Revista Cultura y Ocio

Hablar en público

Publicado el 25 enero 2016 por Elarien
Hablar en público
If you don't know, the thing to do is not to get scared, but to learn. Ayn Rand
Si no sabes, la cosa es no asustarse sino aprender. Ayn Rand.
Hace tiempo que quería escribir esta entrada pero está claro que querer es una cosa y sentarse a escribir es otra y eso de sentarme con el blog es algo que, últimamente, hago poco.
Empezaré por confesar que no me gusta hablar en público. Una vez me respondieron: "a nadie le gusta" pero eso no es así, y menos aún en el ámbito de la medicina. Hay doctores a los que les encanta escucharse y que, por desgracia, no ven el momento de ceder la palabra a otros. Ir a un congreso médico es una prueba de paciencia (y de hipoglucemia), las presentaciones de diez minutos se extienden a media hora y las de media hora no se sabe nunca cuándo terminarán. Hay moderadores, sí, pero a los pobres rara vez se les presenta la oportunidad de meter baza y son muy pocos los que se atreven a interrumpir al maestro.
Desde bien pequeña he odiado los exámenes orales. No es que no me guste hablar, quienes me conocen no me consideran una persona callada, sino todo lo contrario (aunque no soy nadie al lado de mi familia), pero la idea de enfrentarme a una sala más o menos llena de gente para exponer un tema no me atrae en absoluto. Suelo evitar los congresos, sin embargo, en ocasiones, no hay escapatoria.
Hace unos meses la secretaria de la Asociación de HHT (enfermedad también conocida como Rendu-Osler) me pidió que hablase sobre la escleroterapia en la reunión anual de la Asociación. Según el programa, la mañana sería científica y primero hablarían los internistas de los distintos hospitales españoles en los que se ha creado una Unidad para atender a estos pacientes. Expondrían la fisiopatología y las pruebas diagnósticas de la enfermedad, cuya afectación es multiorgánica. Además habría un dermatólogo para contar el tratamiento de las lesiones cutáneas con láser, una investigadora del CSIC, que se dedica a este tema con todo su entusiasmo (a pesar de la falta de medios), que comentaría los últimos avances, y yo. Mi aportación es limitada, lo único que puedo tratar son las epistaxis (sangrados nasales) que, para incomodidad del paciente, son uno de los síntomas más frecuentes. Del tratamiento iría mi presentación.
Siempre temo aburrir a los muertos con mi rollo y, ya que la mayoría del público serían pacientes, quería hacer algo entretenido (o al menos intentarlo). Miré a mi alrededor durante los discursos de los internistas y descubrí, para mi desasosiego, a más de un asistente dando cabezadas (y al del otro lado del pasillo acunado en brazos de Morfeo). Mi intervención, casi al final de la mañana, no iba a recibirse con el mejor de los talantes.
Después de la pausa del café a media mañana, y de la interesantísima charla de la investigadora, que me había puesto el listón muy alto, me llegó el turno. Estaba tan nerviosa que hasta se me había olvidado cómo manejar el ratón del PC (no exagero, ya quisiera). Hay quien con los nervios habla para el cuello de su camisa pero esa no soy yo, mi problema es el contrario, tengo que tener cuidado con los micrófonos para no atronar la sala (algo que sí sucedió el día de mi primera comunión, la iglesia en pleno pegó un respingo). Con los nervios tampoco veía, mejor dicho, era incapaz de fijarme en nada, ni en la gente, ni en las diapositivas.
¿Cómo dar una conferencia médica sin aburrir al personal? La primera respuesta que se viene a la cabeza es "sin tecnicismos" pero...¿Cómo hablar de una técnica sin recurrir a tecnicismos? ¡Uff! Difícil. Lo único que se me ocurrió fue hacer una sesión práctica. Podía haber pedido algún voluntario pero esa opción no estaba exenta de riesgos: para empezar se podía complicar y, por muy acostumbrados que estén los pacientes, no creo que a ninguno le apeteciese ver a nadie sangrando (eso sí, iba a resultar inolvidable). Decidí convertirlo en una representación y, para ese fin, conté con la ayuda de un maletín vintage que funcionaría de un modo similar a la chistera de un prestidigitador.
Hablar en público Comencé mi exposición y, después de presentarme, abrí el maletín. Empecé por mostrarles el paño empapador que coloco alrededor del cuello de los pacientes para que no se manchen (no siempre lo consigo). Por supuesto, hice lo propio y me coloqué el paño para que lo viesen bien. Luego mordí la gasa que  evita que la sangre y la anestesia pasen de los labios. Preparé unos algodones de anestesia, cortados en tiras, e hice un pequeño show de mimo para mostrarles el modo de insertarlos en la nariz con la pinza de balloneta, hacia atrás, paralelos al paladar y no al dorso nasal. Como prueba de fuego repartí unas agujas de las que uso entre el público para que comprobasen lo diminutas que son, las más pequeñas que he encontrado en el hospital (aunque pinchan igual que las grandes). Del maletín mágico, con el que les mantenía intrigados, saqué ampollas de anestesia, de esclerosante, de agua destilada para la dilución, sobres de material de taponamiento (reabsorbible) y frascos de los colirios que luego prescribo para minimizar las costras y como tratamiento de mantenimiento. Casi sin darme cuenta terminé la exposición. Al ver que era el final, me salió del alma decir "y eso es todo" (como en los dibujos animados, aunque eso no lo pensé hasta después) y rompieron a aplaudir. En ese instante se deshizo la tensión que me agarrotaba el estómago, aunque aún me palpitaba el corazón a cien por minuto. Al sentarme, el paciente del otro lado del pasillo me comentó: "¡Muy bien! Me ha gustado mucho". ¡Qué alivio!


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