Guzmán Carriquiry: "El futuro de la catolicidad está en juego en América Latina" http://www.americalatina.va/content/americalatina/es/secciones/articulos---reflexiones/otros/entrevista-al-prof--carriquiry---lima--peru.html
Compartimos la entrevista que el Doctor Guzmán Carriquiry, Secretario de la Pontificia Comisión para América Latina, concedió al diario El Comercio, donde explica detalles de su labor en la Santa Sede.
El Secretario de la Pontificia Comisión para América Latina es el primer laico, que además está casado, en alcanzar esta posición –equivalente a la de un ministerio- en el gobierno de la Iglesia.
Tal como seguramente lo hicieron sus hijos cuando eran pequeños, hoy sus nietos pueden corretear en la Plaza de San Pedro. Allí, en el corazón de la Iglesia, trabaja el "nonno" Guzmán. Su casa está al frente del Vaticano, apenas cruzando la calle.
¿Qué hace un laico casado en un puesto tan importante del gobierno de la Iglesia?
Hace 40 años estoy en el Vaticano. Fui el primer jefe de departamento, después el primer subsecretario y ahora el primer secretario. Yo digo, con mucho sentido del humor, que mi carrera eclesiástica ha terminado.
Tradicionalmente, esta tarea ha estado a cargo de obispos.
Mis antecesores fueron todos arzobispos. El primer sorprendido con mi nombramiento fui yo. Causó mucha sorpresa y novedad en la curia romana.
¿Hay nuevos aires en la Iglesia?
Si bien antes yo era el único laico subsecretario, ahora hay un laico subsecretario en la Comisión para las Comunicaciones Sociales y una laica subsecretaria en la de Justicia y Paz. De alguna manera estamos abriendo camino.
¿Esta presencia de laicos ocurre por la escasez de sacerdotes?
No me gusta plantear la participación de los laicos como suplentes de los sacerdotes, pero cuando uno ve a muchos sacerdotes en cargos administrativos que podrían ser desempeñados por laicos católicos, pues prefiero que los sacerdotes estén en el fragor del trabajo pastoral.
¿Cuánto puede ascender un laico en el gobierno de la Iglesia?
La promoción del laicado como una permanente conquista de posiciones, de derechos, de poderes, me parece una forma adolescente de plantearse el problema. En los dicasterios de la curia romana, que son como ministerios del gobierno del Papa, siempre hay un cardenal que gobierna. El estilo jerárquico es absolutamente necesario. La Iglesia está construida sobre el testimonio de los apóstoles y todo el ministerio jerárquico procede de eso. Así que cuando veo a los laicos que se agitan en esa conquista de poderes, de derechos, de posiciones, de ocupación de espacios, me parece que es de una perspectiva completamente equivocada.
Debería tratarse del afán de servir y no del afán de tener poder.
Sí. Hace 40 años yo era un joven latinoamericano llegado a la curia romana en forma un poco sorprendente. Un viejo monseñor me dijo dos cosas importantes: "Debes definir si has venido para servir al Papa o para servirte a ti; y mira el rostro de los santos y aprende de su testimonio". Allí está Benedicto XVI y puedo asegurar que he encontrado a muchos otros santos en la curia romana que toman con enorme seriedad y responsabilidad su servicio al Papa y a la Iglesia.
Pero allí también hay escándalos, como el del mayordomo papal que robó documentos privados. ¿Cómo explica algo así?
Fue una situación gravísima de deslealtad que hizo sufrir mucho al Santo Padre y nos ha hecho sufrir a todos porque, no obstante de la inmediata reacción de la Santa Sede, cierta prensa aprovechó para dar imágenes empañadas de la Santa Sede. Para muchas personas, su percepción del corazón de la Iglesia puede haber sido dañada.
¿Trabaja con el Papa?
Fui nombrado por el Papa, es un cargo de confianza del Santo Padre. Tuve la suerte de conocerlo muy bien años antes de su elección, cuando él era prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Ha ido varias veces a cenar a casa conmigo, mi señora y mis hijos. Le tengo una gran admiración. Primero por su extrema calidad teológica, que nos hace penetrar los misterios divinos con una genialidad que se expresa en sencillez y claridad. Por primera vez en la historia tenemos al teólogo contemporáneo más importante de la Iglesia que es, al mismo tiempo, sucesor de Pedro.
¿En qué campos quiere trabajar la Iglesia en América Latina?
Aquí está más del 45% de los católicos del mundo. Los números no lo dicen todo, pero no tenerlos en cuenta es de necios. Si agregamos a los hispanos en Estados Unidos, unos 40 millones, superamos el 50%. Eso implica que, en las próximas décadas, el futuro de la catolicidad está en juego en América Latina.
Son cifras impactantes, pero lo cierto es que la mayoría de esos católicos son ignorantes de su fe y no la ponen en práctica.
Esas cifras se refieren a los bautizados en la Iglesia Católica, muchos han sepultado el don de su bautismo bajo una capa de indiferencia y olvido. Somos conscientes de que estamos viviendo fortísimos procesos de descristianización que se concentran, fundamentalmente, en Europa, donde estuvo el cauce de la gran tradición católica que se expandió a los nuevos mundos. Es dramática la silenciosa apostasía de masas que se vive en tierras europeas, acompañada además por cierta cristianofobia. Es difícil explicarse este misterio de rechazo a su raíz histórica, la que hizo grande a Europa. Ahora, no se trata tanto de las raíces sino de cómo la experiencia cristiana es vivida hoy y, definitivamente, Europa está viviendo un fortísimo proceso de descristianización. En el caso de América Latina, el más precioso patrimonio que le ha sido dado a sus pueblos es esa tradición católica, cimiento de nuestra identidad, originalidad y unidad latinoamericana.
¿Qué quedaría de América Latina sin ese cimiento católico?
Es imposible entender a América Latina poniendo entre paréntesis el patrimonio católico. Me asombra cómo instituciones beneméritas como la Cepal y e BID hacen grandes análisis de la realidad latinoamericana, y la tradición católica que impregna hasta el tuétano la vida de nuestros pueblos no aparece.
Un periodista televisivo de reportajes viajeros, no creyente por cierto, siempre da cuenta, como parte esencial de la vida en cada pueblito, de alguna devoción a la Virgen, a la Cruz, a Cristo.
Es que esa tradición religiosa se expresa en los pobres y sencillos a través del arraigo sorprendente de la religiosidad popular, del florecimiento de sus formas de piedad popular. ¡Qué potencia la de la primera evangelización constituyente de América Latina que después de siglos, a pesar del descuido pastoral y formador, sigue arraigada en las grandes mayorías! Precisamente, la encuesta del Latinobarómetro dice que en casi toda Latinoamérica la Iglesia Católica está entre las instituciones más confiables; solo la supera los bomberos.
¿Ya que menciona la evangelización constituyente, será el turno de que América devuelva la evangelización a Europa?
Si América Latina tiene el 46% de los católicos de todo el planeta, la Iglesia aquí debe tener una solicitud apostólica muy intensa para custodiar el precioso patrimonio de la fe, arraigarlo cada vez más en la vida de las personas, de la familia y de los pueblos. Pero al mismo tiempo debe demostrar una gran solicitud apostólica universal, es decir, debe dar mucho más de lo que ha recibido. Así como ha recibido gratuitamente y ha fructificado en nuestras buenas tierras, debe tener una dimensión misionera más generosa y, ciertamente, ayudar a la nueva evangelización en Europa. Ya no hay colonias de latinoamericanos emigrados, sacerdotes latinoamericanos que están ayudando a mantener viva la fe cristiana en varios sectores de la población europea.
¿La crisis de la Iglesia es una crisis de identidad?
Cuando pensamos en las dificultades que afrontamos en América Latina, hablamos de la secularización, la descristianización, las comunidades evangélicas y pentecostales, las sectas, la cultura global, el relativismo, el hedonismo, de poderes trasnacionales que piensan que nuestro catolicismo es una anomalía en América Latina que hay que ir desvirtuando; pero nuestro problema fundamental no es combatir contra enemigos externos. Nuestra cuestión capital es cómo el don de la fe es acogido, vivido, celebrado y comunicado entre y por cristianos. La misión de la Iglesia no se define por las circunstancias en que le toca vivir, sino por la fidelidad a su Señor, que es la mejor respuesta a todas las circunstancias.
En vez de fidelidad, hoy tenemos una serie de reduccionismos.
