En el circo todos los espectadores éramos enanos. Salió el director de pista con una barba que tenía tres pelos y nos preguntó
-¿Cómo están ustedes?
Todos respondimos a voz en grito -¡Biiiieeeeeeeeeeeen!
El director hacía gestos llevando su mano a una de sus orejas para indicar que no oía nada y volvía a decir: -Más alto que no se oye nada ¿cómo están ustedes?
Con un griterío infernal contestábamos -¡¡¡Biiiieeeeeeeeeeeen!!!
Y con cada grito crecíamos y crecíamos y así al director le crecieron los enanos. Pero él que era un tipo casi divino siguió desplegando su número de fantasía y magia y nos metió a todos en el coche de papá y nos dio una vuelta fantástica. Recibiendo la brisa del aire en la cara saludábamos con una gran sonrisa a los que pasaban ¡Hola don Pepito! ¡Hola don José! A veces nos llevaba en un auto nuevo, si nos mareábamos lo cambiaba por un barquito de cáscara de nuez y en ese sí que hicimos cruceros maravillosos. Todo nos alegraba el corazón y nos inundaban las sonrisas, cuando no las carcajadas con la gallina turuleca que parecía una sardina enlatada. El grupo iba aumentando, más y más y todos nos íbamos haciendo amigos. Susanita nos dejó dar chocolate y turrón a su ratón ¡Ah! y bolitas de anís que también le gustaban. De repente, las risas se apagaron, se nos pusieron las patas de alambre, estábamos desolados.
-¿Cómo están ustedes?
Todos respondimos a voz en grito -¡Biiiieeeeeeeeeeeen!
El director hacía gestos llevando su mano a una de sus orejas para indicar que no oía nada y volvía a decir: -Más alto que no se oye nada ¿cómo están ustedes?
Con un griterío infernal contestábamos -¡¡¡Biiiieeeeeeeeeeeen!!!
Y con cada grito crecíamos y crecíamos y así al director le crecieron los enanos. Pero él que era un tipo casi divino siguió desplegando su número de fantasía y magia y nos metió a todos en el coche de papá y nos dio una vuelta fantástica. Recibiendo la brisa del aire en la cara saludábamos con una gran sonrisa a los que pasaban ¡Hola don Pepito! ¡Hola don José! A veces nos llevaba en un auto nuevo, si nos mareábamos lo cambiaba por un barquito de cáscara de nuez y en ese sí que hicimos cruceros maravillosos. Todo nos alegraba el corazón y nos inundaban las sonrisas, cuando no las carcajadas con la gallina turuleca que parecía una sardina enlatada. El grupo iba aumentando, más y más y todos nos íbamos haciendo amigos. Susanita nos dejó dar chocolate y turrón a su ratón ¡Ah! y bolitas de anís que también le gustaban. De repente, las risas se apagaron, se nos pusieron las patas de alambre, estábamos desolados.