Ante los atentados en París y Copenhague, y el antisemitismo ya inocultable y las agresiones de la creciente población musulmana defensora del yihadismo en Europa, Israel invita a los alrededor de 1,5 millones de judíos que aún viven en este continente a emigrar a su territorio.
Una mala solución, sobre todo, para los no judíos amantes de la ciencia, el arte y la cultura, la imaginación, la creatividad, el progreso humano y hasta el humor iconoclasta, tantas veces inteligente.
Si alguien representó el espíritu europeo fue Stefan Zweig, el pensador, escritor, analista, el cosmopolita y tolerante polígrafo judío austríaco que huyó del nazismo y se suicidó en Petrópolis, Brasil, en 1942.
Zweig se mató porque temía que su Europa culta y crecientemente libre se acabara para siempre, algo que entonces no ocurrió gracias a la derrota de Hitler.
Pero ahora, además del nazismo latente, lo que podría acabar con la mejor Europa es el islamofascismo aliado con los antisemitismos ultraderechista y ultraizquierdista, que acosa con su agresividad, violencia y atentados a parte de la población.
Lo sabían los alrededor de 7.000 judíos franceses que emigraron a Israel en 2014, el doble que en 2013 y se teme que mitad de 2015.
La mayoría son creadores de cultura, arte, ciencia, gente formada desde la infancia para engrandecer desde la medicina hasta la música culta o popular.
Europa podría quedarse sin sus judíos, y entonces morirá su espíritu. Desde que los romanos los expulsaron del antiguo Israel los judíos fueron hasta hoy, siendo tan pocos, motor de nuestro progreso.
Pero en Israel también peligran: les espera el odio de tantos musulmanes fanatizados y la bomba atómica que tarde o temprano obtendrán los ayatolás de Irán, cuya obsesión es destruir ese país, hacer otro Holocausto, la solución final que siempre buscan los antisemitas.
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SALAS