Hay que tener mucha vigilancia respecto a formas de reduccionismo del gran acontecimiento cristiano. Uno de ellos es el reduccionismo de tipo religioso, donde el catolicismo aparece como una oferta más, intercambiable con muchas otras en el mercado de la sociedad de consumo y del espectáculo. Hay un reduccionismo de tipo doctrinal, donde fieles católicos, bajo el impacto de la cultura dominante de los medios de comunicación terminan componiendo su propio "mix" de creencias. Otro tipo de reduccionismo es el moralista: convertir el cristianismo en un símbolo de compasión por los semejantes, una especie de voluntariado social, un complemento funcional para los tejidos sociales impregnados del fetichismo del dinero, de situaciones de injusticia y violencia. Y hay un reduccionismo clerical que es el de las luchas, los intereses eclesiásticos, los éxitos políticos y culturales de la Iglesia.
¿La teología de la liberación que nació en el Perú, por ejemplo, desarrolló un discurso ideologizado reduccionista?
Después de tantas décadas, la Iglesia ha sedimentado lo mejor que podían tener algunas intuiciones de la teología de la liberación: cuando hablamos del amor a los pobres como presencia de Cristo que interpela nuestra caridad, de la dimensión social del mensaje de redención de Cristo, de las estructuras que condensan el pecado de los hombres y generan injusticia y violencia, todos esos aspectos positivos que ya hacían parte de la tradición católica. Pero también el mismo magisterio de la Iglesia ha ido discerniendo, rechazando y desechando lo que fue una profunda impregnación ideológica, donde la teología terminaba siendo una especie de metáfora de ideologías extrañas al catolicismo, fundamentalmente en tiempos de altas mareas ideológicas en que el marxismo revolucionario tenía un particular peso y presencia en América Latina.
¿La actual rebeldía de algunos sectores católicos no nace allí?
Antes que la acción del magisterio, un golpe fortísimo fue la caída del muro, el derrumbe del socialismo real y la conciencia de las devastaciones humanas que este había provocado. Eso dejó totalmente desconcertados a muchos seguidores de la teología de la liberación que habían hecho una apuesta política. Ahora queda una cierta mentalidad secularizante, politizante, en sectores que no han hecho una seria autocrítica y se dedican a repetir caminos ya trillados. Va quedando una especie de anacronismo ideológico que mezcla elementos de cierto indigenismo ideológico, feminismo radical, ecologismo radical, pero no ofrece una propuesta atractiva para la reflexión católica.
¿El problema con la Pontificia Universidad Católica es un coletazo de esta corriente?
Muchas veces los anacronismos ideológicos encuentran formas residuales en ambientes universitarios enrarecidos. La Santa Sede ha dejado muy bien planteada su posición: no puede llamarse pontificia ni católica una universidad que desacata de manera explícita, persistente y sistemática la normativa establecida por la Santa Sede que determina los criterios fundamentales para reconocer una universidad como pontificia y católica.
¿Qué pasará ahora?
Ese no es materia de mi competencia. Lo que sorprende es la torpe tozudez de autoridades universitarias que se meten en callejones sin salida por afirmar sus propias posiciones contra el Arzobispado de Lima, el episcopado y la Santa Sede.
¿En pleno siglo XXI, por qué alguien querría ser católico?
Porque no hay ninguna propuesta capaz de mantener viva la esperanza del hombre y encaminar su vida a la verdad, la belleza y la felicidad. Solo en Cristo es posible encontrar las respuestas a nuestros anhelos más profundos. Contra lo que decía Sartre, el hombre no puede ser una pasión inútil, no puede terminar en la nada. No hay ninguna otra propuesta como la cristiana. Y para entenderlo hay que vivirlo. El cristianismo es como el buen vino, cuya excelencia solo se comprueba probándolo. La vida cristiana hay que experimentarla.
"La política es una de las expresiones más altas de la caridad, dice el Papa"
En su libro "Una apuesta por América Latina" usted llama a los católicos a participar en la política.
No soy yo; es el propio Papa quien insiste en la formación de una nueva generación de católicos en la vida política. Él ha dicho que la política es una de las expresiones más altas de la caridad.
¿Eso a pesar del nivel de corrupción de los ambientes políticos?
Hay que rehabilitar la política como apasionado servicio al bien común y la inclusión social. El Papa pide esa nueva generación de católicos con pasión por la vida y el destino del propio pueblo, que vivan la política con gran coherencia con la fe, conocedores de la doctrina social de la Iglesia y al mismo tiempo capaces de inculturarla en forma creativa en los contextos sociales, con un juicio católico sobre la situación del país en el concierto latinoamericano y mundial con rigor profesional y honestidad personal.
¿Para tener el poder o para servir?
Yo no pondría tanto poder con servir. La política es lucha por el poder, pero para poder servir. Quien está en la política sabe que requiere consensos, dialéctica democrática, oposiciones y coaliciones, negociaciones. Es una lucha por el poder, pero no por el poder autorreferenical sino para servir mejor. Hoy la política tiende a estar concentrada en corporaciones autorreferenciales que se ocupan casi exclusivamente de la gestión pragmática del poder, cuando lo fundamental es que ese poder esté referido al servicio del bien común, en particular de los más pobres y desfavorecidos.
¿Los religiosos también deben participar en política?
Es una tarea fundamental para los laicos, quienes, bajo su responsabilidad y libertad, deben abrir caminos del Evangelio en todos los campos de la vida pública.
Aquí sacerdotes median en los conflictos constantemente.
Eso lo ha hecho siempre la Iglesia. Si van en pos de una reconciliación, de soluciones justas, está bien. Lo que no deben hacer los sacerdotes es transformarse en políticos, en líderes sindicales, en funcionarios del Estado.
Así como es necesaria la participación de laicos en la vida de la Iglesia, algunos proponen que, a la inversa, los sacerdotes puedan acceder al matrimonio.
Esa no es una cuestión que esté en la agenda de la Iglesia. Los pontífices se han pronunciado claramente, desde el Concilio Vaticano II hasta hoy, en mantener el celibato eclesiástico como una gran riqueza no solo para los sacerdotes sino para toda la Iglesia. Quien entra al seminario sabe perfectamente que tiene que donar toda su vida al Señor, asumiendo el celibato. Pensar que a lo largo de los siglos han sido millares y millares de hombres los que han dejado todo para seguir al Señor, para consagrarse a Él y representarlo delante del pueblo cristiano, con corazón indiviso, representando la imagen del buen pastor, es una maravilla; son como los revolucionarios profesionales del Evangelio. Eso no quiere decir que la Iglesia no necesita a los sacerdotes casados de las Iglesias orientales. Ahora el Papa ha tenido el coraje de invitar a los anglicanos que se sienten cerca de la Iglesia Católica a volver a casa y muchos de ellos son sacerdotes casados. Se está creando una institución eclesiástica especial para acogerlos, manteniendo aspectos de su propia tradición anglicana pero hoy parte de la catolicidad. Forjar hombres que vivan el celibato eclesiásticos con seriedad, con dominio de sus afectos, con personalidades fuertes, consagrados a Dios, confiados en la gracia misericordia de Dios, es una riqueza para ellos mismos, para toda la Iglesia Católica y para el mundo.
¿Cómo ha afectado el escándalo de los sacerdotes pederastas?
Yo soy padre de familia, soy abuelo de ocho nietos y sé cómo puede sentir un padre de familia esos escándalos abominables. Es un misterio de la condición humana cómo pueden haber ocurrido, son una traición horrible al ser mismo del sacerdote. Uno se pregunta qué pasó en esos seminarios de la Iglesia, fundamentalmente entre los años 50, 60 y 70, porque los casos que vivimos en general son la resaca residual de aquellos tiempos. Qué pasó en esos tiempos de liberación, de experimentación, donde quizás no hubo un discernimiento serio ni una formación humana, afectiva, psicológica, pastoral y espiritual seria de los candidatos al sacerdocio. Estamos pagando eso. A la vez, admitamos que también hay una campaña mediática, instrumental e ideológica concentrada en la Iglesia Católica. No obstante ser consciente de esto, el Papa ha tenido el coraje inaudito de decir que no denunciaremos las exageraciones ni unilateralidades, la persecución a la Iglesia, sino que aprovecharemos de la realidad de estos casos aberrantes para hacer un profundo examen de conciencia en la misma Iglesia y evitar situaciones como esta, que conspiran contra el ser y el misterio de sacerdocio, contra la confianza que las familias tienen a los sacerdotes y contra toda la misión de la Iglesia.
Últimamente se ha cuestionado por qué el Estado debe pagarle un sueldo a los obispos. ¿Qué hace la Iglesia Católica para ganárselo?
Desde la primera evangelización, en América Latina la Iglesia Católica ha sido como la caja mayor de seguridad social y socorro para los sectores empobrecidos. Ahora que estamos por celebrar el bicentenario de la independencia, conviene recordar que aquí, como en Europa, la Iglesia y las familias han sido los pilares de la seguridad social. En ella se han desarrollado las formas creativas de la caridad para atender las amplísimas necesidades de nuestros pueblos.
