En 1.989, Depósito legal:BI-185, se publica mi obra Los jueces de Israel, en cuya página 150, se dice: “Señor Fiscal, yo no quiero que haya niños apátridas, sin hogar y sin tierra, primero, porque creo que eso es un crimen de lesa humanidad y, segundo, porque considero que, mientras haya niños así, sin patria y sin hogar, habrá terrorismo en el mundo, y sus hijos y los míos, señor, no podrán estar seguros nunca, sea cual fuere el lugar al que los enviemos, ya sean los rascacielos de Manhattan o los kibutzs del desierto....”.
O sea que, aplicando la puñetera lógica, predije con milimétrica exactitud, el horroroso e incalificable atentado del 11 de septiembre de 2.001 contra los dos famosos rascacielos de Manhattan, 12 años antes de que se produjera.
Aplicando la misma puñetera lógica, se puede predecir con la misma seguridad, que esta situación que ahora padece todo el mundo algún día se tiene que concretar, no en un atentado tan horroroso o más que aquel, sino en un levantamiento universal de todos los oprimidos contra todos los opresores.
Por supuesto que no es ni mucho menos inmediato, ni siquiera previsible todavía, pero es inevitable porque todo tiene un límite en este asqueroso mundo y ya está suficientemente comprobado que la avaricia insolente del capitalismo no tiene hartura porque forma parte intrínseca del alma humana ese afán inextinguible de acaparar lo que sea, tanto más cuando se trata de dinero y de poder. Porque el dinero y el poder los hace como dioses y éste afán de ser divinos también forma parte inevitable de la jodida condición humana.
El mundo se está polarizando hasta límites insoportable entre ricos absolutos y pobres de solemnidad y la distancia entre ambos bandos no sólo es material sino también emocional.
Resulta que los ricos odian a muerte a los pobres sin que se sepa muy bien por qué. “Que se jodan, coño, que se jodan”, gritaba hace poco en el Congreso, la cachorra de Fabra. ¿Miedo a que, al fin, comprendan que su única solución es una revolución integral que ponga todo el mundo patas arriba de tal manera que no haya más remedio que empezar otra vez y que ellos pierdan así todos sus inicuos privilegios?
Y se me dirá: “pero si eso ya está ocurriendo a escala nacional en algunos países que ya pasaron por ese sarampión comunitario que v. pronostica y la sociedad ha vuelto a estructurarse de nuevo con miles de millones de pobres y unos cuantos, muy pocos, ricos, véase, si no la Rusia actual”.
No sé, tal vez sea ésa la lección inexorable de la Historia. Quizá no haya posibilidad de redención para el ser humano.
Pero a mi me gustaría mucho creer que sí, que es posible que el hombre deje de ser ese lobo hambriento para el hombre que devora cada día miles de semejantes, entre los que se encuentran viejos como yo, mujeres como la mía y niños que apenas si han acabado de nacer.
Si no ese dicho tan gracioso de “paren este mundo un instante que yo me bajo” dejará de ser un chiste para convertirse en el deseo humano de la mayoría.