La aceleración de la vida y su presura nos hace olvidar la historia que hay detrás de las piedras, algunas arruinadas y otras todavía dando sentido a lugares y palabras. Piedras que sostienen, montadas unas sobre otras, y construyen ciudades de ruinas en los sueños de Novalis. Piedras que se elevan tanto que inaudibles ya suenan solo para dioses. O se dispersan como las gotas en los días de calor o su mirada antes del último ayer. Piedras que no volverán, como las crías alejadas de su madre o las notas truncadas de un pianista malogrado. Piedras que ni siquiera aprendieron a soñar.
Y como las piedras, cuya voluntad es la de ser, tantas palabras que anhelan ser escuchadas.
"Pasear sin rumbo entre las ruinas, sin importar de qué época sean, es una experiencia que entusiasma. El tiempo se suspende de repente. El mundo cotidiano parece muy lejano. La relación que se ha establecido entre la naturaleza y la obra ha obrado un milagro, un equilibrio frágil y sublime entre el tiempo y la belleza. Un relato de la soledad y del silencio." (Roberto Peregalli, Los lugares y el polvo)