Entrevista por Rossana Echeandía
Publicado en el diario El Comercio, p. A2 y A4
Domingo, 30 de setiembre de 2012
r. Carriquiry: "El futuro de la catolicidad está en juego en América Latina"
Compartimos la entrevista que el Doctor Guzmán Carriquiry, Secretario de la Pontificia Comisión para América Latina, concedió al diario El Comercio, donde explica detalles de su labor en la Santa Sede.
El Secretario de la Pontificia Comisión para América Latina es el primer laico, que además está casado, en alcanzar esta posición –equivalente a la de un ministerio- en el gobierno de la Iglesia.
Tal como seguramente lo hicieron sus hijos cuando eran pequeños, hoy sus nietos pueden corretear en la Plaza de San Pedro. Allí, en el corazón de la Iglesia, trabaja el "nonno" Guzmán. Su casa está al frente del Vaticano, apenas cruzando la calle.
¿Qué hace un laico casado en un puesto tan importante del gobierno de la Iglesia?
Hace 40 años estoy en el Vaticano. Fui el primer jefe de departamento, después el primer subsecretario y ahora el primer secretario. Yo digo, con mucho sentido del humor, que mi carrera eclesiástica ha terminado.
Tradicionalmente, esta tarea ha estado a cargo de obispos.
Mis antecesores fueron todos arzobispos. El primer sorprendido con mi nombramiento fui yo. Causó mucha sorpresa y novedad en la curia romana.
¿Hay nuevos aires en la Iglesia?
Si bien antes yo era el único laico subsecretario, ahora hay un laico subsecretario en la Comisión para las Comunicaciones Sociales y una laica subsecretaria en la de Justicia y Paz. De alguna manera estamos abriendo camino.
¿Esta presencia de laicos ocurre por la escasez de sacerdotes?
No me gusta plantear la participación de los laicos como suplentes de los sacerdotes, pero cuando uno ve a muchos sacerdotes en cargos administrativos que podrían ser desempeñados por laicos católicos, pues prefiero que los sacerdotes estén en el fragor del trabajo pastoral.
¿Cuánto puede ascender un laico en el gobierno de la Iglesia?
La promoción del laicado como una permanente conquista de posiciones, de derechos, de poderes, me parece una forma adolescente de plantearse el problema. En los dicasterios de la curia romana, que son como ministerios del gobierno del Papa, siempre hay un cardenal que gobierna. El estilo jerárquico es absolutamente necesario. La Iglesia está construida sobre el testimonio de los apóstoles y todo el ministerio jerárquico procede de eso. Así que cuando veo a los laicos que se agitan en esa conquista de poderes, de derechos, de posiciones, de ocupación de espacios, me parece que es de una perspectiva completamente equivocada.
Debería tratarse del afán de servir y no del afán de tener poder.
Sí. Hace 40 años yo era un joven latinoamericano llegado a la curia romana en forma un poco sorprendente. Un viejo monseñor me dijo dos cosas importantes: "Debes definir si has venido para servir al Papa o para servirte a ti; y mira el rostro de los santos y aprende de su testimonio". Allí está Benedicto XVI y puedo asegurar que he encontrado a muchos otros santos en la curia romana que toman con enorme seriedad y responsabilidad su servicio al Papa y a la Iglesia.
Pero allí también hay escándalos, como el del mayordomo papal que robó documentos privados. ¿Cómo explica algo así?
Fue una situación gravísima de deslealtad que hizo sufrir mucho al Santo Padre y nos ha hecho sufrir a todos porque, no obstante de la inmediata reacción de la Santa Sede, cierta prensa aprovechó para dar imágenes empañadas de la Santa Sede. Para muchas personas, su percepción del corazón de la Iglesia puede haber sido dañada.
¿Trabaja con el Papa?
Fui nombrado por el Papa, es un cargo de confianza del Santo Padre. Tuve la suerte de conocerlo muy bien años antes de su elección, cuando él era prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Ha ido varias veces a cenar a casa conmigo, mi señora y mis hijos. Le tengo una gran admiración. Primero por su extrema calidad teológica, que nos hace penetrar los misterios divinos con una genialidad que se expresa en sencillez y claridad. Por primera vez en la historia tenemos al teólogo contemporáneo más importante de la Iglesia que es, al mismo tiempo, sucesor de Pedro.
¿En qué campos quiere trabajar la Iglesia en América Latina?
Aquí está más del 45% de los católicos del mundo. Los números no lo dicen todo, pero no tenerlos en cuenta es de necios. Si agregamos a los hispanos en Estados Unidos, unos 40 millones, superamos el 50%. Eso implica que, en las próximas décadas, el futuro de la catolicidad está en juego en América Latina.
Son cifras impactantes, pero lo cierto es que la mayoría de esos católicos son ignorantes de su fe y no la ponen en práctica.
Esas cifras se refieren a los bautizados en la Iglesia Católica, muchos han sepultado el don de su bautismo bajo una capa de indiferencia y olvido. Somos conscientes de que estamos viviendo fortísimos procesos de descristianización que se concentran, fundamentalmente, en Europa, donde estuvo el cauce de la gran tradición católica que se expandió a los nuevos mundos. Es dramática la silenciosa apostasía de masas que se vive en tierras europeas, acompañada además por cierta cristianofobia. Es difícil explicarse este misterio de rechazo a su raíz histórica, la que hizo grande a Europa. Ahora, no se trata tanto de las raíces sino de cómo la experiencia cristiana es vivida hoy y, definitivamente, Europa está viviendo un fortísimo proceso de descristianización. En el caso de América Latina, el más precioso patrimonio que le ha sido dado a sus pueblos es esa tradición católica, cimiento de nuestra identidad, originalidad y unidad latinoamericana.
¿Qué quedaría de América Latina sin ese cimiento católico?
Es imposible entender a América Latina poniendo entre paréntesis el patrimonio católico. Me asombra cómo instituciones beneméritas como la Cepal y e BID hacen grandes análisis de la realidad latinoamericana, y la tradición católica que impregna hasta el tuétano la vida de nuestros pueblos no aparece.
Un periodista televisivo de reportajes viajeros, no creyente por cierto, siempre da cuenta, como parte esencial de la vida en cada pueblito, de alguna devoción a la Virgen, a la Cruz, a Cristo.
Es que esa tradición religiosa se expresa en los pobres y sencillos a través del arraigo sorprendente de la religiosidad popular, del florecimiento de sus formas de piedad popular. ¡Qué potencia la de la primera evangelización constituyente de América Latina que después de siglos, a pesar del descuido pastoral y formador, sigue arraigada en las grandes mayorías! Precisamente, la encuesta del Latinobarómetro dice que en casi toda Latinoamérica la Iglesia Católica está entre las instituciones más confiables; solo la supera los bomberos.
¿Ya que menciona la evangelización constituyente, será el turno de que América devuelva la evangelización a Europa?
Si América Latina tiene el 46% de los católicos de todo el planeta, la Iglesia aquí debe tener una solicitud apostólica muy intensa para custodiar el precioso patrimonio de la fe, arraigarlo cada vez más en la vida de las personas, de la familia y de los pueblos. Pero al mismo tiempo debe demostrar una gran solicitud apostólica universal, es decir, debe dar mucho más de lo que ha recibido. Así como ha recibido gratuitamente y ha fructificado en nuestras buenas tierras, debe tener una dimensión misionera más generosa y, ciertamente, ayudar a la nueva evangelización en Europa. Ya no hay colonias de latinoamericanos emigrados, sacerdotes latinoamericanos que están ayudando a mantener viva la fe cristiana en varios sectores de la población europea.
¿La crisis de la Iglesia es una crisis de identidad?
Cuando pensamos en las dificultades que afrontamos en América Latina, hablamos de la secularización, la descristianización, las comunidades evangélicas y pentecostales, las sectas, la cultura global, el relativismo, el hedonismo, de poderes trasnacionales que piensan que nuestro catolicismo es una anomalía en América Latina que hay que ir desvirtuando; pero nuestro problema fundamental no es combatir contra enemigos externos. Nuestra cuestión capital es cómo el don de la fe es acogido, vivido, celebrado y comunicado entre y por cristianos. La misión de la Iglesia no se define por las circunstancias en que le toca vivir, sino por la fidelidad a su Señor, que es la mejor respuesta a todas las circunstancias.
En vez de fidelidad, hoy tenemos una serie de reduccionismos.
