Había una vez que había una vez

Había una vez una persona que se despertó un hermoso domingo de cielo azul, pequeñas nubes y algo de viento jugando ligeramente con las ramas de los árboles. Sin saber por qué, recordó un paquete alargado que había recibido en la oficina, y que no había tenido tiempo de abrir.

Despreció la tarjeta que acompañaba el paquete y abrió la bolsa de tela negra. Sacó una cometa. Una cometa amarilla. Tardó lo mismo en montarla que en decirse. ¿por qué no?

Media hora después, la persona estaba dando la primera carrera tirando del hilo de una cometa amarilla que había salido de un paquete negro un día de cielo de color azul. Que se levantara durante más de tres segundos le costó alguna carrera más.

Primero fue un rizo y pensar que el cielo parecía más azul. Con el segundo, notó menos aquella molestia como de la familia. El tercer rizo le supuso reencontrarse con la sensación de estar sonriendo. Nuestra persona dedujo que si conseguía el cuarto, quizás le pudiera tocar la lotería, o le subirían el sueldo, o se levantaría al día siguiente con veinte años menos.

Y le salió. Se río pensando que aunque era consciente de que no iba a ocurrir nada especial, sencillamente se encontraba mejor que antes de volar la cometa. Volvió a casa.

Aquel domingo decidió recuperar algo más de las pequeñas cosas que el viento, el azul, el negro y la cometa amarilla le habían, de alguna manera, devuelto. Así que se preparó una buena comida, vio aquella película que hacía meses que le apetecia ver y desempolvó el libro que nunca tenía tiempo de empezar.

Antes de acostarse, decidió colocar la tarjeta que acompañaba a la cometa en un sitio especial, aunque sólo fuera para agradecer aquella mañana de domingo. Leyó lo que venía en su portada: “Lo que el viento no se llevará”. Sonrió ante la frase, abrió la tarjeta y leyó el texto: “Había una vez una persona que se despertó un hermoso domingo….