El silencio es un amigo. Es ese fiel compañero al que se le recuerdan cagadas inoportunas, pero que resulta difícilmente perturbable. Siempre ofrece lo mejor de sí mismo para darle a uno la tranquilidad necesaria, el reposo adecuado, como una máscara que todos necesitaríamos para dormir durante un día eterno. El silencio es un favor que no solemos agradecer.
Nos acostumbramos a definir reacciones, a sobreactuarlas o, de un modo casi obsceno, a etiquetarlas. Y todo ello en la celebración pública del ruido, en la tozudez mediterránea de la expresión, lo que muchos definen como "la alegría de la vida". Hablo de gritos, de llantos solidarios, de acusaciones y de respuestas kleenex purgadas entre toneladas de decibelios en terrazas anónimas y virtuales.Sin querer parecer intolerante ni cambiar la realidad cultural que nos rodea, servidor se pregunta lo qué pasaría si estudiáramos el silencio. Si fuéramos capaces de compartirlo, de entendernos sin palabras, en ese terreno áspero y baldío donde los españoles nos movemos como hipopótamos en el desierto, donde cualquier inocuo monosílabo es una gota de agua bendita. No sería competencia, sino aditivo.Podría ser un silencio diario o uno circunstancial, uno personal o eventual. Podríamos hablar sobre el silencio, como quien amuebla una casa sin perder los cimientos. Estaría bien pasar de considerarnos buitres territoriales, aislados en roquedos y rodeados de nuestra individualidad, a vernos como gaviotas sobrevolando el mar, como compañeros de viaje de la película más real.
Invita a pensar sobre ello. Y a hacerlo en silencio, lo que es una gran compañía. Es agradecido, como la brisa que refresca un funeral en julio. Y es necesario, un repostaje de sensaciones que resulta fundamental aquellos días en los que la vida escupe hacia arriba. Creo en el silencio como el mejor apretón de manos, como el contrato más legal o como la ayuda más efectiva. Incluso como placebo de las palabras que sobran (que en ciertas situaciones, son todas).
Resulta paradójico reivindicar un silencio aporreando groseramente un teclado. Pero como dije al principio, el silencio es un amigo, no me lo echará en cara. Recomiendo tratar con él.
Y es que podéis creerme. En ocasiones, lo mejor es callarse.