Hay que tener mucha vigilancia respecto a formas de reduccionismo del gran acontecimiento cristiano. Uno de ellos es el reduccionismo de tipo religioso, donde el catolicismo aparece como una oferta más, intercambiable con muchas otras en el mercado de la sociedad de consumo y del espectáculo. Hay un reduccionismo de tipo doctrinal, donde fieles católicos, bajo el impacto de la cultura dominante de los medios de comunicación terminan componiendo su propio "mix" de creencias. Otro tipo de reduccionismo es el moralista: convertir el cristianismo en un símbolo de compasión por los semejantes, una especie de voluntariado social, un complemento funcional para los tejidos sociales impregnados del fetichismo del dinero, de situaciones de injusticia y violencia. Y hay un reduccionismo clerical que es el de las luchas, los intereses eclesiásticos, los éxitos políticos y culturales de la Iglesia.
¿La teología de la liberación que nació en el Perú, por ejemplo, desarrolló un discurso ideologizado reduccionista?
Después de tantas décadas, la Iglesia ha sedimentado lo mejor que podían tener algunas intuiciones de la teología de la liberación: cuando hablamos del amor a los pobres como presencia de Cristo que interpela nuestra caridad, de la dimensión social del mensaje de redención de Cristo, de las estructuras que condensan el pecado de los hombres y generan injusticia y violencia, todos esos aspectos positivos que ya hacían parte de la tradición católica. Pero también el mismo magisterio de la Iglesia ha ido discerniendo, rechazando y desechando lo que fue una profunda impregnación ideológica, donde la teología terminaba siendo una especie de metáfora de ideologías extrañas al catolicismo, fundamentalmente en tiempos de altas mareas ideológicas en que el marxismo revolucionario tenía un particular peso y presencia en América Latina.
¿La actual rebeldía de algunos sectores católicos no nace allí?
Antes que la acción del magisterio, un golpe fortísimo fue la caída del muro, el derrumbe del socialismo real y la conciencia de las devastaciones humanas que este había provocado. Eso dejó totalmente desconcertados a muchos seguidores de la teología de la liberación que habían hecho una apuesta política. Ahora queda una cierta mentalidad secularizante, politizante, en sectores que no han hecho una seria autocrítica y se dedican a repetir caminos ya trillados. Va quedando una especie de anacronismo ideológico que mezcla elementos de cierto indigenismo ideológico, feminismo radical, ecologismo radical, pero no ofrece una propuesta atractiva para la reflexión católica.
¿El problema con la Pontificia Universidad Católica es un coletazo de esta corriente?
Muchas veces los anacronismos ideológicos encuentran formas residuales en ambientes universitarios enrarecidos. La Santa Sede ha dejado muy bien planteada su posición: no puede llamarse pontificia ni católica una universidad que desacata de manera explícita, persistente y sistemática la normativa establecida por la Santa Sede que determina los criterios fundamentales para reconocer una universidad como pontificia y católica.
¿Qué pasará ahora?
Ese no es materia de mi competencia. Lo que sorprende es la torpe tozudez de autoridades universitarias que se meten en callejones sin salida por afirmar sus propias posiciones contra el Arzobispado de Lima, el episcopado y la Santa Sede.
¿En pleno siglo XXI, por qué alguien querría ser católico?
Porque no hay ninguna propuesta capaz de mantener viva la esperanza del hombre y encaminar su vida a la verdad, la belleza y la felicidad. Solo en Cristo es posible encontrar las respuestas a nuestros anhelos más profundos. Contra lo que decía Sartre, el hombre no puede ser una pasión inútil, no puede terminar en la nada. No hay ninguna otra propuesta como la cristiana. Y para entenderlo hay que vivirlo. El cristianismo es como el buen vino, cuya excelencia solo se comprueba probándolo. La vida cristiana hay que experimentarla.
"La política es una de las expresiones más altas de la caridad, dice el Papa"
En su libro "Una apuesta por América Latina" usted llama a los católicos a participar en la política.
No soy yo; es el propio Papa quien insiste en la formación de una nueva generación de católicos en la vida política. Él ha dicho que la política es una de las expresiones más altas de la caridad.
¿Eso a pesar del nivel de corrupción de los ambientes políticos?
Hay que rehabilitar la política como apasionado servicio al bien común y la inclusión social. El Papa pide esa nueva generación de católicos con pasión por la vida y el destino del propio pueblo, que vivan la política con gran coherencia con la fe, conocedores de la doctrina social de la Iglesia y al mismo tiempo capaces de inculturarla en forma creativa en los contextos sociales, con un juicio católico sobre la situación del país en el concierto latinoamericano y mundial con rigor profesional y honestidad personal.
¿Para tener el poder o para servir?
Yo no pondría tanto poder con servir. La política es lucha por el poder, pero para poder servir. Quien está en la política sabe que requiere consensos, dialéctica democrática, oposiciones y coaliciones, negociaciones. Es una lucha por el poder, pero no por el poder autorreferenical sino para servir mejor. Hoy la política tiende a estar concentrada en corporaciones autorreferenciales que se ocupan casi exclusivamente de la gestión pragmática del poder, cuando lo fundamental es que ese poder esté referido al servicio del bien común, en particular de los más pobres y desfavorecidos.
¿Los religiosos también deben participar en política?
Es una tarea fundamental para los laicos, quienes, bajo su responsabilidad y libertad, deben abrir caminos del Evangelio en todos los campos de la vida pública.
Aquí sacerdotes median en los conflictos constantemente.
Eso lo ha hecho siempre la Iglesia. Si van en pos de una reconciliación, de soluciones justas, está bien. Lo que no deben hacer los sacerdotes es transformarse en políticos, en líderes sindicales, en funcionarios del Estado.
Así como es necesaria la participación de laicos en la vida de la Iglesia, algunos proponen que, a la inversa, los sacerdotes puedan acceder al matrimonio.
Esa no es una cuestión que esté en la agenda de la Iglesia. Los pontífices se han pronunciado claramente, desde el Concilio Vaticano II hasta hoy, en mantener el celibato eclesiástico como una gran riqueza no solo para los sacerdotes sino para toda la Iglesia. Quien entra al seminario sabe perfectamente que tiene que donar toda su vida al Señor, asumiendo el celibato. Pensar que a lo largo de los siglos han sido millares y millares de hombres los que han dejado todo para seguir al Señor, para consagrarse a Él y representarlo delante del pueblo cristiano, con corazón indiviso, representando la imagen del buen pastor, es una maravilla; son como los revolucionarios profesionales del Evangelio. Eso no quiere decir que la Iglesia no necesita a los sacerdotes casados de las Iglesias orientales. Ahora el Papa ha tenido el coraje de invitar a los anglicanos que se sienten cerca de la Iglesia Católica a volver a casa y muchos de ellos son sacerdotes casados. Se está creando una institución eclesiástica especial para acogerlos, manteniendo aspectos de su propia tradición anglicana pero hoy parte de la catolicidad. Forjar hombres que vivan el celibato eclesiásticos con seriedad, con dominio de sus afectos, con personalidades fuertes, consagrados a Dios, confiados en la gracia misericordia de Dios, es una riqueza para ellos mismos, para toda la Iglesia Católica y para el mundo.
¿Cómo ha afectado el escándalo de los sacerdotes pederastas?
Yo soy padre de familia, soy abuelo de ocho nietos y sé cómo puede sentir un padre de familia esos escándalos abominables. Es un misterio de la condición humana cómo pueden haber ocurrido, son una traición horrible al ser mismo del sacerdote. Uno se pregunta qué pasó en esos seminarios de la Iglesia, fundamentalmente entre los años 50, 60 y 70, porque los casos que vivimos en general son la resaca residual de aquellos tiempos. Qué pasó en esos tiempos de liberación, de experimentación, donde quizás no hubo un discernimiento serio ni una formación humana, afectiva, psicológica, pastoral y espiritual seria de los candidatos al sacerdocio. Estamos pagando eso. A la vez, admitamos que también hay una campaña mediática, instrumental e ideológica concentrada en la Iglesia Católica. No obstante ser consciente de esto, el Papa ha tenido el coraje inaudito de decir que no denunciaremos las exageraciones ni unilateralidades, la persecución a la Iglesia, sino que aprovecharemos de la realidad de estos casos aberrantes para hacer un profundo examen de conciencia en la misma Iglesia y evitar situaciones como esta, que conspiran contra el ser y el misterio de sacerdocio, contra la confianza que las familias tienen a los sacerdotes y contra toda la misión de la Iglesia.
Últimamente se ha cuestionado por qué el Estado debe pagarle un sueldo a los obispos. ¿Qué hace la Iglesia Católica para ganárselo?
Desde la primera evangelización, en América Latina la Iglesia Católica ha sido como la caja mayor de seguridad social y socorro para los sectores empobrecidos. Ahora que estamos por celebrar el bicentenario de la independencia, conviene recordar que aquí, como en Europa, la Iglesia y las familias han sido los pilares de la seguridad social. En ella se han desarrollado las formas creativas de la caridad para atender las amplísimas necesidades de nuestros pueblos.
