Hace tiempo que dejé de ver los debates políticos que se organizan en televisión. En parte porque desvirtúan la palabra "debate". Los últimos que veía eran Al rojo vivo y La Sexta noche, ambos de La Sexta, y ambos los dejé de ver por la misma razón: sus tertulianos más conservadores. No es que esté en contra de un debate en el que se defiendan distintas posturas ideológicas; no soy un protocomunista puro. Lo que pasa es que no entiendo a ciertas personas que, en lugar de debatir, se dedican al insulto permanente y constante. El último caso se dio este sábado cuando Alfonso Rojo insultó a Ada Colau, llamándola gordita. No es el único ejemplo de Rojo (al que debe producirle urticaria su propio apellido); son famosos sus enfrentamientos con Pablo Iglesias (no, no confundir con el fundador del PSOE) al que en cierta ocasión llegó a llamar chorizo y, en otra, le recomendó que se duchara. No es el único tertuliano de los programas de La Sexta al que no puedo soportar por su actitud. Otro ejemplo es el de Eduardo Inda, endiosado y soberbio que se cree el inventor del periodismo de investigación y el único poseedor de la verdad y la razón. Y quizá el caso más conocido sea el de Francisco Marhuenda, al que algún día le dará un berrinche cuando se meten con su adorado Gobierno y su no menos adorado Mariano Rajoy, su gran amor platónico. Marhuenda es otro que muestra una actitud de desprecio hacia los demás. Si uno se fija en La Sexta noche podrá apreciar cómo Marhuenda se ríe por lo bajo cuando alguien habla (eso por no hablar de su manía de interrumpir con monosílabos mientras alguien trata de argumentar algo).
Lo peor es que esta gente encuentra apoyo entre compañeros de profesión e ideología. Gente como Jiménez Losantos, Hermann Terstch (otro que se ha apuntado a defender a Rojo en su affaire con Colau) o el baboso y polemista Salvador Sostres (quien ha defendido a Rojo insultando a Colau y llamándola gorda).
En este país, la palabra "debate" está muy devaluada. No hay más que ver las sesiones del Congreso de los Diputados, o de cualquier parlamento autonómico de España. Quizá por eso estos personajes tienen tanto éxito y tantos seguidores. Y eso resulta muy triste. Al final, la televisión solo da lo que el público quiere, y solo refleja lo que la sociedad es.
Como decía al principio, no estoy en contra de que la gente con diferentes visiones ideológicas debatan en televisión. De lo que estoy en contra es de tristes espectáculos de insultos. No hay gente que sepa razonar y debatir sin necesidad de recurrir al insulto en las filas conservadores de este país. Empiezo a entender porqué a la derecha mediática se la llama "caverna".