Revista Pareja

Hablar de amor

Por Hogaradas @hogaradas

Por Hogaradas
Hoy he vuelto a abrir uno de tus libros “El águila bicéfala”. En la primera página, como siempre suelo hacer, la fecha en la que lo compré y mi firma, en este además estas líneas de una de tus obras de teatro “La Truhana”: “Quiéreme poquito a poco, no te apresures, que lo que a mí me gusta, quiero que dure”.
No recuerdo el porqué de esas palabras, ni el momento, ni lo que pensaba mientras las escribía, pero todavía hoy, pasados ya los ańos y sea cual hubiera sido el motivo de hacerlas constar en este libro, estoy completamente de acuerdo con ellas, porque las prisas, como en todo, quizás aquí más todavía, nunca han sido buenas consejeras.
Recorro las páginas de tu libro, con frases subrayadas aquí y allá, como siempre suelo hacer cada vez que te leo; lo hago porque así, cada vez que te necesite, será mucho más fácil encontrarte, al igual que hoy, al igual que siempre y cada una de las veces que he recurrido a tus textos buscando encontrar las palabras que necesitaba leer en ese preciso momento, las mismas que siempre he hayado y que están ahí esperándome, inmóviles, dispuestas para sorprenderme subrayadas en lápiz entre cada una de las páginas de tus libros.
El otro día hablamos de ti, no eran buenas noticias, quizás por eso la conversación duró nada más que lo imprescindible; me duelen tus malas noticias, me dueles tú y lo que te suceda, al igual que tus cosas buenas siempre han sido motivo de alegría, la misma que sientes cuando a un amigo le van las cosas bien, porque eso es lo que tú eres, mi amigo, el que siempre está ahí, el que nunca me falla, mi mejor y más fiel compańero de viaje, vaya donde vaya, esté donde esté, porque aun sin tenerte cerca, aun sin poder buscarte entre las páginas de tus libros, viajas conmigo en mi memoria, en mi recuerdo, en todo lo que has compartido conmigo durante todos estos ańos, en cada una de las palabras que han quedado grabadas en mi mente y, lo más importante, en mi corazón.
Esta mańana leí una noticia sobre un estudio en el que se habla de que perdemos amigos cuando nos enamoramos, y claro, era evidente recordarte y volver a buscarte otra vez. Una vez dijiste que las mujeres, cuando nos enamorábamos, tirábamos todos los tabiques de nuestra casa y dejábamos todo el espacio para el amor; los hombres, en cambio, permanecen con sus habitaciones perfectamente delimitadas, cada una de ellas preparada para ser habitada para que o quienes corresponda, entre ellos, los amigos. Yo también lo creo así, aunque no pienso que por ello perdamos las amistades, siempre y cuando estas sean verdaderas. Los buenos amigos comprenden perfectamente que la explosión del amor nos ciegue de tal forma que no veamos más a nuestro alrededor que a la persona amada, que no apreciemos más aroma que el suyo, más color que el de sus ojos, más huellas que las que deja a cada paso.
Y así animabas tú a Tobías a entregarse al amor, como un jarro que se vacía, como si fuera a terminarse el mundo, echando a correr sin temor, ni proyecto. Porque de qué otra manera y no así podemos vivir la irrupción del amor en nuestras vidas.
Después, con el paso del tiempo, todo se sosiega, los sentimientos se calman, y la vida va discurriendo ya de otra manera, y es cuando tendremos tiempo para hablar del amor, y para contarlo, porque cuando llega, “poniendo todo patas arriba” lo que debemos hacer es disfrutarlo y vivirlo con toda la intensidad que podamos y decir eso de “te querré siempre”, conscientes de que es cierto, porque el amor, como tú bien dices “es eterno mientras dura”.
Y si llega el desamor, andaremos “con el otońo a cuestas” y hablaremos de él, porque ya lo hemos perdido, “porque es la forma más humilde de seguirlo teniendo”.
Hablar de ti es hablar de amor, mi vida no se entendería sin él, y él tampoco podría entenderlo sin ti.


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