Entrevista por Rossana Echeandía
Publicado en el diario El Comercio, p. A2 y A4
Domingo, 30 de setiembre de 2012
r. Carriquiry: "El futuro de la catolicidad está en juego en América Latina"
Compartimos la entrevista que el Doctor Guzmán Carriquiry, Secretario de la Pontificia Comisión para América Latina, concedió al diario El Comercio, donde explica detalles de su labor en la Santa Sede.
El Secretario de la Pontificia Comisión para América Latina es el primer laico, que además está casado, en alcanzar esta posición –equivalente a la de un ministerio- en el gobierno de la Iglesia.
Tal como seguramente lo hicieron sus hijos cuando eran pequeños, hoy sus nietos pueden corretear en la Plaza de San Pedro. Allí, en el corazón de la Iglesia, trabaja el "nonno" Guzmán. Su casa está al frente del Vaticano, apenas cruzando la calle.
¿Qué hace un laico casado en un puesto tan importante del gobierno de la Iglesia?
Hace 40 años estoy en el Vaticano. Fui el primer jefe de departamento, después el primer subsecretario y ahora el primer secretario. Yo digo, con mucho sentido del humor, que mi carrera eclesiástica ha terminado.
Tradicionalmente, esta tarea ha estado a cargo de obispos.
Mis antecesores fueron todos arzobispos. El primer sorprendido con mi nombramiento fui yo. Causó mucha sorpresa y novedad en la curia romana.
¿Hay nuevos aires en la Iglesia?
Si bien antes yo era el único laico subsecretario, ahora hay un laico subsecretario en la Comisión para las Comunicaciones Sociales y una laica subsecretaria en la de Justicia y Paz. De alguna manera estamos abriendo camino.
¿Esta presencia de laicos ocurre por la escasez de sacerdotes?
No me gusta plantear la participación de los laicos como suplentes de los sacerdotes, pero cuando uno ve a muchos sacerdotes en cargos administrativos que podrían ser desempeñados por laicos católicos, pues prefiero que los sacerdotes estén en el fragor del trabajo pastoral.
¿Cuánto puede ascender un laico en el gobierno de la Iglesia?
La promoción del laicado como una permanente conquista de posiciones, de derechos, de poderes, me parece una forma adolescente de plantearse el problema. En los dicasterios de la curia romana, que son como ministerios del gobierno del Papa, siempre hay un cardenal que gobierna. El estilo jerárquico es absolutamente necesario. La Iglesia está construida sobre el testimonio de los apóstoles y todo el ministerio jerárquico procede de eso. Así que cuando veo a los laicos que se agitan en esa conquista de poderes, de derechos, de posiciones, de ocupación de espacios, me parece que es de una perspectiva completamente equivocada.
Debería tratarse del afán de servir y no del afán de tener poder.
Sí. Hace 40 años yo era un joven latinoamericano llegado a la curia romana en forma un poco sorprendente. Un viejo monseñor me dijo dos cosas importantes: "Debes definir si has venido para servir al Papa o para servirte a ti; y mira el rostro de los santos y aprende de su testimonio". Allí está Benedicto XVI y puedo asegurar que he encontrado a muchos otros santos en la curia romana que toman con enorme seriedad y responsabilidad su servicio al Papa y a la Iglesia.
Pero allí también hay escándalos, como el del mayordomo papal que robó documentos privados. ¿Cómo explica algo así?
Fue una situación gravísima de deslealtad que hizo sufrir mucho al Santo Padre y nos ha hecho sufrir a todos porque, no obstante de la inmediata reacción de la Santa Sede, cierta prensa aprovechó para dar imágenes empañadas de la Santa Sede. Para muchas personas, su percepción del corazón de la Iglesia puede haber sido dañada.
¿Trabaja con el Papa?
Fui nombrado por el Papa, es un cargo de confianza del Santo Padre. Tuve la suerte de conocerlo muy bien años antes de su elección, cuando él era prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Ha ido varias veces a cenar a casa conmigo, mi señora y mis hijos. Le tengo una gran admiración. Primero por su extrema calidad teológica, que nos hace penetrar los misterios divinos con una genialidad que se expresa en sencillez y claridad. Por primera vez en la historia tenemos al teólogo contemporáneo más importante de la Iglesia que es, al mismo tiempo, sucesor de Pedro.
¿En qué campos quiere trabajar la Iglesia en América Latina?
Aquí está más del 45% de los católicos del mundo. Los números no lo dicen todo, pero no tenerlos en cuenta es de necios. Si agregamos a los hispanos en Estados Unidos, unos 40 millones, superamos el 50%. Eso implica que, en las próximas décadas, el futuro de la catolicidad está en juego en América Latina.
Son cifras impactantes, pero lo cierto es que la mayoría de esos católicos son ignorantes de su fe y no la ponen en práctica.
Esas cifras se refieren a los bautizados en la Iglesia Católica, muchos han sepultado el don de su bautismo bajo una capa de indiferencia y olvido. Somos conscientes de que estamos viviendo fortísimos procesos de descristianización que se concentran, fundamentalmente, en Europa, donde estuvo el cauce de la gran tradición católica que se expandió a los nuevos mundos. Es dramática la silenciosa apostasía de masas que se vive en tierras europeas, acompañada además por cierta cristianofobia. Es difícil explicarse este misterio de rechazo a su raíz histórica, la que hizo grande a Europa. Ahora, no se trata tanto de las raíces sino de cómo la experiencia cristiana es vivida hoy y, definitivamente, Europa está viviendo un fortísimo proceso de descristianización. En el caso de América Latina, el más precioso patrimonio que le ha sido dado a sus pueblos es esa tradición católica, cimiento de nuestra identidad, originalidad y unidad latinoamericana.
¿Qué quedaría de América Latina sin ese cimiento católico?
Es imposible entender a América Latina poniendo entre paréntesis el patrimonio católico. Me asombra cómo instituciones beneméritas como la Cepal y e BID hacen grandes análisis de la realidad latinoamericana, y la tradición católica que impregna hasta el tuétano la vida de nuestros pueblos no aparece.
Un periodista televisivo de reportajes viajeros, no creyente por cierto, siempre da cuenta, como parte esencial de la vida en cada pueblito, de alguna devoción a la Virgen, a la Cruz, a Cristo.
Es que esa tradición religiosa se expresa en los pobres y sencillos a través del arraigo sorprendente de la religiosidad popular, del florecimiento de sus formas de piedad popular. ¡Qué potencia la de la primera evangelización constituyente de América Latina que después de siglos, a pesar del descuido pastoral y formador, sigue arraigada en las grandes mayorías! Precisamente, la encuesta del Latinobarómetro dice que en casi toda Latinoamérica la Iglesia Católica está entre las instituciones más confiables; solo la supera los bomberos.
¿Ya que menciona la evangelización constituyente, será el turno de que América devuelva la evangelización a Europa?
Si América Latina tiene el 46% de los católicos de todo el planeta, la Iglesia aquí debe tener una solicitud apostólica muy intensa para custodiar el precioso patrimonio de la fe, arraigarlo cada vez más en la vida de las personas, de la familia y de los pueblos. Pero al mismo tiempo debe demostrar una gran solicitud apostólica universal, es decir, debe dar mucho más de lo que ha recibido. Así como ha recibido gratuitamente y ha fructificado en nuestras buenas tierras, debe tener una dimensión misionera más generosa y, ciertamente, ayudar a la nueva evangelización en Europa. Ya no hay colonias de latinoamericanos emigrados, sacerdotes latinoamericanos que están ayudando a mantener viva la fe cristiana en varios sectores de la población europea.
¿La crisis de la Iglesia es una crisis de identidad?
Cuando pensamos en las dificultades que afrontamos en América Latina, hablamos de la secularización, la descristianización, las comunidades evangélicas y pentecostales, las sectas, la cultura global, el relativismo, el hedonismo, de poderes trasnacionales que piensan que nuestro catolicismo es una anomalía en América Latina que hay que ir desvirtuando; pero nuestro problema fundamental no es combatir contra enemigos externos. Nuestra cuestión capital es cómo el don de la fe es acogido, vivido, celebrado y comunicado entre y por cristianos. La misión de la Iglesia no se define por las circunstancias en que le toca vivir, sino por la fidelidad a su Señor, que es la mejor respuesta a todas las circunstancias.
En vez de fidelidad, hoy tenemos una serie de reduccionismos.
Hay que tener mucha vigilancia respecto a formas de reduccionismo del gran acontecimiento cristiano. Uno de ellos es el reduccionismo de tipo religioso, donde el catolicismo aparece como una oferta más, intercambiable con muchas otras en el mercado de la sociedad de consumo y del espectáculo. Hay un reduccionismo de tipo doctrinal, donde fieles católicos, bajo el impacto de la cultura dominante de los medios de comunicación terminan componiendo su propio "mix" de creencias. Otro tipo de reduccionismo es el moralista: convertir el cristianismo en un símbolo de compasión por los semejantes, una especie de voluntariado social, un complemento funcional para los tejidos sociales impregnados del fetichismo del dinero, de situaciones de injusticia y violencia. Y hay un reduccionismo clerical que es el de las luchas, los intereses eclesiásticos, los éxitos políticos y culturales de la Iglesia.
