Revista Cultura y Ocio
Siempre que recuerdo las siestas domingueras de mi infancia me interrogo sobre mi hermano. Ella dice que estaba en casa. No sé: pero teniendo en cuenta que mi madre es de las que exageran la verdad no me queda más remedio que creerle. Que no naciera por parto vaginal me concedió – según dijo su obstetra- la llegada al mundo con cierta placidez complaciente. El parto de mi madre, aunque de distintas perspectivas, fue también el mío, y, creo, que fue el momento de mayor coincidencia en nuestras vidas. Mi hermano y yo, soltábamos alegría anticipada al escuchar el ruido de llaves al llegar mi padre. Era nuestra cajita de música. Cinco de la tarde sin five o clock pero con el pecho ensanchado. Hora en que mi hermano dejaba de ser un ausente para ser uno más de la comitiva lista para dar, la que mi papá llamaba, la vuelta al perro. Después supe que la vuelta era realmente de perros.A los 10 años ni siquiera pensaba en leer y menos en escribir. En casa no sobraban libros pero había los suficientes como para plagiarlos. No quise, aun cuando mi madre me decía: vos naciste para escribir y me arrancaba las hojas con faltas de ortografía. Ella no cesaba de suponer que todos podrían superar la posibilidad de lo imposible. Fue maestra hasta que se jubiló después de la muerte de mi padre. Ordenar el ruido de llaves de mí padre, el parto complaciente y la ausencia de mi hermanito terciopelo en un diario íntimo me hubiera dado la posibilidad de armar la mitad de un puzzle que rehusé escribir como único intento de contrariar a mi madre y eludir la muerte de mi padre.Quizás nada de esto haya sido real, pero sucedió en mi mente: lugar en el que más se habita la infancia. Nunca estuve tan cerca de mí sin saberlo. Hoy: voy y vuelvo. Atrás adelante, adelante atrás. He creado puertas vaivén imaginarias que oxigenan el fluyo de todas mis emociones. No las escruto. No ahogan. No morirán, ni yo con ellas. Lo único que podría matarme es la indiferencia entre la vida y la muerte, que el puente se rompa y que todo de igual, de eso quiero escribir. Necesito tensión de acordeón. Musical, sí, musical. De Piazzola -un Adiós Nonino- acordeón que se repliegue en acordes que acarician mejillas o entrelazar dedos para luego estirarse y liberar la angustia de que la proximidad casi siempre se vuelva a escapar. De eso también quiero escribir.Mi madre tiene una larga historia clínica, no tan larga como sus setenta y ocho años, la clínica ha empeorado, y, aunque su historia viaja, ella, casi no puede caminar ¿Cuándo ya no esté se le cumplirá el deseo de la hija escribiente? ¿A qué hora mis ojos perderán el brillo? ¿Cuánto durarán las lágrimas? ¿Será su partida un buen motivo para escribirle? Quién sabe, tal vez me apropie de su deseo y escriba con la promesa de no ventilar nuestras historias a los que según ella podrían usufructuarla ¿Podrían? Francois Troufaut en “Los 400 golpes me diría: miento de vez en cuando, supongo. A veces digo la verdad y no me creen, así que prefiero mentir.” Escribir, quizás, sea aflojar la tensión entre mentira y verdad para decir algo.Si dijera algo ¿podría mi madre contar en su historia que está amando sin que eso vaya a parar a su historia clínica? Ella ama amar, sobre todo a mí y a mi hermano, sea reservado doctor. ¿Si le cuento que soy pediatra me creerá que nunca me preguntaron para qué quise serlo? Doctor, mi madre se está muriendo y lo murmura con pudor a diario, siempre ha sido fuerte pero sabe que no es fácil seguirlo siendo. La felicidad a su edad es siempre dudosa. No quiero que juegue al pare de sufrir para ser la cómica que el mundo del éxito necesita. La amo. Sus manos no tiemblan pero su riñón no sabe leer y claudica. Doctor, ella no teme morir, desea vivir, y yo no puedo escribir su certificado de defunción aunque sepa hacerlo ¿Entiende? ¿Entenderán?Nuestros sucesos siempre transcurrieron entre palabra y palabra y es allí donde quiero estar, con tu muerte será igual mamá. Pocas palabras para contarte que sólo existo de manera genuina entre palabras. Entre líneas. Entre comillas. Entre tiempo. Entretenida. Anoche soñé que conseguía para vos esas pantuflas térmicas y no te dije, cuando lo haga besaré por escrito cada palabra sin que me den poder. Escribir en la era 3.0 se ha vuelto un espectáculo, tu muerte no lo será ¿Habrá WhatsApp en el cielo?