Hablar o no hablar

Hablar. Algo tan sencillo como contar cosas, poner de manifiesto lo que vives, lo que sientes o lo que piensas entraña divergentes opiniones sobre su idoneidad

Desde pequeña, en una sociedad mutiladora de la personalidad de las mujeres, me dijeron que debía ser discreta, no contar nada, no hablar de 'mis' cosas, no dar pie a que otros hablen de ti.

La discreción, esa cualidad tan sobrevalorada.

El otro día, escuchando un programa de radio oía cómo se alababa que se hablara de todo, que se expresaran no solo las opiniones, sino también lo sentimientos, que se rompieran todos los tabúes. Existe una corriente que aboga por hablar de las cosas, por levantar las alfombras, y parece que cada vez está má extendida.

Cinco minutos más tarde, la frase de uno de esos gurús del siglo XXI: cuanto menos cuentes menos daño te harán.

Llegados a este punto, yo solo sé que he abordado con naturalidad todas esas cuestiones que otros temen. He hablado de mi regla (incluso en un libro); contaba con naturalidad con solo diez años los centímetros de dilatación que tenía mi madre a punto de dar a luz a mi hermana; no he tenido ninguna vergüenza a la hora de comentar mi salud mental; no tengo reparos en contar lo que me pasa si a alguien le interesa...

Algunas personas me dicen que eso me sitúa en una extrema vulnerabilidad ante quienes buscan los resquicios de debilidad para hacerme mal. Yo pienso que cuente o no, esas personas buscarán la forma de hacerme mal.

Al final, ya no sé qué es mejor ni peor. Reconozco que guardo para mí ciertas cuestiones que no son de la incumbencia de otras personas, que forma parte de esa parte mía que solo es mía.

Tampoco nadie me da la clave sobre lo que es idóneo. Así que seguiré siendo como soy, entre otras cuestiones, porque por mucho que intente cambiar, siempre sale mi verdadero yo, bueno o malo, mejor o peor.

Si alguien tiene la solución, estaré encantada de escucharla.