estábamos del todo acertados.
Esa anotación con varios signos de interrogación o exclamación donde decíamos algo parecido a “este tío es idiota fijándose en cosas tan pequeñas, joder” merece que la reconsideremos.
Porque, vaya, vaya, se nos escapaba esto. Y aquello. Y aquello otro. Pues es cierto que no hay raccord. Pues es verdad que esa barra de labios que sembrábamos en la escena 12, aparece y desaparece durante el guión sin rumbo claro. Pues el lector resulta que ha visto que, aquí y allá, se repite en palabras informaciones que ya habíamos transmitido de manera visual.
Vaya, vaya: al final el lector nos está ayudando a que mejoremos la historia.
Mientras más ojos vean (con mirada profesional) nuestra historia, mejor. De alguna manera, es equivalente a ese momento en que damos a leer un relato o una novela. Necesitamos una respuesta porque somos humanos, porque todos requerimos reafirmación social, y porque, al menos la mayoría, no nos creemos unos genios.
Por otra parte, y eso da para el próximo post, si el informe se despeña en aseveraciones insultantes o en un juicio de valor con respecto al tono o al género, entonces la cuestión será otra: ¿hemos pasado nuestro guión a la productora o al lector correcto?