A veces los habitantes de las ventanas podrán ser ajenos, pero no deben asustarnos. Llorarán toda la noche y sólo habremos de recoger su lluvia. No nos pedirán nada, ni querrán invadir nuestros salones. Nos taparán algo la luz. Eso es todo. Y habremos de dejarles llorar, hasta que cesen las lágrimas y echen de nuevo a volar. ¿De dónde vendrán? Es algo que nunca sabremos, porque de hecho son indiferentes a los adentros. Ni siquiera se volverán cuando amasemos el pan de todos. Y cuando en la cama nos miremos hasta cansarnos permanecerán silenciosos.
Ventanal. José Antonio Porcel
Decimosexto día