Este verano paseaba junto a un amigo catalán. Él me decía que no hacía más que pensar en mí, en cuantísimos comentarios sobre Catalunya debía estar contestando por redes sociales y mensajería con mis familiares y amigos de más allá del muro, o de la Franja, que es lo mismo. A él, que tenía varios grupos con amigos de todo el Estado, le hervía el móvil de reproches por el proceso independentista, sin importar cuál fuera su particular posición política al respecto. La conversación giró por otro lado, pero yo me quedé pensando si no vivía demasiado cómodo. ¿Por qué no tenía a nadie o a casi nadie de más allá del muro que me hablara sobre el proceso independentista? Pensando que quizás sería mi culpa, decidí dar un paso al frente.
Lo primero que hice fue enviar a varios grupos de mensajería un ofrecimiento a resolver dudas o a debatir posiciones. Apenas sin recibir ningún mensaje de vuelta, las detenciones y movilizaciones sociales del 20 de septiembre llegaron, y en vista del aparente silencio de mis redes, me dediqué a explicar aquellos hechos relevantes que, aparentemente, no salían en los medios de ámbito estatal. Día tras día, entre el 20 de septiembre y el 3 de octubre, me dediqué a escribir notas larguísimas que explicaban detalles o vivencias particulares sobre los acontecimientos. En general, y pese a algún debate, silencio al otro lado.
Sin preguntas, no hay respuestas
Lo que más me sorprendió es que casi nadie hiciera preguntas. Ni en general sobre el proceso de independencia, ni en particular sobre alguna noticia del día. La gran mayoría de mis contactos optaron por tres opciones de silencio –algunos incluso la verbalizaron.
Había quien pensaba que nuestras diferencias políticas eran inmensas, aún a pesar de que yo aún no había expuesto ningún argumento. Y esta diferencia de postura era interpretada como inamovible y como poseedora de todos los hechos necesarios para interpretar la realidad. Nada de lo que yo pudiera argumentar reduciría esa distancia, ningún hecho no conocido por este grupo de personas, les haría dudar. Es curioso, porque me consta que en esta postura hay desconocimiento de hechos clave, pero se apoyan en grandes titulares de prensa –en absoluto fiables para cualquier polémica.
Hubo otro grupo de personas que, sin compartir en absoluto mi posición, negaba la posibilidad de debatir o de hablar sobre el tema porque “no nos vamos a poner de acuerdo”. Confrontación que no sólo asumía su propio dogmatismo, sino que presumía el mío.
Por último, el grupo más numeroso daba a entender que esto no iba con ellos, no le prestaba interés, estaban cansados del monotema y pretendían pasar página lo más rápidamente posible. Sin importar qué pasase.
Supongo que en estos tres grupos ha habido dos aspectos clave para que cada persona se colocara en uno u otro grupo. Pienso que uno de esos ha sido tanto la posición como consumidores de información, como la voracidad de este consumo, necesitado de nuevo material, y cuanto más diverso mejor, han ayudado a que quienes tienen una postura se reafirmen en ella, leyendo e informándose sólo con argumentos a favor de su posición. Pero el que creo que es el aspecto clave consiste en cómo cada persona de uno u otro grupo, está viviendo el conflicto.
Un conflicto en tercera persona
La gran mayoría de voces que me llegaban, incluso la de quienes sentían que no iba con ellos, lo hacían sobre la base de la idea de que son “dos partes enfrentadas”. Dos partes que son absolutamente diferenciables, inaccesibles y uniformes. Como dos bolas de billar que se golpean entre sí formando un lamentable espectáculo para quien, como ellos, estaban al margen del conflicto.
Es un conflicto vivido en tercera persona. El conflicto que tienen ellos, las dos partes. Mientras que la visión objetiva o no viciada está en los ojos de aquel que no se siente interpelado por ningún hecho del conflicto. No hay nada que de lo que haya sucedido que les haya hecho decir basta, y posicionarse en uno u otro lugar, dudar de su postura o acercarse a la de unos de los actores. Es, en definitiva, un conflicto entrenacionalismos ajenos a su persona.
Es lo que se ha popularizado como equidistancia. Pero creo que con error, pues veo más un sentimiento de superioridad en cuanto a valores. Este sentimiento de superioridad ha ayudado, en ocasiones, a comprender las acciones violentas del conflicto catalán, porque ellos se lo han buscado, o si el referéndum era ilegal, qué esperaban.
