Revista Cine
Sé que lo sigo haciendo. Sé que sigo atrasando la entrega de la experiencia del BAFICI. No sé cuan importante es para los que leen este espacio, pero la mayoría de ellos deben saber lo importante que es para mí el Cine Argentino. Créanme, si no hubiese ido al cine ver “Carancho”, la última película de Pablo Trapero, este post llevaría otro título. Pero estuve allí, y salí de la sala fascinado. No sé si es mejor que su anterior película (“Leonera”, aquí mi crítica), no sé si es mejor que el resto del Cine Argentino actual, pero además de ser el estreno más importante del año nos habla de una tendencia particular de este año de mostrar la realidad, haciendo que no parezca casual que sean este film y “Los Labios” (de Santiago Loza e Iván Fund, vista en el último BAFICI) los largometrajes nacionales elegidos para una de las secciones más importantes del festival de Cannes que comenzó. “Los labios” la vi primero, pero de esa hablamos después.
El director fiel
Trapero sigue siendo constante. Su posición, privilegiada, es la de un autor que propone en principio un cine distinto que llega a las grandes salas. Es privilegiado porque sus película tienen apoyo financiero y porque en el cine lo visita más gente que a Lucrecia Martel, pero no deja de ser un autor con temas a tratar y realidades que descubrir. Si todo el cine se dedicara a ‘descubrir realidades’, cambiaría un poco el panorama. Se agradece la exploración intensa y sofisticada de ciertos lugares por parte de Martel; se admira el dominio de los géneros de alguien como Szifrón o alguien como Caetano, capaz de mezclar el cine de género con contextos sorprendentemente reales (e históricos); se hace reverencia al minimalismo viajero de Sorín; y se aprecia la liviandad y el paulatino cambio de género (sin abandonar nunca ese sabor agridulce) de Daniel Burman, aunque muchos crean lo contrario. Pero a Trapero no lo cambia nadie.
Es como si en principio no dependiera de género alguno más que de la realidad descubierta; un hecho que se hace más fácil al pensar en la estructura cinematográfica clásica. Sus comienzos nunca son comienzos: sus personajes ya vienen cargados de realidad y de vida vivida. Sus conflictos nunca son conflictos: aparecen problemas –algunos más convencionales que otros, si la película lo requiere, como el caso de la madre que le quiere quitar a Julia su hijo en “Leonera”- que parten irremediablemente de las experiencias de los personajes. Son muchos problemas, no todos están claros, a veces aparecen todos juntos, no todos se resuelven. Y sus finales...cualquiera que vio alguna de sus películas sabe que no son lo que se entiende como final.
La idea de ‘descubrir realidades’: una dualidad cinematográfica que juega a favor de la ficción y elude el moralismo
Es injusto, por lo tanto, pensar el cine del realizador como si le faltara complejidad. De la complejidad depende su obra, y esta complejidad se evidencia en el tratamiento de la realidad. La investigación, el conocimiento, el dominio de la realidad elegida para “Carancho” es la del sucio negocio detrás del pago de las indemnizaciones por parte de las aseguradoras a las personas que sufren accidentes (el ‘carancho’ del título hace referencia a la persona que consigue los datos de estos accidentes; es decir, consigue víctimas para convertirlas en clientes) y su representación en términos cinematográficos es tan fuerte e irreprochable que a veces sentimos, como en cualquier noticiero (y este comentario no es gratuito, puesto que muchas situaciones del film dependen de variedad de accidentes de tránsito que solemos ver representados –y a veces miramos con horror- en la televisión), que el lugar del hecho está tan cerca de nosotros como parece. Trapero ha demostrado siempre una dualidad que hasta el día de hoy es efectiva: siempre ha hecho ficción, pero siempre lo ha logrado desde un registro que no se asemeja poco al documental y que usa la excusa de la ficción para que el espectador se involucre con la realidad que se cuenta. Ustedes saben cómo dicen: “Si no te la creés, no vale”.
Luego está el hecho de que las virtudes del cine de Trapero, que si bien está siempre cargado de contenido social, no genera en el espectador el sentimiento de que algo se nos impone: “La situación de los accidentes (o las cárceles de mujeres, por hacer una vez más referencia a “Leonera”) es así, está todo mal; hay que hace algo o lo que fuere”. “Los labios”, película mencionada al comienzo, tiene también esta virtud. Hablar de la realidad a través del cine, montando la primera a través del espectáculo que es el segundo, es suficiente. Y debo agregar, porque sino lo de las virtudes no cierra, que no creo que sea tarea difícil, pero sí lo es dejando de lado todo tipo de juicio moral; algo que parece imposible en el contexto de “Carancho” y que Trapero vuelve a manejar muy bien.
