Vivimos en un tiempo en el que, sesgados hacia solo lo evidente y tangible de las cosas, hemos dejado al margen los ideales hacia los que esas cosas apuntan para alcanzar la perfección, algo que solo puede detectar la mente humana. El arte ha recogido el espíritu de los tiempos y ha pretendido ceñirse a eso que supuestamente son las cosas antes de que la mente humana intervenga sobre ellas interpretándolas, antes de que añadamos a lo que ellas nos muestran nuestra racionalidad, nuestra pretensión de encontrar en ellas un porqué y un para qué. En suma, según los términos que usó Ortega y Gasset, el arte está deshumanizándose. Como era de prever, al final de ese trayecto, el arte moderno ha ido a parar al absurdo.