Revista Cuba

Hace 30 años: Yo viví el terremoto de México

Publicado el 19 septiembre 2015 por Yusnaby Pérez @yusnaby
Columna

Eran unos minutos después de las 7:00 AM del jueves 19 de Septiembre de 1985. Yo me estaba vistiendo ya que en pocos minutos, igual que otros miles de personas, saldría en mi auto a dejar a mis hijas al colegio y de ahí continuar a mi trabajo.

En ese entonces, vivíamos en la Ciudad de México, que era el lugar que mi Padre había escogido para vivir cuando salimos de Cuba huyendo de la Revolución Marxista-Fidelista. En México desarrollamos una nueva vida con libertad. Ahí estudié, me casé y nacieron mis tres hijos: Dos hembras las mayores y el más pequeño un varón. En ese entonces, tenía un buen trabajo que nos permitía vivir bien. Mi padre había muerto seis años antes, a sus 62 años de edad, víctima de un derrame cerebral. Nosotros vivíamos en un bonito pueblo al sur de la ciudad llamado San Jerónimo Lídice. Era una zona de clase media alta.

Habitábamos en una comunidad privada y mi hijo ya había salido hacia la puerta para esperar a la señora que lo llevaría ese día a su escuela. Ese día le tocaba a la mamá de un compañero de él llevar a la escuela a un grupo de niños que asistía al mismo colegio, que vivían cerca y que los padres nos habíamos puesto de acuerdo para turnarnos y que cada semana le tocase a una familia.

Iban a dar las 7:19 y yo me comenzaba a poner los pantalones cuando de repente la tierra y todo lo que estaba sobre ella comenzó a sacudirse con una fuerza inusitada. Estaba temblando. Aunque se sentía muy fuerte, yo me sentía seguro porque en esa zona el terreno era rocoso y los temblores de tierra, que son bastante comunes en México, se sentían poco. Aparte, estábamos acostumbrados a que en la ciudad, aunque temblara fuerte, nunca pasaba nada.

Pero éste sismo se sintió con una intensidad descomunal. Mi casa era de dos pisos y yo bajé y salí y todos nos paramos frente a la casa. Recuerdo ver a través de la ventana como mis altavoces Bose que tenía colgados del techo con unas cadenas, se mecían fuertemente y temí que pudieran llegar a caerse.
El temblor duró poco menos de dos minutos y luego todo volvió a la normalidad. Ya nada se movía. Y confieso que yo no le di importancia, pues estaba acostumbrado a que en México, aunque temblara, nunca pasaba nada aparte del susto, y supuse que en esta ocasión todo sería igual, ya que en nuestro pueblo ni siquiera se fue la luz. Llegó la señora a recoger a mi hijo y sin preocupación alguna lo dejé que se fuera a su colegio.

Recuerdo a una de mis dos hijas, no recuerdo cual, decirme que no quería ir al colegio y yo le respondí sonriendo: “Bueno, un temblor de tierra es un buen pretexto para quedarse en casa”. Entonces vino mi vecino de enfrente, Víctor y él si estaba muy preocupado porque había sentido muy fuerte el sismo. Víctor me invitó a tomar un café, que con gusto acepté aunque eso implicara que llegaría un poco tarde al trabajo. Pensé… bueno, un temblor también es un buen pretexto para llegar tarde al trabajo.

Nos sentamos en la sala de su casa que era casi idéntica a la mía, y mientras se hacía el café, empezamos a tener indicaciones de que algo anormal había pasado. Víctor encendió la televisión y ningún canal estaba transmitiendo. No había señal alguna. Yo pensé, esto está muy raro, y le dije a Víctor que por qué no ponía la radio.

Al encender la radio, vimos con sorpresa que tampoco se recibía ninguna señal de radio, y entonces comencé a preocuparme. Terminé el café y tomé otro y otro y más de una hora después seguíamos sin señal de radio ni de televisión. Yo decidí esperar y fue casi una hora y media más tarde, poco después de las 9 de la mañana, cuando localizamos la señal de una estación de radio que pudo empezar a transmitir y comenzó a dar información de los terribles daños que el terremoto había causado en la zona cercana a esa estación.

Nótese que escribí terremoto, porque en ese momento el sismo había dejado de ser un simple temblor más y se manifestaba como un terremoto de 8.2 grados Richter, el más fuerte que había afectado a la ciudad de México en muchísimos años. Logré hablar por teléfono con el Director de la empresa en que trabajaba, y a pesar de que ya había habido un comunicado de las autoridades pidiendo que preferentemente todas las personas permanecieran en sus casas, nosotros decidimos ir a la fábrica para ver en qué estado se encontraba y si tenía daños. Mi esposa corrió al supermercado a comprar agua, Coca Colas y cosas enlatadas, y se fue a recoger a mi hijo a la escuela.