Esto se extiende (y depende en parte de), claro está, al mundo de los personajes. Desde el primer minuto se ve a Luján (Martina Gusman) y a Sosa (Ricardo Darín) en situaciones comprometedoras: ella se está inyectando algo, a él lo están moliendo a golpes. Nadie es perfecto, eso ya lo sabíamos. Pero Trapero en sus películas nos devuelve la posibilidad de un cine en el que nadie es mejor que el otro. En “Carancho” más que en cualquier otra, ningún personaje es completamente un héroe, ni tampoco una perfecta víctima. Además, ya no sirve decir que “se hace lo que se puede”. Los personajes, con entidad propia, se comportan según su naturaleza y están libres de presuposiciones que puedan venir antes de la película “Carancho”. Así se construyen las víctimas y los héroes de un cine que ‘descubre realidades’ (hablamos de un guión escrito por Trapero y tres colaboradores), desde la situación y el punto de vista de cada personaje. No hay otra manera porque sino todo pierde sentido. Y a la vez, cobra sentido todo aquello que no logramos saber ni entender.
¿Hay amor? Una historia con códigos nuevos
Por eso la historia de amor, en principio muy esquemática y predecible, se salva. Porque la relación de Sosa y Luján representa una fantasía de escape, un sueño necesario que, sea posible o no, se concreta en lugares de aislamiento, cerrados, donde ambos simplemente pasan el tiempo. Los vemos en una casa, abrazados, en silencio, mirando televisión, la cámara termina aislándolos en medio de un baile en una fiesta de 15, y la ilusión que tiene Sosa de hacer las cosas bien (frase repetida por el personaje hasta el hartazgo y casi lo único que sabemos de él) se encuentra con la necesidad de protección de Luján. Ella se lo dice cuando él la trata con un cariño inusitado: “No estoy acostumbrada”. La realidad de los personajes (mostrada por el film siempre de una manera paralela y tajante, generando un efecto de incertidumbre y de desesperación, para los personajes porque no saben bien cuándo y en qué circunstancias se encontrarán; y para el espectador que quiere que se encuentren), si bien no llega a revelar un pasado siempre oculto, contribuye al entendimiento de la personalidad de los mismos. En un mundo masculino, nocturno y lleno de sangre y abusos, la figura de Sosa es para Luján una brisa de aire fresco. Su bondad (que en mi opinión termina siendo genuina) es algo en lo que necesita confiar y, a medida que va pasando el tiempo es, en definitiva, lo único que importa.
¿Hay amor? El mencionado paso del tiempo ayuda a dar cuenta de un sentimiento que no se extingue. Por ahí lo que se está dando es la extensión de ese deseo de escape, de ese encuentro, pero también hay algo más. Ese algo más, que no se comprende y que no conviene intentar explicar, a mi entender recorre la película y configura la historia de amor más compleja de la filmografía de Trapero. Sería ilógico definir la relación de Sosa y Luján como un amor ‘romántico’, en principio por todo lo que los atraviesa. Sin embargo es la primera relación que Trapero construye desde cero (la relación adolescente de “Familia Rodante”-aquí mi crítica- estaba cargada de hormonas; lo de Jorge Román y Mimi Ardú en “El Bonaerense” no llegaba a constituirse como relación; la pareja de “Nacido y Criado” era una relación ya construida, y de las dos –si se quiere- que se daban en “Leonera”, una no la pudimos ver y otra surge de una necesidad de supervivencia) y es la más cercana a lo puramente romántico. Se escucha “Te quiero”, “Te amo”, en la boca de los protagonistas; los personajes secundarios ponen en evidencia que hay algo fuerte entre ambos; los primeros planos (recurso estético principal de la película, junto a los planos secuencia que están muy cerca de los personajes que suelen terminar en tomas generales, o en otros casos viceversa) los van mostrando absortos en su pensamiento y el espectador intuye lo que piensan, o al menos lo que sienten. Por lo tanto, cualquier queja que pida detalles de esta relación, o que reclame explicaciones para ciertas acciones que se dan dentro de ella, debería revisar la película. No sabemos quiénes son estas personas. Y a la vez sí.
El misterio de la ‘crew’: un eterno intento de comprensión
Lo que sí es claro es un hecho que tiene que ver con el equipo técnico. Aquí una vez más aparecen nombres clave, y los referentes empiezan definirse sin hacerlo. Los que vemos Cine Argentino sabemos que la cámara de Guillermo Nieto es fundamental en lo que es la década del 2000. Así como uno se queda mudo cuando lee “encuadre y dirección” en “Crónica de una fuga” (aquí una mención), también se hace preguntas al ver la categoría “post-producción de fotografía” a cargo de Nieto. Creo que es parte de un mundo interno del comienzo del Nuevo Cine Argentino. Federico Esquerro actuaba en “Sólo por hoy” (aquí una mención) y terminó haciendo el sonido de las películas de Trapero y apareciendo en ellas, a veces con más importancia que otras. Su trabajo con el sonido se debe agradecer, así como la fotografía de Julián Apezteguía, quien supo ponerle un color al pasado en “Crónica de una fuga” y supo capturar la desesperación y la locura de la Ciudad de Buenos Aires en “La sangre brota” (aquí mi crítica), quizá la mejor película argentina estrenada en 2009.