¿La teología de la liberación que nació en el Perú, por ejemplo, desarrolló un discurso ideologizado reduccionista?
Después de tantas décadas, la Iglesia ha sedimentado lo mejor que podían tener algunas intuiciones de la teología de la liberación: cuando hablamos del amor a los pobres como presencia de Cristo que interpela nuestra caridad, de la dimensión social del mensaje de redención de Cristo, de las estructuras que condensan el pecado de los hombres y generan injusticia y violencia, todos esos aspectos positivos que ya hacían parte de la tradición católica. Pero también el mismo magisterio de la Iglesia ha ido discerniendo, rechazando y desechando lo que fue una profunda impregnación ideológica, donde la teología terminaba siendo una especie de metáfora de ideologías extrañas al catolicismo, fundamentalmente en tiempos de altas mareas ideológicas en que el marxismo revolucionario tenía un particular peso y presencia en América Latina.
¿La actual rebeldía de algunos sectores católicos no nace allí?
Antes que la acción del magisterio, un golpe fortísimo fue la caída del muro, el derrumbe del socialismo real y la conciencia de las devastaciones humanas que este había provocado. Eso dejó totalmente desconcertados a muchos seguidores de la teología de la liberación que habían hecho una apuesta política. Ahora queda una cierta mentalidad secularizante, politizante, en sectores que no han hecho una seria autocrítica y se dedican a repetir caminos ya trillados. Va quedando una especie de anacronismo ideológico que mezcla elementos de cierto indigenismo ideológico, feminismo radical, ecologismo radical, pero no ofrece una propuesta atractiva para la reflexión católica.
¿El problema con la Pontificia Universidad Católica es un coletazo de esta corriente?
Muchas veces los anacronismos ideológicos encuentran formas residuales en ambientes universitarios enrarecidos. La Santa Sede ha dejado muy bien planteada su posición: no puede llamarse pontificia ni católica una universidad que desacata de manera explícita, persistente y sistemática la normativa establecida por la Santa Sede que determina los criterios fundamentales para reconocer una universidad como pontificia y católica.
¿Qué pasará ahora?
Ese no es materia de mi competencia. Lo que sorprende es la torpe tozudez de autoridades universitarias que se meten en callejones sin salida por afirmar sus propias posiciones contra el Arzobispado de Lima, el episcopado y la Santa Sede.
¿En pleno siglo XXI, por qué alguien querría ser católico?
Porque no hay ninguna propuesta capaz de mantener viva la esperanza del hombre y encaminar su vida a la verdad, la belleza y la felicidad. Solo en Cristo es posible encontrar las respuestas a nuestros anhelos más profundos. Contra lo que decía Sartre, el hombre no puede ser una pasión inútil, no puede terminar en la nada. No hay ninguna otra propuesta como la cristiana. Y para entenderlo hay que vivirlo. El cristianismo es como el buen vino, cuya excelencia solo se comprueba probándolo. La vida cristiana hay que experimentarla.
"La política es una de las expresiones más altas de la caridad, dice el Papa"
En su libro "Una apuesta por América Latina" usted llama a los católicos a participar en la política.
No soy yo; es el propio Papa quien insiste en la formación de una nueva generación de católicos en la vida política. Él ha dicho que la política es una de las expresiones más altas de la caridad.
¿Eso a pesar del nivel de corrupción de los ambientes políticos?
Hay que rehabilitar la política como apasionado servicio al bien común y la inclusión social. El Papa pide esa nueva generación de católicos con pasión por la vida y el destino del propio pueblo, que vivan la política con gran coherencia con la fe, conocedores de la doctrina social de la Iglesia y al mismo tiempo capaces de inculturarla en forma creativa en los contextos sociales, con un juicio católico sobre la situación del país en el concierto latinoamericano y mundial con rigor profesional y honestidad personal.
¿Para tener el poder o para servir?
Yo no pondría tanto poder con servir. La política es lucha por el poder, pero para poder servir. Quien está en la política sabe que requiere consensos, dialéctica democrática, oposiciones y coaliciones, negociaciones. Es una lucha por el poder, pero no por el poder autorreferenical sino para servir mejor. Hoy la política tiende a estar concentrada en corporaciones autorreferenciales que se ocupan casi exclusivamente de la gestión pragmática del poder, cuando lo fundamental es que ese poder esté referido al servicio del bien común, en particular de los más pobres y desfavorecidos.
¿Los religiosos también deben participar en política?
Es una tarea fundamental para los laicos, quienes, bajo su responsabilidad y libertad, deben abrir caminos del Evangelio en todos los campos de la vida pública.
Aquí sacerdotes median en los conflictos constantemente.
Eso lo ha hecho siempre la Iglesia. Si van en pos de una reconciliación, de soluciones justas, está bien. Lo que no deben hacer los sacerdotes es transformarse en políticos, en líderes sindicales, en funcionarios del Estado.
Así como es necesaria la participación de laicos en la vida de la Iglesia, algunos proponen que, a la inversa, los sacerdotes puedan acceder al matrimonio.
Esa no es una cuestión que esté en la agenda de la Iglesia. Los pontífices se han pronunciado claramente, desde el Concilio Vaticano II hasta hoy, en mantener el celibato eclesiástico como una gran riqueza no solo para los sacerdotes sino para toda la Iglesia. Quien entra al seminario sabe perfectamente que tiene que donar toda su vida al Señor, asumiendo el celibato. Pensar que a lo largo de los siglos han sido millares y millares de hombres los que han dejado todo para seguir al Señor, para consagrarse a Él y representarlo delante del pueblo cristiano, con corazón indiviso, representando la imagen del buen pastor, es una maravilla; son como los revolucionarios profesionales del Evangelio. Eso no quiere decir que la Iglesia no necesita a los sacerdotes casados de las Iglesias orientales. Ahora el Papa ha tenido el coraje de invitar a los anglicanos que se sienten cerca de la Iglesia Católica a volver a casa y muchos de ellos son sacerdotes casados. Se está creando una institución eclesiástica especial para acogerlos, manteniendo aspectos de su propia tradición anglicana pero hoy parte de la catolicidad. Forjar hombres que vivan el celibato eclesiásticos con seriedad, con dominio de sus afectos, con personalidades fuertes, consagrados a Dios, confiados en la gracia misericordia de Dios, es una riqueza para ellos mismos, para toda la Iglesia Católica y para el mundo.
¿Cómo ha afectado el escándalo de los sacerdotes pederastas?
Yo soy padre de familia, soy abuelo de ocho nietos y sé cómo puede sentir un padre de familia esos escándalos abominables. Es un misterio de la condición humana cómo pueden haber ocurrido, son una traición horrible al ser mismo del sacerdote. Uno se pregunta qué pasó en esos seminarios de la Iglesia, fundamentalmente entre los años 50, 60 y 70, porque los casos que vivimos en general son la resaca residual de aquellos tiempos. Qué pasó en esos tiempos de liberación, de experimentación, donde quizás no hubo un discernimiento serio ni una formación humana, afectiva, psicológica, pastoral y espiritual seria de los candidatos al sacerdocio. Estamos pagando eso. A la vez, admitamos que también hay una campaña mediática, instrumental e ideológica concentrada en la Iglesia Católica. No obstante ser consciente de esto, el Papa ha tenido el coraje inaudito de decir que no denunciaremos las exageraciones ni unilateralidades, la persecución a la Iglesia, sino que aprovecharemos de la realidad de estos casos aberrantes para hacer un profundo examen de conciencia en la misma Iglesia y evitar situaciones como esta, que conspiran contra el ser y el misterio de sacerdocio, contra la confianza que las familias tienen a los sacerdotes y contra toda la misión de la Iglesia.
Últimamente se ha cuestionado por qué el Estado debe pagarle un sueldo a los obispos. ¿Qué hace la Iglesia Católica para ganárselo?
Desde la primera evangelización, en América Latina la Iglesia Católica ha sido como la caja mayor de seguridad social y socorro para los sectores empobrecidos. Ahora que estamos por celebrar el bicentenario de la independencia, conviene recordar que aquí, como en Europa, la Iglesia y las familias han sido los pilares de la seguridad social. En ella se han desarrollado las formas creativas de la caridad para atender las amplísimas necesidades de nuestros pueblos.
