Revista Opinión
La mujer llega puntual cada día y ocupa la mesa situada junto a la ventana. Saca del bolso negro un cuaderno de tapas azules y escribe. Lo hace durante horas, hasta que concluye la escena y se marcha. Él, sentado al otro lado del bar, intenta atrapar sus gestos para dibujarlos sobre el papel en blanco. Mientras, procura no hacer señales que le delaten. Todo en él es discreción. Cuando la tarde oscurece el recinto, y las farolas de la calle empiezan a iluminar, el rostro de la dama se le transforma y se vuelve más atractiva, si cabe. Entonces una idea fija sobrevuela el pensamiento del amante anónimo: el deseo de contarle lo que ve.Por ejemplo, una playa de arena fina que desemboca en una línea sin horizonte, donde caminar a paso lento hasta que les alcance el atardecer, que contemplarían sentados sobre la roca más ardiente. Ve también un cielo surcado de nubes esponjosas de color indefinido. Ve unas estrellas que se abren paso entre los huecos del firmamento. Ve una luz que parpadea sin ritmo ni sonido. Ve una luna que no cambia nunca de forma. Todo a su lado.Coge la copa y se acerca a ella con la certeza de un encuentro idílico. Cuando está a su lado, le sonríe y dice con una osadía impropia: “Esta noche tendremos un encuentro inexcusable, te miraré a los ojos, te haré reír y seré protagonista de tus fantasías. Te contaré las historias más bellas, te besaré por todo el cuerpo y sentirás placer por cada uno de los poros. Créeme, será maravilloso”. Ella le arrebata la copa de las manos, la acerca a su boca y bebe el vino con estudiada parsimonia. Después, le besa en los labios durante unos segundos eternos. Siente derretirse el fuego en su interior. Al despegarse, toma el bolso y le deja solo. Mientras se aleja, el hombre vuelve a llenar la copa y trata de embriagarse de su aroma. Cada día, el mismo escenario le hace desplegar la imaginación. Ella siempre junto a la ventana, perdiéndose en la redacción de su obra. Él, ensimismado, queriendo escudriñar sus pensamientos. Y de nuevo el paseo por aquella maravillosa playa, cuya arena les acoge para ser testigo de su amor imposible. Son dos almas ilusionadas, que se desean en silencio, a través del encuentro diario. Así hasta que decida el destino. Ha llegado el momento. Una risa nerviosa delata su estado emocional. Se contiene. Ha esperado tanto este instante, que es incapaz de prever su reacción. Le echa valor y se le acerca. Le ofrece la mano y recibe su aprobación. Salen del restaurante, cruzan la calle y entran en el hotel. Habitación 217.