Iniciamos el recorrido hacia Otero de Guardo y Camasobres. En Cubillo no encontré posada como San José y la Virgen. Hipólito, el señor que siempre alojó a las maestras, había tenido problemas con la última. Me enteré durante el viaje que emprendí desde Valladolid, ya en tren, pues mi padre marchó a La Coruña el domingo siguiente, 24. La familia se había trasladado desde septiembre porque, mis cuatro hermanas, necesitaban ir al cole. Y me quedé sola en Valladolid, salvo los días de Navidad, en nuestra casa, que se vendió años más tarde. Marcelino amaba Palencia y me contagió su amor a la misma. Y aquí sigo, ahora sola, pero mi corazón y mi mente, siempre con él. ¿Y por qué fuimos tan al Norte, en plena montaña?
¿Misterio? No. Cuestión de celos. Me explico: A mí se me acercó aquel sábado una joven mayor que yo y me animó a pedir Cubillo de Ojeda: "Está a 14 kilómetros de Cervera. Allí hay de todo, hasta baile". Me era lo mismo un pueblo que otro y me escribí en la mano Cubillo, con un boli. Me gusta bailar hasta con la escoba, ahora, ni con ella. Cuando leo, me siento plena y ni me muevo. Esa afición, la lectura, me ha salvado de una depresión -presagiada por familiares y amigos-. Marcelino ha sido TODO para mí. Y deseo que así sea hasta que podamos reunirnos. Según escribo me parece que estoy imitando a Corín Tellado. ¡Por favor!, Dúdenlo. Cuento lo que siento, así ocurrió. Sé, que para bien. Elegí en Palencia a pesar de haber sacado el número 16. No había más plazas en Valladolid y tuvimos que buscar acomodo las restantes opositoras con mejores notas. Subí a Cubillo, en el seiscientos de mi padre con dos amigas: Marita Serrano y Carmen Barcenilla.
Me llevaban un par de años y se maquillaban y usaban tacones. Yo, recién salida de mi colegio de Carmelitas de Madre Vedruna, en la calle Mantería, junto a la iglesia para que no se me olvidara visitar el sagrario...Bien, aquella joven, era la misma -lo supe al hablar con mis amigas en la vuelta a Palencia- que les aconsejó el pueblo elegido más tarde por ellas. No salieron de ellos -por la nieve-, hasta junio. Era la novia que, en palabras de Marcelino, "le ató por las lágrimas". Escribió Tristeza, amor acaso. Pensó que, como al salir de la escuela, daban un paseo, estaba enamorado de ella. Mi marido ya había pedido Becerril de Campos. Se lo dieron. El drama surgió al enterarse la muchacha de que el mozo se le iba. Y, llorando, se echó en sus brazos. No, si ya les decía antes que parecía una novela de Corín Tellado. Como yo era tan poca cosa: zapato plano, cara lavada y abrigo tipo colegial, no vio peligro. Me dejó cerca. Se equivocó: mis amigas tenían novio formal las dos. Por mi puntuación, en septiembre de 1.963, abrí el Grupo Escolar Juan Mena de la Cruz. El 21 de agosto del 64 nos casamos. Marcelino estaba en Becerril. En 1965, dando el pecho a mi hijo mayor, Javier, que nació el 30 de julio, me examiné de Oposiciones a Párvulos. Saqué el número 3, Magaz de Pisuerga. Está claro que me quedé en Palencia. ¿Cómo se decía antes en las novelas radiofónicas? ¡Ah, sí! queridos radiofónicos, otro día más...