Entrevista por Rossana Echeandía
Publicado en el diario El Comercio, p. A2 y A4
Domingo, 30 de setiembre de 2012
r. Carriquiry: "El futuro de la catolicidad está en juego en América Latina"
Compartimos la entrevista que el Doctor Guzmán Carriquiry, Secretario de la Pontificia Comisión para América Latina, concedió al diario El Comercio, donde explica detalles de su labor en la Santa Sede.
El Secretario de la Pontificia Comisión para América Latina es el primer laico, que además está casado, en alcanzar esta posición –equivalente a la de un ministerio- en el gobierno de la Iglesia.
Tal como seguramente lo hicieron sus hijos cuando eran pequeños, hoy sus nietos pueden corretear en la Plaza de San Pedro. Allí, en el corazón de la Iglesia, trabaja el "nonno" Guzmán. Su casa está al frente del Vaticano, apenas cruzando la calle.
¿Qué hace un laico casado en un puesto tan importante del gobierno de la Iglesia?
Hace 40 años estoy en el Vaticano. Fui el primer jefe de departamento, después el primer subsecretario y ahora el primer secretario. Yo digo, con mucho sentido del humor, que mi carrera eclesiástica ha terminado.
Tradicionalmente, esta tarea ha estado a cargo de obispos.
Mis antecesores fueron todos arzobispos. El primer sorprendido con mi nombramiento fui yo. Causó mucha sorpresa y novedad en la curia romana.
¿Hay nuevos aires en la Iglesia?
Si bien antes yo era el único laico subsecretario, ahora hay un laico subsecretario en la Comisión para las Comunicaciones Sociales y una laica subsecretaria en la de Justicia y Paz. De alguna manera estamos abriendo camino.
¿Esta presencia de laicos ocurre por la escasez de sacerdotes?
No me gusta plantear la participación de los laicos como suplentes de los sacerdotes, pero cuando uno ve a muchos sacerdotes en cargos administrativos que podrían ser desempeñados por laicos católicos, pues prefiero que los sacerdotes estén en el fragor del trabajo pastoral.
¿Cuánto puede ascender un laico en el gobierno de la Iglesia?
La promoción del laicado como una permanente conquista de posiciones, de derechos, de poderes, me parece una forma adolescente de plantearse el problema. En los dicasterios de la curia romana, que son como ministerios del gobierno del Papa, siempre hay un cardenal que gobierna. El estilo jerárquico es absolutamente necesario. La Iglesia está construida sobre el testimonio de los apóstoles y todo el ministerio jerárquico procede de eso. Así que cuando veo a los laicos que se agitan en esa conquista de poderes, de derechos, de posiciones, de ocupación de espacios, me parece que es de una perspectiva completamente equivocada.
Debería tratarse del afán de servir y no del afán de tener poder.
Sí. Hace 40 años yo era un joven latinoamericano llegado a la curia romana en forma un poco sorprendente. Un viejo monseñor me dijo dos cosas importantes: "Debes definir si has venido para servir al Papa o para servirte a ti; y mira el rostro de los santos y aprende de su testimonio". Allí está Benedicto XVI y puedo asegurar que he encontrado a muchos otros santos en la curia romana que toman con enorme seriedad y responsabilidad su servicio al Papa y a la Iglesia.
Pero allí también hay escándalos, como el del mayordomo papal que robó documentos privados. ¿Cómo explica algo así?
Fue una situación gravísima de deslealtad que hizo sufrir mucho al Santo Padre y nos ha hecho sufrir a todos porque, no obstante de la inmediata reacción de la Santa Sede, cierta prensa aprovechó para dar imágenes empañadas de la Santa Sede. Para muchas personas, su percepción del corazón de la Iglesia puede haber sido dañada.
¿Trabaja con el Papa?
Fui nombrado por el Papa, es un cargo de confianza del Santo Padre. Tuve la suerte de conocerlo muy bien años antes de su elección, cuando él era prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Ha ido varias veces a cenar a casa conmigo, mi señora y mis hijos. Le tengo una gran admiración. Primero por su extrema calidad teológica, que nos hace penetrar los misterios divinos con una genialidad que se expresa en sencillez y claridad. Por primera vez en la historia tenemos al teólogo contemporáneo más importante de la Iglesia que es, al mismo tiempo, sucesor de Pedro.
¿En qué campos quiere trabajar la Iglesia en América Latina?
Aquí está más del 45% de los católicos del mundo. Los números no lo dicen todo, pero no tenerlos en cuenta es de necios. Si agregamos a los hispanos en Estados Unidos, unos 40 millones, superamos el 50%. Eso implica que, en las próximas décadas, el futuro de la catolicidad está en juego en América Latina.
Son cifras impactantes, pero lo cierto es que la mayoría de esos católicos son ignorantes de su fe y no la ponen en práctica.
Esas cifras se refieren a los bautizados en la Iglesia Católica, muchos han sepultado el don de su bautismo bajo una capa de indiferencia y olvido. Somos conscientes de que estamos viviendo fortísimos procesos de descristianización que se concentran, fundamentalmente, en Europa, donde estuvo el cauce de la gran tradición católica que se expandió a los nuevos mundos. Es dramática la silenciosa apostasía de masas que se vive en tierras europeas, acompañada además por cierta cristianofobia. Es difícil explicarse este misterio de rechazo a su raíz histórica, la que hizo grande a Europa. Ahora, no se trata tanto de las raíces sino de cómo la experiencia cristiana es vivida hoy y, definitivamente, Europa está viviendo un fortísimo proceso de descristianización. En el caso de América Latina, el más precioso patrimonio que le ha sido dado a sus pueblos es esa tradición católica, cimiento de nuestra identidad, originalidad y unidad latinoamericana.
¿Qué quedaría de América Latina sin ese cimiento católico?
Es imposible entender a América Latina poniendo entre paréntesis el patrimonio católico. Me asombra cómo instituciones beneméritas como la Cepal y e BID hacen grandes análisis de la realidad latinoamericana, y la tradición católica que impregna hasta el tuétano la vida de nuestros pueblos no aparece.
Un periodista televisivo de reportajes viajeros, no creyente por cierto, siempre da cuenta, como parte esencial de la vida en cada pueblito, de alguna devoción a la Virgen, a la Cruz, a Cristo.
Es que esa tradición religiosa se expresa en los pobres y sencillos a través del arraigo sorprendente de la religiosidad popular, del florecimiento de sus formas de piedad popular. ¡Qué potencia la de la primera evangelización constituyente de América Latina que después de siglos, a pesar del descuido pastoral y formador, sigue arraigada en las grandes mayorías! Precisamente, la encuesta del Latinobarómetro dice que en casi toda Latinoamérica la Iglesia Católica está entre las instituciones más confiables; solo la supera los bomberos.
¿Ya que menciona la evangelización constituyente, será el turno de que América devuelva la evangelización a Europa?
Si América Latina tiene el 46% de los católicos de todo el planeta, la Iglesia aquí debe tener una solicitud apostólica muy intensa para custodiar el precioso patrimonio de la fe, arraigarlo cada vez más en la vida de las personas, de la familia y de los pueblos. Pero al mismo tiempo debe demostrar una gran solicitud apostólica universal, es decir, debe dar mucho más de lo que ha recibido. Así como ha recibido gratuitamente y ha fructificado en nuestras buenas tierras, debe tener una dimensión misionera más generosa y, ciertamente, ayudar a la nueva evangelización en Europa. Ya no hay colonias de latinoamericanos emigrados, sacerdotes latinoamericanos que están ayudando a mantener viva la fe cristiana en varios sectores de la población europea.
¿La crisis de la Iglesia es una crisis de identidad?
Cuando pensamos en las dificultades que afrontamos en América Latina, hablamos de la secularización, la descristianización, las comunidades evangélicas y pentecostales, las sectas, la cultura global, el relativismo, el hedonismo, de poderes trasnacionales que piensan que nuestro catolicismo es una anomalía en América Latina que hay que ir desvirtuando; pero nuestro problema fundamental no es combatir contra enemigos externos. Nuestra cuestión capital es cómo el don de la fe es acogido, vivido, celebrado y comunicado entre y por cristianos. La misión de la Iglesia no se define por las circunstancias en que le toca vivir, sino por la fidelidad a su Señor, que es la mejor respuesta a todas las circunstancias.
En vez de fidelidad, hoy tenemos una serie de reduccionismos.
Hay que tener mucha vigilancia respecto a formas de reduccionismo del gran acontecimiento cristiano. Uno de ellos es el reduccionismo de tipo religioso, donde el catolicismo aparece como una oferta más, intercambiable con muchas otras en el mercado de la sociedad de consumo y del espectáculo. Hay un reduccionismo de tipo doctrinal, donde fieles católicos, bajo el impacto de la cultura dominante de los medios de comunicación terminan componiendo su propio "mix" de creencias. Otro tipo de reduccionismo es el moralista: convertir el cristianismo en un símbolo de compasión por los semejantes, una especie de voluntariado social, un complemento funcional para los tejidos sociales impregnados del fetichismo del dinero, de situaciones de injusticia y violencia. Y hay un reduccionismo clerical que es el de las luchas, los intereses eclesiásticos, los éxitos políticos y culturales de la Iglesia.
