Naira baja las escaleras de su casa golpeteando la madera con los tacos. Su pelo ondulado juega con el viento que provoca su accionar hasta llegar a la planta baja. La camisa negra es resguardada por la campera negra de cuero en pleno Julio, y la pollera de moda verde la acompaña a sus dieciséis años. Las doce de la noche la ven abriendo las puertas de su casa para irse a bailar y olvidarse de las penas. Es por eso que al abrir la puerta y verlo, trata de cerrarla bruscamente. Pero él no la deja.
Milo es el responsable del berrinche herido de la bella adolescente. Ellos se conocen desde los cinco años, cuando el preescolar los recibió en el jardín del centro de la ciudad. A estos dos les bastó un banco de por medio, juegos y meriendas para hacerse inseparables. Con el paso del tiempo comenzaron a crecer juntos y compartir nuevas enseñanzas. Milo y Naiara, tan del deporte. Ella, jugadora de hockey. Él, de voley. Ella, tan risueña. Él, tan tranquilo. Ellos, tan amigos a través del tiempo.
A los nueve años Milo fue el compañero de Naira en la noche donde ella vería llegar a su hermanita al mundo. Supieron hacerse compañía de tan pequeños en la sala de un hospital. Anna llegó en medio de besos y abrazos, cuando dos nenes soñaban con jugar con ella y cuidarla. Vale aclarar que sus padres se hicieron amigos en las largas esperas en el jardín, fiestas de colegio y cumpleaños.
A los once Naira fue la única que pudo ver llorar a Milo cuando su abuela Clara falleció. Lo encontró en su habitación, a cinco cuadras de su casa, llorando entre sábanas. Fue ella quién le hizo, con sus pocos años, un té y galletitas para que la pena se le fuera y la recordara entre sonrisas.
A los trece años se fueron juntos de viaje de fin de curso a las sierras cordobesas. Todos sus amigos los acompañaron y en cada foto que guardan en sus computadoras, siempre están cerca el uno del otro. Milo tiene su preferida en una pileta acuática donde se tira junto a Naira de una montaña rusa. Ella guarda en su cuarto un cuadro junto donde están con su amigo abrazándose.
Pero, porque en toda historia hay uno, todo se complicó cuando Emma se hizo presente en el salón de quinto Economía. Emma, tan adolescente y mujer a la vez. Tan linda y extravagante. Tan avasallante sobre los chicos, y Milo en particular. Tan descarada para coquetear con él sin pudores y despertar en Naira la llama de los celos.
-¿Vos sos la novia? –le preguntó una mañana cuando ellos reían a carcajadas en la clase de gimnasia.
-No –dijeron ambos a la vez. Pero Milo tomó la palabra– es mi amiga –y Naira no supo porque le dolió esa afirmación.
-La mejor amiga –subrayó para luego darse media vuelta y seguir corriendo dejando solos a los futuros tortolitos.
En Abril la amistad se convirtió en turbulenta cuando Milo quiso agregar a casi todas las juntadas a su nueva amiga. Emma tomó protagonismo en el grupo pretendiéndolo y así ocupando un lugar que demás está decir molestó a Naira. Porque claro que ella era el alma de esos diez amigos, pero también era el alma de Milo. Y él supo quebrantar esa definición en Mayo.
Porque en el quinto mes del año Emma y Milo se convirtieron en amigovios. Sí, esa definición que los chicos usan para ser menos que novios y tener pocas responsabilidades, pero más que amigos para poder tener derechos y hacer escenas de celos. Como las que frecuentaba Emma cuando Milo compartía un chocolate en el bar con Naira, entrenamientos en el mismo club verdolaga y ni hablar de las noches de cine que quedaron en el olvido.
-Esta noche no puedo ir a ver películas, negra –el eterno apodo de Naira.
-¿Por qué? –ella acomodada en el sillón del living de su casa desilusionándose. – ¡Ya hice los pochoclos como a vos te gustan! –siempre una amiga cariñosa.
-Es que me llamó Emma para invitarme al cine y le dije que sí –a Naira le hierve la sangre de bronca y la garganta se invade del típico nudo de dolor. –Y me había olvidado de tu invitación –ella no menciona que ya es un clásico el encuentro de los viernes en su casa para ver películas de acción.
-Y decile que habías quedado conmigo –le da batalla.
-Dale, báncame en esta amiga –lo odia con todo su ser por hacerle eso.
-Hacé lo que quieras, Milo –ella está enojada y Milo se sorprende porque nunca actúa con reproches. –Si ella es más importante que yo, anda al cine y atragántate con los pochoclos –le corta el teléfono y se siente mejor.
A fines de Mayo se produce una ruptura y no hay risa o abrazo que pueda remontar la amistad rota. El dicho dice que tres son multitud, y en esta historia está bien aplicada. Pero no precisamente porque ellos tres no puedan ser amigos en el mismo grupo, sino porque Emma pretende enamorar a Milo. Y Naira también.
