Revista Cultura y Ocio
Cuando llega a mis manos un libro de Páginas de Espuma tengo la sensación de que se trata de una obra artesanal, como si cada encuadernación fuera el resultado de un proceso único y minucioso (no cabe duda de que así es). Y si a ello se le suma la publicación de un autor como Andrés Neuman, la cosa mejora todavía más (si se podía).
He pasado los últimos meses en compañía de Hacerse el muerto. Intentando hacerme la muerta en Argentina y en España; intentando arribar a los recovecos del lenguaje que con suma destreza encara Neuman. ¿El resultado? El que me dejan todos los buenos libros. Deseos de explorar mucho más las posibilidades del lenguaje y unas ansias infinitas de seguir escribiendo. Los buenos libros tienen una doble ventaja: te ofrecen una realidad verídica que vuelve más irreales las propias circunstancias y, por otro lado, te renuevan la inspiración, te motivan a escribir y a intentar hacerlo cada vez mejor. ¿Se puede pedir más?
La lectura te permite aferrarte con más ahínco a la realidad que te has ido labrando pero también te recuerda lo finito de la existencia y te obliga a ponerte inevitablemente en camino. Le debo a Dostoyevski el deseo de llegar a analizar los límites más recónditos del alma humano y a Neuman la necesidad de hacerlo buscando un lenguaje cada vez más avisor y escurridizo, un lenguaje que se baste a sí mismo cuando llega al lector, que se convierta en lo que cada lector desee. Y siempre volvemos a Barthes, el compromiso del autor es escribir, pero el mismo compromiso deberíamos asumir los lectores: porque lo más maravilloso de la literatura es que puede reescribirse en cada lectura.
He escrito un artículo más extenso de esta obra en Poemas del Alma, los invito a que lo lean si así lo desean.
He pasado los últimos meses en compañía de Hacerse el muerto. Intentando hacerme la muerta en Argentina y en España; intentando arribar a los recovecos del lenguaje que con suma destreza encara Neuman. ¿El resultado? El que me dejan todos los buenos libros. Deseos de explorar mucho más las posibilidades del lenguaje y unas ansias infinitas de seguir escribiendo. Los buenos libros tienen una doble ventaja: te ofrecen una realidad verídica que vuelve más irreales las propias circunstancias y, por otro lado, te renuevan la inspiración, te motivan a escribir y a intentar hacerlo cada vez mejor. ¿Se puede pedir más?
La lectura te permite aferrarte con más ahínco a la realidad que te has ido labrando pero también te recuerda lo finito de la existencia y te obliga a ponerte inevitablemente en camino. Le debo a Dostoyevski el deseo de llegar a analizar los límites más recónditos del alma humano y a Neuman la necesidad de hacerlo buscando un lenguaje cada vez más avisor y escurridizo, un lenguaje que se baste a sí mismo cuando llega al lector, que se convierta en lo que cada lector desee. Y siempre volvemos a Barthes, el compromiso del autor es escribir, pero el mismo compromiso deberíamos asumir los lectores: porque lo más maravilloso de la literatura es que puede reescribirse en cada lectura.
He escrito un artículo más extenso de esta obra en Poemas del Alma, los invito a que lo lean si así lo desean.