¿La teología de la liberación que nació en el Perú, por ejemplo, desarrolló un discurso ideologizado reduccionista?
Después de tantas décadas, la Iglesia ha sedimentado lo mejor que podían tener algunas intuiciones de la teología de la liberación: cuando hablamos del amor a los pobres como presencia de Cristo que interpela nuestra caridad, de la dimensión social del mensaje de redención de Cristo, de las estructuras que condensan el pecado de los hombres y generan injusticia y violencia, todos esos aspectos positivos que ya hacían parte de la tradición católica. Pero también el mismo magisterio de la Iglesia ha ido discerniendo, rechazando y desechando lo que fue una profunda impregnación ideológica, donde la teología terminaba siendo una especie de metáfora de ideologías extrañas al catolicismo, fundamentalmente en tiempos de altas mareas ideológicas en que el marxismo revolucionario tenía un particular peso y presencia en América Latina.
¿La actual rebeldía de algunos sectores católicos no nace allí?
Antes que la acción del magisterio, un golpe fortísimo fue la caída del muro, el derrumbe del socialismo real y la conciencia de las devastaciones humanas que este había provocado. Eso dejó totalmente desconcertados a muchos seguidores de la teología de la liberación que habían hecho una apuesta política. Ahora queda una cierta mentalidad secularizante, politizante, en sectores que no han hecho una seria autocrítica y se dedican a repetir caminos ya trillados. Va quedando una especie de anacronismo ideológico que mezcla elementos de cierto indigenismo ideológico, feminismo radical, ecologismo radical, pero no ofrece una propuesta atractiva para la reflexión católica.
¿El problema con la Pontificia Universidad Católica es un coletazo de esta corriente?
Muchas veces los anacronismos ideológicos encuentran formas residuales en ambientes universitarios enrarecidos. La Santa Sede ha dejado muy bien planteada su posición: no puede llamarse pontificia ni católica una universidad que desacata de manera explícita, persistente y sistemática la normativa establecida por la Santa Sede que determina los criterios fundamentales para reconocer una universidad como pontificia y católica.
¿Qué pasará ahora?
Ese no es materia de mi competencia. Lo que sorprende es la torpe tozudez de autoridades universitarias que se meten en callejones sin salida por afirmar sus propias posiciones contra el Arzobispado de Lima, el episcopado y la Santa Sede.
¿En pleno siglo XXI, por qué alguien querría ser católico?
Porque no hay ninguna propuesta capaz de mantener viva la esperanza del hombre y encaminar su vida a la verdad, la belleza y la felicidad. Solo en Cristo es posible encontrar las respuestas a nuestros anhelos más profundos. Contra lo que decía Sartre, el hombre no puede ser una pasión inútil, no puede terminar en la nada. No hay ninguna otra propuesta como la cristiana. Y para entenderlo hay que vivirlo. El cristianismo es como el buen vino, cuya excelencia solo se comprueba probándolo. La vida cristiana hay que experimentarla.
"La política es una de las expresiones más altas de la caridad, dice el Papa"
En su libro "Una apuesta por América Latina" usted llama a los católicos a participar en la política.
No soy yo; es el propio Papa quien insiste en la formación de una nueva generación de católicos en la vida política. Él ha dicho que la política es una de las expresiones más altas de la caridad.
¿Eso a pesar del nivel de corrupción de los ambientes políticos?
Hay que rehabilitar la política como apasionado servicio al bien común y la inclusión social. El Papa pide esa nueva generación de católicos con pasión por la vida y el destino del propio pueblo, que vivan la política con gran coherencia con la fe, conocedores de la doctrina social de la Iglesia y al mismo tiempo capaces de inculturarla en forma creativa en los contextos sociales, con un juicio católico sobre la situación del país en el concierto latinoamericano y mundial con rigor profesional y honestidad personal.
¿Para tener el poder o para servir?
Yo no pondría tanto poder con servir. La política es lucha por el poder, pero para poder servir. Quien está en la política sabe que requiere consensos, dialéctica democrática, oposiciones y coaliciones, negociaciones. Es una lucha por el poder, pero no por el poder autorreferenical sino para servir mejor. Hoy la política tiende a estar concentrada en corporaciones autorreferenciales que se ocupan casi exclusivamente de la gestión pragmática del poder, cuando lo fundamental es que ese poder esté referido al servicio del bien común, en particular de los más pobres y desfavorecidos.
¿Los religiosos también deben participar en política?
Es una tarea fundamental para los laicos, quienes, bajo su responsabilidad y libertad, deben abrir caminos del Evangelio en todos los campos de la vida pública.
Aquí sacerdotes median en los conflictos constantemente.
Eso lo ha hecho siempre la Iglesia. Si van en pos de una reconciliación, de soluciones justas, está bien. Lo que no deben hacer los sacerdotes es transformarse en políticos, en líderes sindicales, en funcionarios del Estado.
Así como es necesaria la participación de laicos en la vida de la Iglesia, algunos proponen que, a la inversa, los sacerdotes puedan acceder al matrimonio.
Esa no es una cuestión que esté en la agenda de la Iglesia. Los pontífices se han pronunciado claramente, desde el Concilio Vaticano II hasta hoy, en mantener el celibato eclesiástico como una gran riqueza no solo para los sacerdotes sino para toda la Iglesia. Quien entra al seminario sabe perfectamente que tiene que donar toda su vida al Señor, asumiendo el celibato. Pensar que a lo largo de los siglos han sido millares y millares de hombres los que han dejado todo para seguir al Señor, para consagrarse a Él y representarlo delante del pueblo cristiano, con corazón indiviso, representando la imagen del buen pastor, es una maravilla; son como los revolucionarios profesionales del Evangelio. Eso no quiere decir que la Iglesia no necesita a los sacerdotes casados de las Iglesias orientales. Ahora el Papa ha tenido el coraje de invitar a los anglicanos que se sienten cerca de la Iglesia Católica a volver a casa y muchos de ellos son sacerdotes casados. Se está creando una institución eclesiástica especial para acogerlos, manteniendo aspectos de su propia tradición anglicana pero hoy parte de la catolicidad. Forjar hombres que vivan el celibato eclesiásticos con seriedad, con dominio de sus afectos, con personalidades fuertes, consagrados a Dios, confiados en la gracia misericordia de Dios, es una riqueza para ellos mismos, para toda la Iglesia Católica y para el mundo.
¿Cómo ha afectado el escándalo de los sacerdotes pederastas?
Yo soy padre de familia, soy abuelo de ocho nietos y sé cómo puede sentir un padre de familia esos escándalos abominables. Es un misterio de la condición humana cómo pueden haber ocurrido, son una traición horrible al ser mismo del sacerdote. Uno se pregunta qué pasó en esos seminarios de la Iglesia, fundamentalmente entre los años 50, 60 y 70, porque los casos que vivimos en general son la resaca residual de aquellos tiempos. Qué pasó en esos tiempos de liberación, de experimentación, donde quizás no hubo un discernimiento serio ni una formación humana, afectiva, psicológica, pastoral y espiritual seria de los candidatos al sacerdocio. Estamos pagando eso. A la vez, admitamos que también hay una campaña mediática, instrumental e ideológica concentrada en la Iglesia Católica. No obstante ser consciente de esto, el Papa ha tenido el coraje inaudito de decir que no denunciaremos las exageraciones ni unilateralidades, la persecución a la Iglesia, sino que aprovecharemos de la realidad de estos casos aberrantes para hacer un profundo examen de conciencia en la misma Iglesia y evitar situaciones como esta, que conspiran contra el ser y el misterio de sacerdocio, contra la confianza que las familias tienen a los sacerdotes y contra toda la misión de la Iglesia.
Últimamente se ha cuestionado por qué el Estado debe pagarle un sueldo a los obispos. ¿Qué hace la Iglesia Católica para ganárselo?
Desde la primera evangelización, en América Latina la Iglesia Católica ha sido como la caja mayor de seguridad social y socorro para los sectores empobrecidos. Ahora que estamos por celebrar el bicentenario de la independencia, conviene recordar que aquí, como en Europa, la Iglesia y las familias han sido los pilares de la seguridad social. En ella se han desarrollado las formas creativas de la caridad para atender las amplísimas necesidades de nuestros pueblos.
Entrevista por Rossana Echeandía
Publicado en el diario El Comercio, p. A2 y A4
Domingo, 30 de setiembre de 2012