Hace tiempo que mi habitación huele a todos los vicios…
El miedo a no ser correspondido; echar de menos y más, cada vez más a los viejos amigos; encuentros con algún desconocido; los sentimientos a los que no estoy acostumbrada, tan ajenos que me aturden – sea por el orgullo y la ingenuidad de los que me alimento que por la prisa que llevo para seguir conociendo – ; las búsquedas insaciables donde no se hallan respuestas, o respuestas que obtienes pero no necesitas -tienes que hacer la pregunta correcta- ; los deberes que cada vez nos parecen más jodidos, porque pesa cumplir con las expectativas más allá de las pasiones – rebeldes nos dicen- ; la distancia con mis más entrañables personajes de la vida; la alegría que nunca parece ser suficiente porque entre todo esto tan banal, sugiero que estamos hechos para algo más; todas las sustancias psicoactivas que nunca necesarias pero siempre bienvenidas para cualquier placer sensual y auditivo -melodías, siempre melodías; danzando por la vida- ; los pecados que no queremos pero siempre cometemos porque, joder, son los más exquisitos; la culpa que no tiene función más allá de limitarnos en la iniciativa de vivir -reflexión, hablemos de reflexión y no de arrepentimiento- ; cada nuevo día donde aunque decididos y con un millón de planes encima, sostengo que caminamos sin rumbo en este terreno tan simple y a la vez complicado que llamamos vida.
Vamos perdiendo, encontrando – no sé si ganando- . Aprendiendo.