Revista Coaching
Hay una cosa, que hace tiempo empezó a llamar mi atención como madre, como coach y como una persona a quien le gusta meditar sobre el presente y el futuro que nace de él. Existe en mi interior una mezcla de curiosidad y responsabilidad, que a menudo me “obliga” a reflexionar sobre nuestros jóvenes, entre ellos sobre mi hija y futuros nietos. No soy partidaria de juzgar las nuevas generaciones, primero, porque me considero demasiado joven para pensar que sean tan diferentes que la mía, y segundo porque yo no sé nada. Estoy aquí para aprender a través de mis experiencias y errores y vivir mi vida en la mejor manera que pueda igual como el resto de las gente.
Sin embargo, veo que hay una diferencia bastante grande entre los jóvenes de hoy y nuestros bisabuelos, abuelos y padres en relación con las decisiones que marcan el rumbo de sus vidas. Las decisiones de las generaciones anteriores raramente eran suyos o solamente suyos; en ellas influyeron varios factores, como las tradiciones, la religión, la opinión de la sociedad, los consejos de la familia, etc.). Reglas y limitaciones que marcaron claramente el camino “correcto” y hacía falta tener mucha valentía y coraje para enfrentarse con estas fuerzas invisibles, -que además ofrecieron la posibilidad cómoda y durante mucho tiempo totalmente aceptada- de dejar el derecho de la decisión en la mano de otra/s persona/s.
Hoy en día no es así, los jóvenes quieren tener el derecho de decidir sobre su propio futuro, es más, muchas veces quieren excluir a la fuerza sus padres, profesores, la presión de la sociedad, olvidándose de que ya llevan a estas personas, sus valores y opiniones en su interior desde la niñez y estas personas determinantes si no por fuera, pues por dentro ejercen un poder increíble sobre ellos a la hora de decidir qué dirección tomar. Nuestros jóvenes quieren tener la libertad de vivir sus vidas conforme mejor les parezca y yo estaría a favor de que lo hicieran si podría asegurarme de que saben cómo hacerlo.
En la escuela nadie les habla de cómo tomar decisiones, cómo y qué objetivos fijar, cómo descubrir sus verdaderos deseos y lo más importante cómo convertirlos en realidad. A los que tienen más suerte les han tocado unos padres que ya tienen claro la importancia de sus objetivos, planes y gracias a su humildad y disponibilidad para aprender viven su vida en plenitud y transmiten a sus hijos este valioso “secreto”. Ellos representan más o menos el 5-8% de la sociedad. ¿Y el resto? ¿Será que a 92-95% de nuestros jóvenes no tienen ningún ejemplo a seguir ni cualquier fuente de donde sacar información sobre cómo ser feliz? Ni siquiera se imaginan que sea posible tener una vida completa en todos los sentidos porque nadie se lo demuestra, mientras muchos de ellos viven en su entorno la prueba innegable de lo contrario.
A pesar de lo que ven y experimentan en su alrededor, ellos sueñan con una vida perfecta y desde su niñez hasta llegar a ser adultos tiene que pasar mucho tiempo para que pierdan su deseo profundo de ser feliz y nosotros sus padres tenemos todos estos años para sembrar la semilla que más tarde les impedirá conformarse y identificarse con una existencia que no les corresponde, que les limita y aburre.
Y si no hacemos otra cosa solo asegurarnos de que hayan aprendido descubrir sus deseos, fijar sus objetivos, hacer sus planes de corto, mediano y largo plazo, y demostrarles que el éxito está a su alcance, ya hemos hecho lo suficiente para conservar ese poder del deseo sincero, que les permitirá querer crear su futuro en vez de aceptarlo.