Sí, ella descubrió que su corazón late más fuerte cuando Milo se acerca. Que sus manos sudan cuando él la mira desde lejos (las peleas no los hacen hablar). Que su alma se transporta a otra galaxia cuando su voz se expande por el aula o su risa resuena en las juntadas de amigos y salidas. Y también entiende que se muere de dolor cuando lo ve cerca de Emma. Y no puede hacer más que huir en la noche de Junio.
-¿A dónde vas? –los gritos de Milo resuenan por las calles vacías hasta llegar a los oídos de ella.
-A mi casa –le responde cuando él se pone a su par y la mira mientras caminan.
-¿Por qué te vas así? –el salón de la fiesta es en el mismo barrio que ellos viven, a dos cuadras de la casa del morocho y siete de la castaña. -¿Podes parar? –la agarra fuerte del brazo y ella se suelta enojada. –Es peligroso para que estés sola por la calle –siempre tan responsable y coherente. -¿Qué te pasa, negra? –su voz suave le provoca llanto a Naira.
-Dejame tranquila –le dice escapándose de sus brazos para doblar a la esquina y querer salir corriendo. -¿No ves que no quiero que estés acá? –le grita cuando Milo vuelve a amarrarla en sus brazos y abrazarla para que deje de llorar. Él puede morirse si sabe que es el responsable de su malestar.
-¿Yo te hago mal? –Milo y sus diecisiete (él es dos meses mayor) la miran desde la misma altura con ojos apenados.
-Ella me hace mal –y no la nombra porque la odia. –Te olvidaste de mí desde que esa llegó al colegio –y señala algún punto como si la otra apareciera a arruinarle aún más la noche.
-Mentira –le dice él y se aniñan más. –Vos siempre serás mi preferida –le acaricia la mejilla y ve cómo ella cierra los ojos para ocultar lo que su boca no se limita a decir.
-Yo quiero ser más que tu preferida, Milo –su voz sale como un ruego que daña el corazón de su amigo. -¡¿No te das cuenta?! –lo pelea, se enoja y lo empuja para caminar unos cuantos pasos más hasta que él vuelve a agarrarla por los hombros.
-¿De qué me tengo que dar cuenta? –su ceño fruncido demuestra que está completamente perdido.
-¡Yo te amo, Milo! –le grita a los cuatro vientos mientras lo ve agrandar los ojos y bajar las manos de sus hombros.
Y Naira no es de aquellas adolescentes que pierden los estribos por el temor o se ocultan de lo que sienten. Ella toma las riendas de la situación y lo agarra de su camisa negra para acercarlo bruscamente y besarlo hasta quitarle el aliento. Él siente el impacto de su boca y por algunos segundos la deja actuar a ella mientras abre los ojos para comprobar que no es un sueño. Que su Naira lo está besando locamente en la puerta de su casa.
Los treinta días siguientes se pasan entre besos robados y experimentales. La noche festiva fue un antes y un después en la relación que mantuvieron por años. Porque ella quebrantó los códigos y fue por más. Porque en el amor y en la guerra todo vale. Y Naira supo sacar ventaja de los años a su lado para lograr enamorarlo. Y tanto fue así que Emma comenzó a tomar un lugar secundario sin quererlo. Pero siempre siendo lo suficientemente protagonista para incordiar a Naira y provocar peleas entre ellos dos. Tan adolescentes para sufrir, tan grandes para asumir.
La tarde del sábado de Julio se genera la gran batalla cuando Naira llega al club y ve a Emma en las gradas de la cancha de vóley. Sí, en el mismo partido donde Milo ganó un torneo importante y ella no fue porque tuvo que estudiar. En el mismo lugar donde días atrás se daban la mano y ahora Emma lo abraza estrepitosamente. Donde Naira lanza gritos y centellas y se va dejando mudos a unos cuantos y enojado al hombre de esta historia.
-¿Qué hacés acá? –ella puede ser muy reacia cuando está enojada.
-Quiero hablar con vos –él, en joggings, buzo y gorra de lana.
-No tengo tiempo –dice mirando su reloj y sacudiendo su pollera. Él la mira y la provoca, con la mirada de un hombre.
-Para mi tenes que tenerlo –le dice ingresando a la fuerza, cuando ella intenta nuevamente cerrarle la puerta, y posicionándose frente a sus ojos. Los padres de ambos cenan en la casa de Milo -¿No me vas a felicitar? –pregunta irónico porque está enojado.
-¿Por ser estúpido? ¡Te felicito! –el humor de los jóvenes.
-Por haber ganado un torneo que no viste –le recrimina y ella arde de la bronca.
-Estaba estudiando, idiota –ella es agresiva cuando necesita defender su maltratado corazón. –Además ya tenías compañía y de la buena –eleva sus ojos y sólo le falta morder sus labios. Es tan niña que Milo se muere de amor.