En ningún momento han visto esto como un conflicto entre democracia y régimen del 78. Entre derechos humanos y constitución más allá de la ley. Se alejan del foco del mismo y encuentran soluciones a cada problema, porque están dispuestos a renunciar a cualquier aspecto de las reivindicaciones de cada actor, porque piensan que ni van con ellos ni tienen nada a ganar o perder. No son conscientes de que el conflicto les afecta y pone en peligro sus derechos democráticos más elementales.
La culpa es de Catalunya
El régimen del 78 se está cerrando sobre sí mismo, apostándolo todo en este punto, moviendo al rey, las leyes y las fuerzas policiales y militares hacia la misma casilla, desprotegiendo otros ámbitos porque han visto que es éste el que les permitirá cerrar definitivamente esa crisis de legitimidad que nació allá por 2010 y que aún sangraba. Y frente a esta pérdida, lo que he constatado es que existe un sentimiento de rendición y una facilidad para culpar de este repliegue del régimen al conflicto catalán, un gran reproche. Lo que han hecho los catalanes ha eliminado toda opción de reformar España a mejor.
La opinión que prevalece es que la ventana de oportunidad del cambio se ha cerrado porque Catalunya ha hecho levantarse al monstruo del nacionalismo español. Para estos amigos que piensan así, existe una guerra descarnada entre identidades, pero son identidades que no son las suyas, que las desprecian porque son nacionales. Obvian la divergencia de los proyectos catalán y español y, esta vez sí, las banderas les tapan las diferencias. Creen firmemente que este conflictonacionalista se llevará por delante un cambio que, en su opinión, ya estaba a punto de llegar. El hecho de que el cambio fuera con un Pedro Sánchez, a quien nadie consideraba cambio en julio de 2016, es algo que no quieren valorar. El hecho de que ese cambio fuera tan endeble que se venga abajo con el primer viento de extrema derecha que se agita sobre la cebada, tampoco.
Incluso con la violencia del 1 de octubre, ejercida unilateral y desproporcionadamente por el Estado, esta idea de que la culpa era de quienes nos concentrábamos frente a los colegios, se ha hecho más presente. Se ha recuperado la vieja aseveración de la época de la dictadura: no te metas en política si no quieres que te pasen estas cosas. Mucha superioridad moral que, en ocasiones, no ha venido acompañada ni tan siquiera de un “¿Cómo estáis?”, por si en casa alguno de nosotros hubiera recibido palos de las fuerzas policiales.
En este grupo también hay quien se vistió de blanco y salió a los ayuntamientos a pedir diálogo cuando parecía que el Govern declararía la independencia inmediatamente y que el Gobierno ejecutaría el 155 como respuesta. Pero una vez que el Govern no declaró la independencia y se posicionó –aún más- con el diálogo, todos se han retirado la camisa blanca y han vuelto a no querer ser vinculados con “ninguna de las dos partes”. Si el diálogo puede representar que un bando se salga con la suya, lo mejor es dejar el tiempo congelado, y que nada pase. Negar la realidad.
La historia de una incomprensión
Ha sido todo, lamentablemente, un escenario de incomprensión y de asumir que quien escribe este texto no sería capaz de poner sus convicciones en riesgo durante el debate, o de contestar las preguntas con suficiente imparcialidad. En parte es culpa mía, es evidente. Aunque ya traté de avanzarme a esta posibilidad intentando abrir el debate y participar en él de la manera más sosegadamente posible (reconozco mi vehemencia), no he conseguido llegar al punto de encuentro con la mayoría de mis contactos.
Entiendo que gran parte del problema está en no haber logrado explicar que el conflicto se resume en la dualidad democracia vs régimen del 78, lo cual incumbe a todos, por muy fuerte que cierres los ojos y pienses que esto pasará y podrás seguir consumiendo como cada día. Entiendo que la venta del producto nacionalismo ha ganado terreno en los medios de comunicación, aún a pesar de que sea falso y no estemos ante un conflicto nacionalista (hay que leer a Lluís Orriols, o al menos ver sus datos). Pero para explicarte, a veces, sólo a veces, necesitas que alguien quiera escuchar a las personas antes que a los grandes titulares de los medios.
Suerte que tengo de algunos familiares –mis padres, mi tía…- capaces de dejar en la puerta las convicciones políticas y morales que tienen, para acercarse a las dudas y certezas que el pesado de su hijo o su sobrino ha querido compartir con ellos.