La película Truman es la ganadora de la última edición de los Premios Goya, una noticia que me ha alegrado profundamente, y perdonen que incluya mi opinión aquí. Es uno de esos largometrajes que deberían verse cada cierto tiempo, una tarde tranquila en casa, y si es con la familia mucho mejor. Porque Truman ayuda a reflexionar sobre la muerte. Ésa que es inexorable y que nos viene a buscar a todos, aunque en occidente nos empeñemos en vivir dándole la espalda. Esta película, del director Cesc Gay, cuenta cómo Julián (Ricardo Darín) se enfrenta a la fase terminal de su enfermedad e intenta prepararse para la despedida, al tiempo que busca cómo dejar sus asuntos arreglados y, entre ellos, la situación de sus hijos: un humano y un perro. También refleja el modo en el que los otros se relacionan con su enfermedad, como la actitud de Tomás (Javier Cámara), amigo de la infancia que cruza medio mundo para visitarlo. Truman no es sensiblera, ni tampoco superficial, es la prueba objetiva de que estos temas se pueden contar desde la tragicomedia y con un elegante equilibrio. Aunque Troilo (Truman) no pudo ver el éxito de la película que lleva su nombre en los Goya (pues falleció en noviembre de 2015), sus familiares continúan con su legado, el de ayudar a niños con autismo y otras dificultades, tal como cuenta su criador en este artículo en 20 minutos. No estaría de más que, como efecto colateral del éxito de la película, muchos de nosotros nos planteáramos cómo queremos morir y se lo comuniquemos también a nuestra familia y que empezáramos a vivir cada día como si fuera el último y, por tanto, con la consciencia de agradecer cada experiencia y de nunca dejar nada que podamos hacer hoy para mañana. Es tiempo de abandonar supersticiones y miedos y sentarnos a hablar de frente de la muerte.
Ricardo Darín y Troilo en un fotograma de Truman.