En 1937, cuando fue publicado Hacedor de Estrellas, el mundo se encaminaba hacia una nueva catástrofe. Nuestra Guerra Civil estaba ya en curso - y Stapledon hace alguna referencia a la misma - y los ejércitos de Europa afilaban bayonetas, preparándose para un nuevo baño de sangre, dando la impresión de no haber aprendido las terribles lecciones de 1914. Es natural que aquel resultara un momento ideal para reflexionar acerca de la naturaleza humana y si eran posibles otros caminos para hacer avanzar la civilización. Nada mejor para ésto que imaginar otros mundos, civilizaciones extraterrestres que, como la nuestra, viven momentos de auge y caída, de cooperación con otras razas o conflictos con éstas. Hacedor de Estrellas está contada en primera persona por un hombre corriente que va a vivir la más extraordinaria de las experiencias. Una noche especialmente clara contempla las estrellas y siente la grandeza del Universo, en contraste con la insignificancia de su ser (algo que hemos sentido todos alguna vez) y de pronto empieza a viajar por las estrellas, sin que se le ofrezca explicación alguna de este hecho. Poco a poco va aceptando su nueva condición metafísica y aprovecha su estado para visitar otros mundos de los que, a modo de antropólogo, (o la palabra equivalente que quepa aplicar para el estudio de las costumbres extraterrestres) va estudiando la conformación de diversos mundos y las relaciones que se establecen entre ellos. Y no solo esto, sino que también es capaz de establecer contacto telepático con alguno de sus habitantes y así comprender mejor unas psicologías a veces demasiado alejadas de la nuestra.
En los relatos de Stapledon, muy densos y repletos de imaginación, muchas de estas civilizaciones tropiezan con la misma piedra que la humana y acaban autodestruyéndose. Unas pocas se salvan, prosperan y sus habitantes, después del paso de milenios, acceden a un estadio superior. Pero la verdadera búsqueda del protagonista es la del responsable de la existencia del Universo - o de los Universos -, el llamado Hacedor de Estrellas, una tarea que, desde el punto de vista humano, no puede ser sino religiosa:"Si el Hacedor de Estrellas es Amor, sabemos que esto debe estar bien. Pero si no es Amor, si es alguna otra cosa, algún espíritu inhumano, esto está bien. Y si no es nada, si las estrellas y todo lo demás no son sus criaturas y subsisten por sí mismas y si el espíritu adorado no es más que una exquisita creación de nuestras mentes, entonces y otra vez esto está bien, esto y ninguna otra posibilidad. Pues no podemos saber si el amor ocupa su posición más alta en el trono o en la cruz. No podemos saber qué espíritu gobierna, pues en el trono se sienta la oscuridad. Sabemos, hemos visto, que en la disipación de los astros el amor es crucificado y, justamente, probándose a sí mismo y para la gloria del trono. Nuestros corazones reverencian el amor y todo lo que es humano. Sin embargo, también saludamos el trono y la oscuridad en el trono. Sea Amor o no Amor, nuestros corazones lo alaban por encima de la razón." La importancia de la obra de Stapleton para la historia de la ciencia ficción es indiscutible: influyó directamente en autores como Asimov, Heinlein o Niven. Sin embargo, la lectura de este libro puede ser un tanto indigesta por el afán totalizador del autor, por la desmesura de sus ideas metafísicas, tan ambiciosas como abrumadoras. Sin duda, la potente imaginación del escritor inunda los relato, pero también los lastra en parte, porque no hay límites a su fantasía y la única coherencia que ofrece es de origen más metafísico que científico. Todo esto no quiere decir que no se trate de una lectura imprescindible, puesto que estamos hablando nada menos que de los orígenes de la ciencia ficción moderna. También es cierto que Hacedor de Estrellas es una narración muy borgiana. El mismo Borges dijo de ella que es "además de una prodigiosa novela, un sistema probable o verosímil de la pluralidad de los mundos y de su dramática historia".