Es muy común escuchar en boca de lxs profesionales que asisten nacimientos la frase “yo hago partos” y también muy común que las mujeres y la sociedad en general repitamos ese discurso.
Esto que a simple vista parece una elección inofensiva en las palabras, en realidad demuestra todo un sistema de pensamiento y creencias en torno al nacimiento y la función de quienes lo asisten. Somos la sociedad que somos porque tenemos el lenguaje que tenemos, no hay nada azaroso en ello.
Antes de la entrada de los nacimientos a las instituciones médicas y del desplazamiento de las parteras por la figura del obstetra, el parto era visto como un proceso natural que había que acompañar y sostener desde el silencio, la conciencia y la paciencia. Sin embargo la entrada a la institución significó un cambio en el paradigma que hizo que se concibiera el embarazo como una enfermedad y el parto como un acto médico, de esta manera se gestó un cambio dramático en el modelo de atención y pasamos a ser intervenidas y medicalizadas por rutina a tal punto que se habla incluso de “manejo activo del parto” que no es otra cosa que la legitimación de los trabajos de parto inducidos y conducidos medicamente por los profesionales de la salud, donde quien desempeña el rol activo es el profesional y la mujer queda relegada a un lugar pasivo, donde es tan solo un pedazo de carne, un cuerpo que debe ser controlado, intervenido y conducido, despojada asi de la conciencia y el poder sobre su cuerpo y el proceso que está viviendo. En este contexto es real que son ellxs quienes “hacen” los partos, son ellxs quienes determinan cuando debe empezar, cuanto tiene que durar y los manejan con intervenciones y medicalización para que se ajusten a sus tiempos y protocolos.
Es verdad que los avances médicos y científicos nos ha proporcionado maniobras, aparatos y medicación que pueden ser de mucha utilidad a la hora de garantizar el bienestar de la madre y el bebé, pero es cierto también que, por un lado, según cifras oficiales y reconocidas solo el 20% de los nacimientos se los considera de riesgo y por ende justificada la intervención y lo que es aún más paradójico, se ha demostrado también, que estos mismos avances usados de manera rutinaria e indiscriminada han aumentado dramáticamente los riesgos para las mujeres y sus hijxs.
Esta aparente inocente palabra da cuenta de la verdadera raíz que sustenta el modelo de atención en el que hoy estamos sumidxs. Es el profesional, con todas sus intervenciones, aparatos y medicinas, quien es el protagonista del nacimiento y la madre y el bebé pasan a ser meros espectadores y utilería del despliegue médico. Lo que está en el eje, lo central e importante es el equipo médico, son ellxs quienes parecen ser indispensables en el nacimiento, incluso podría no venir la madre que ellxs hacen el parto igual. Esta visión es la que ha legitimado que nos roben nuestros partos, nos expropien de nuestros cuerpos y nos nieguen recibir a nuestrxs hijxs en amor e intimidad y no rodeadxs de miedo y violencia
Los únicos indispensables en un nacimiento, y por ende los verdaderos protagonistas son la persona gestante y su hijx, todo lo demás es escenario y secundario.
Pero esta palabra no es solo peligrosa por el hecho de poner al equipo médico como protagonista, sino porque revela también la concepción de base que ostenta el sistema médico hegemónico a la hora de concebir la atención en un nacimiento. Se trata de hacer, de intervenir, de medicalizar, si no para que inventamos todo lo que inventamos? si no como demostramos toda nuestra omnipotencia?
A ojos del sistema médico hegemónico, un buen profesional tiene ante todo que desplegar toda su capacidad realizando intervenciones de rutina demostrando así, nacimiento tras nacimiento toda su pericia y saber y la importancia de su presencia. Existe una creencia perversa, que se extiende también a los neonatólogos y que opera de manera inconsciente como un río subterráneo, según la cual si el profesional no hace nada durante el nacimiento su presencia era innecesaria y su capacidad nula. Decir “yo hago partos” no es solo robar el protagonismo si no evidenciar que la manera de atención que tiene es desde la intervención indiscriminada, un modelo de atención que se fundamenta también en la confianza ciega en las máquinas, las medicinas, las intervenciones y la duda permanente sobre la capacidad que tenemos las mujeres para parir. El triunfo de la manipulación sobre la fisiología. Justo lo contrario a lo que demuestra la evidencia médica y científica. Un parto se asiste, se acompaña, no se hace, ni se controla, ni se conduce.
Necesitamos profesionales que sepan cual es su lugar, en la sombra y como sostén y guardianes de un proceso fisiológico y que sepan también que es lo que se espera de ellxs, que NO hagan por hacer, que no metan mano porque no pueden con su deformación profesional, su costumbre y su impaciencia, pero ante todo necesitamos mujeres conscientes de su poder, de su protagonismo, que se informen, que busquen, que investiguen más allá de lo que su equipo médico tiene a bien decirles, mujeres que sepan desde el útero que los partos son suyos y de sus hijxs. Y necesitamos también compañerxs y familias que acompañen y nutran este camino, porque el sistema lo cambiamos quienes lo padecemos, quienes lo ejercen están muy felices consigo mismxs.