El diálogo con Cine Argentino: mención obligada a Bielinsky, mención ineludible a Campanella y a la fabricación
Es increíble como dialoga todo nuestro cine, pues Fabián Bielinsky también capturaba Buenos Aires en “Nueve Reinas”, con ese Darín pícaro que vuelve a aparecer en “Carancho” luego de varios años ‘campanellescos’. Siempre más perdedor que ganador (aunque aquí un verdadero galán), Darín nos da una criatura que tiene la viveza de aquel Marcos pero no su ligereza. La ligereza era algo que Marcos necesitaba, para su trabajo. Sosa no puede darse ese lujo: su trabajo y, más aún, su vida, dependen de sus movimientos, siempre más calculados que cualquier cosa que uno se toma con calma, y siempre con más sufrimiento que el que las historias del pasado le otorgaban a las criaturas que Campanella le escribía. Eso era una ventaja para el actor. Sosa (como el “Michael Clayton”–aquí mi crítica- de George Clooney, un personaje que se define en un largo plano que sólo muestra su cara) no tiene historia. Por otro lado, Martina Gusman se confirma como una tremenda actriz, que la cámara de su marido sigue mostrando como la hermosa mujer que es, y que esta vez es más vulnerable, está ante más tensión y tiene menos herramientas para adaptarse a lo que está viviendo. Al funcionamiento del pabellón una cárcel una mujer se puede acostumbrar, y Julia lo resolvía... ¿Cómo hace Luján para acostumbrarse a un mundo de muertes que además esconde un negocio sucio que ella debe aceptar para poder vivir? ¿Cómo se ponen tantas cosas atrás, a tan corta edad, cómo se hace la vista gorda y se sigue trabajando? El trabajo en conjunto de ambos protagonistas es lo mejor del año. Mis aplausos para el director.
Finalmente, se me hace inevitable comparar en cierta medida la película de Trapero con la última ganadora del Oscar de Campanella. Estas comparaciones deben fundamentarse. No es difícil en este caso, debido a que en principio vengo escuchando y oyendo estas comparaciones, que tienen que ver con que “Carancho” es lo más prestigioso que ha salido del país desde “El secreto de sus ojos” el año pasado: esta última tiene el Oscar, aquella está participando en Cannes; ambas son, en sus propios términos, superproducciones nacionales; ambas intentan acaparar espectadores (a Trapero también le importa la gente) y el hecho de que Ricardo Darín -el actor nacional cinematográfico por excelencia y uno con muchos admiradores- protagonice las dos cintas no puede obviarse fácilmente. La gente, al parecer, espera mucho de “Carancho”, y entonces aparece la comparación.
Esto lo entiendo, y si bien es claro que ambos directores persiguen objetivos diferentes y emplean diferentes estrategias, yo me siento más identificado con el mundo de Trapero, porque es un mundo que realmente parece estar acá, de este lado...es plausible. Mientras que el de Campanella, si bien es real (y muy argentino) también parece como anclado en otro lado, afuera...con una tendencia más Hollywood. La diferencia parece estar en lo que intento describir como ‘descubrir realidades’ y una idea contrapuesta (no del todo) más relacionada a la fabricación.
¿Cómo funciona esto? Ambas ideas lidian con la realidad, pero el 'descubrir realidades' no deja afuera la realidad. Quiero decir, algo fabricado -es obvio y no estúpido ni reprochable el caso del film de Campanella, ya que está basado en una novela- nos hace pensar más que la realidad misma; pero en una película como “Carancho” que descubre una realidad (micro, digámosle, como el negocio de accidentes de tránsito) y que a la vez comprende que toda la realidad es inabarcable, haciéndolo evidente en sus planos, situaciones y diálogos, la complejidad es otra. No sé si es mayor, pero el cine, desde la base, es otro. Y es uno que incluye más riesgo y ambición, porque tiene que procurar no faltar el respeto y tiene que generar un impacto emocional que no sea arbitrario ni contradiga la realidad presentada.
¿Cuál es el resultado? En “El secreto de sus ojos” me divierto, analizo y me quedo emocionadísimo (por muchas razones...leer mi crítica aquí); pero en lo que hace Trapero me pierdo. Me pierdo en la pantalla...es un mundo más posible; no es el mejor de los mundos y si es violento es porque es así, aunque duela. Y digo esto porque los personajes de Trapero sufren más, y en serio...sufren por la vida, por lo que cargan encima y lo que les pasó y les puede pasar. El mundo de los personajes de Campanella –no sólo el mundo físico, sino el mundo emocional-, aunque es fenomenal, no parece existir más allá de sus películas, y esa diferencia es fundamental.
---8.5/10 (¿La vieron Sospechosos?? ¿Qué opinan?)
PD1: Se puede percibir que no la pasé taaan bien en el BAFICI este año. A esta altura ya quedó claro. El análisis, sin embargo, llegará.
PD2: La crítica fue dedicada especialmente a Agus Castelli, Nico Ledezma y Tomi Raimondo, que la vieron conmigo en el cine.