-Que pendeja que sos –y ése es el mayor insulto a una persona que cursa desde los trece a diecinueve años. Es peor que la mayor de las puteadas.
-¡Muy! –le vuelve a gritar. -¡Te vas de mi casa! –abre la puerta y ambos sienten al frío ingresar.
Él la mira y se acerca a cerrar la puerta, apoyarla a Naira contra ella y besarla hasta dejarla sin aliento. Ella lo corre porque no le gusta que la besen cuando está enojada y sólo logra que Milo se aferre más a su cuerpo. Su reacción libera los nervios de Naira que empieza a disfrutar de la boca de Milo. La mano de él acaricia su cara y luego su pelo desaliñado con la vincha negra que deja su belleza a la vista. Ellos se acarician como dos expertos a la hora de descubrir. Se investigan como dos locos cuando quieren emerger de la realidad. Se respiran en cuerpos ajenos cuando comprenden que quieren más.
-¿Estás segura? –consulta Milo al mirarla frente a sus ojos luego de que ella lo guíe a las escaleras para caminar los dieciocho escalones hasta el cuarto, y abrir la puerta de una patada para caer en la cama de sábanas verdes.
-Sí, estoy segura de querer que seas vos –la primera vez, claro.
-Yo también lo quiero –es su forma de confesarle que con Emma sólo fueron besos que no llegaron a más. Y que él la quiere a ella para inmiscuirse en el mundo del amor y la pasión.
Su sonrisa sincera lo desarma terriblemente. Porque Naira no es cualquiera para Milo, es la mujer a sus diecisiete años. Y es por eso que cada instante lo disfruta al máximo. La campera de cuero queda a un lado de la cama mientras ella suspira para calmar los galopes de su corazón. La camisa traslúcida desorbita los ojos de Milo mientras sus manos toman el control. Los besos se esparcen por la piel de porcelana de Naira mientras ella intenta acercarlo un poquito más. El cuello de ella es el receptor de la boca de Milo mientras sus manos la despojan de la camisa. Ella no se queda atrás y le quita el buzo y la remera mientras ambos se miran para no perderse. Porque ellos en los ojos del otro se encuentran. Se conocen, se investigan, se serenan. El tacto de él acaricia por primera vez a Naira de ésa forma tan distinta que la estremece en su totalidad. Luego se apegan para que ni el aire pueda separarlos mientras caen en la cama de una plaza y media. Él sobre ella toma el control. No hay centímetro de la piel de ésa mujer que Milo no se permita recorrer. Y lo mismo ocurre cuando le toca el turno a ella, quién se encarga de arrancarlo de sus pantalones (los calzados quedaron atrás hace rato). Se desorbitan en el colchón como los planetas que giran alrededor del sol. Se imprimen en sus necesidades como tinta en una hoja de papel. Y hasta me animo a decir que serían capaces de aferrarse bruscamente a sus pieles para no soltarse jamás. Porque Milo le pide que lo muerda fuerte en su hombro cuando su feminidad está causando dolor. Porque es ella la que le pide que no pare a pesar de tener los ojos lagrimosos. Porque ellos se entregan sin miramientos ni condiciones, usando como único obstáculo conocerse tanto para amarse sin barreras.
-Me encantó –dice él sin poder evitarlo. Es hombre, es su ley.
-Wow –ella siempre chistosa. Incluso cuando ya dio el paso de ser mujer– qué lindo momento –los dos están mirando hacia el techo oscuro mientras sus cuerpos respiran por separado.
-Vos sos linda, negra –se voltea para mirarla a los ojos y levanta una mano para acariciar su superficie. Ella es dulce como agua de rio.
-Vos sos mi primer hombre –le dice razonando de tal hecho que acaban de vivir. -¿Te das cuenta que nos conocemos de toda la vida y ahora vas a ser el primero siempre? –tan escandalosamente mujer.
-El único –le reclama enamorado. –Me alegra haber esperado –le confiesa cuando se acerca para taparla y besarle la cabeza. –Me alegra saber que siempre vas a estar en mi memoria, y en mi cuerpo –ellos se eligen desde que cruzan miradas en la sala verde.
-¿Y a la otra? –mujer, y niña sobre todo.
-¿Cuál otra? –le pregunta subiéndose a su cuerpo. –Para mí no hay otra que mi negrita –sus besos son el aire que le permiten respirar a Naira.
-Mejor así –le dice dando vueltas y quedando sobre su cuerpo. -¿Vos te das cuenta de lo que nos perdíamos mientras mirábamos películas los viernes? –cuestiona mientras lo besa en cada retazo de piel que encuentra. –Que tontos –le dice entregándose a él otra vez.
-Te amo –le susurra cuando se está quedando sin aire.
Y es en esa cama para dos que ellos entienden que la mejor forma de perdonarse, siempre, es haciendo el amor.