

Es la historia de un investigador empeñado en encontrar un elixir que reviva a la gente. Al principio le mueve el interés científico, pero luego se convierte en algo morboso para Herbert West. Inicia sus experimentos con animales, claro, pero enseguida considera que tiene que probarlo en seres humanos. Aquí Lovecraft ambienta la novela como si fuera Shelley o Stevenson: el científico que se retira a un lugar alejado para tener un laboratorio clandestino, y son un par de negros los que le proporcionan muertos aún calientes. La resurrección de un muerto recuerda al querido Frankstein, y tiene la misma fuerza narrativa.
La reputación de Herbet West en la Facultad de Medicina fue empeorando, especialmente para el decano, el doctor Allan Halsey, que intenta echar a West de la institución. Sí, has acertado: Halsey prueba el elixir porque muere de tifus. El pobre no acaba muy bien. Se convierte en un monstruo antromorfo, en un violento caníbal que todo el mundo toma por loco, y que es ingresado en un psiquiátrico durante dieciséis años.

El capítulo final es redondo. La ambientación es la típica de uno de los maestros del terror. La ciudad es Boston. La casa está cerca de un cementerio, tiene sótano, donde West quiere construir su laboratorio, conserva un pasadizo. Alguien llama a la puerta. Es un grupo extraño, encabezado (nunca mejor dicho) por un tipo sin cabeza, y un monstruo antropomorfo. El resto, te lo puedes imaginar.