La fábrica estaba en el norte de la ciudad por lo que era necesario atravesarla de un lado a otro. Salí en mi auto, y tomé una vía rápida, el anillo periférico por donde sorpresivamente no había tráfico pues la gente había optado mayoritariamente por no salir, salí por una zona conocida como el chivatito hacia el Paseo de la Reforma. Pero a la altura de la Glorieta de la Diana, ya la policía había bloqueado el paso y no dejaba seguir hacia el centro de la ciudad. Entonces tomé otra vía rápida, el Circuito interior y pasando el monumento a la Raza había más desviaciones. Entonces, crucé por la zona de Lindavista y fue cuando vi los primeros daños, y créanme, que la impresión fue considerable.

Me encontraba pasando a unos metros del Centro Comercial Futurama donde su torre emblemática y una tienda Sears se habían desplomado. El estacionamiento se hizo un sándwich, aplastando los autos que estaban estacionados. Imagínense decenas de automóviles aplastados a una altura no mayor de 12 o 14 pulgadas por los entrepisos de concreto. Poco más adelante pude avanzar y llegar a la fábrica. Eran más o menos las 11:30 de la mañana y aunque no tuvo daños, no había agua ni electricidad. Entonces decidimos que los pocos empleados que habían logrado llegar, se fueran a sus casas para estar con sus familias.

El Director me invitó a almorzar (en México se dice comer) al restaurante de un Club de Golf cercano, y ahí tenían una televisión, ya había señal en dos canales y pudimos ver las primeras imágenes de los terribles daños que había sufrido la ciudad. El Hotel Regis y muchos otros se habían desplomado. Algunos se mantenían milagrosamente en pie. Incontables edificios de la zona céntrica de la ciudad se habían derrumbado, como muchas oficinas gubernamentales y escuelas. La Avenida San Juan de Letrán parecía una zona de guerra después de un bombardeo. Se cayeron edificios de juzgados y de la procuraduría, Hospitales, multifamiliares y grandes edificios habitacionales como en Tlatelolco. Las torres de transmisión de Televisa y varios de sus edificios de la Avenida Chapultepec también se derrumbaron.

Sin duda alguna los daños que sufrió la ciudad fueron gigantescos. La cifra oficial de muertos se fijó en poco más de 10,000 personas aunque yo la considero manipulada y baja, y también puedo asegurar sin temor a equivocarme, que si el terremoto hubiera ocurrido una o dos horas más tarde, hubiera habido más de un millón o más de muertos debido a que todos los edificios de escuelas, tecnológicos, oficinas privadas, oficinas de gobierno y tribunales que se vinieron abajo hubieran estados llenos de hombres, mujeres, niños y niñas. Y todavía más, la mayoría de esos edificios cayeron sobre las calles que hubieran estado llenas de automóviles y autobuses repletos de gente que hubieran sido aplastados por los edificios caídos.

Regresé a mi casa con trabajo, porque los desvíos de calles se habían multiplicado, y entonces sentí miedo, mucho miedo. Entre los edificios caídos había muchos a los que yo iba con frecuencia. El edificio donde habían vivido mis suegros y mi esposa, y donde muchas veces estuvieron mis hijos fue otro de los que se desplomó. Los pisos superiores del Hotel Continental (Hilton) donde había estado hacia unos pocos días con unos amigos viendo un espectáculo también se vinieron abajo.

Fue una gran tragedia que pudo haber sido muchísimo peor. Pero hay que destacar el espíritu de solidaridad de las personas y empresas de construcción que proporcionaron equipo y mano de obra para rescatar personas que habían quedado sepultadas vivas y en particular a un grupo de rescatistas apodados los topos que se metían con trabajo entre los restos de los edificios caídos, para localizar y rescatar personas que estuvieran sepultadas vivas.

Lo criticable fue la actitud del gobierno de México y en particular la del presidente Miguel de la Madrid. Primero no entendió la magnitud del desastre y rechazó la ayuda internacional que le ofrecían a México, solo para después reconocer que la realidad sobrepasaba en mucho las capacidades del gobierno mexicano y que sí necesitarían esa ayuda que antes había rechazado. Esto hizo perder tiempo y vidas.

Además, y en forma absurda, el presidente no permitió que se pusiera en práctica el plan de ayuda para desastres DN3 que tenía desarrollado el ejército mexicano y que hubiera ayudado a salvar más vidas. Hizo eso, porque no quería que la capital mexicana que entonces él gobernaba, quedara bajo control militar.

Y en medio de todo un milagro. El 26 de septiembre, de las ruinas de la sala de maternidad del Hospital Juárez, donde murieron unas 2,000 personas incluyendo pacientes, médicos y enfermeras, se logró rescatar con vida a 17 bebes recién nacidos que llevaban una semana sin comer ni beber. A estos bebes se les llamó “Los Bebés Milagro”. Sus madres murieron al derrumbarse el hospital, pero esos 17 bebés pudieron sobrevivir y hoy tienen 30 años de edad.

La respuesta del gobierno mexicano ante el terremoto de 1985, es otro más de los puntos negros que plagan a los corruptos gobiernos del PRI. Lo rescatable fue la demostración de solidaridad y esfuerzo por parte de la sociedad civil mexicana, que fue la que supo dar la cara ante la magnitud de la tragedia.


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