y algunos de sus abusos
Hacienda me recuerda cada vez más a aquel bravucón del colegio, algo más crecido de lo normal por haber repetido curso que, aunque torpe y con no demasiadas luces, aterrorizaba a los más indefensos en el patio durante el recreo. Y como aquel bravucón un tanto estúpido y lleno de granos, Hacienda da muestras continuas de su fuerza, sin importarle las consecuencias, o más bien sin pensar en ellas, porque lo de pensar tampoco es lo suyo.
A menudo recibo notificaciones en las que se me informa que fulanito o menganito les debe dinero a ellos, amenazándome con que yo me convierto en obligado al pago en el supuesto de que le deba dinero al que a su vez se lo debe a ellos.
Lo primero que me planteo al recibir uno de estos desagradables escritos es ¿por qué tengo que enterarme de lo que otra empresa debe a Hacienda? ¿Eso no debería de ir en contra de la Ley de Protección de Datos?
Por otra parte me repatea que sea yo quien tenga que pagar a Hacienda deudas de otros y que si no lo hago, acabaré siendo el responsable.
Estas cosas hacen mucho daño a las empresas y a su imagen frente a terceros por lo que, lejos de ser una solución, es un agravante al problema. La empresa se ve perseguida y acosada y al final ni siquiera puede cobrarle a sus clientes para sobrevivir porque los clientes están obligados a pagarle a Hacienda. Y lo más curioso es que puede que a esa misma empresa le deba dinero el Ayuntamiento, o la Consellería, o incluso el Gobierno Central… pero da lo mismo. Eso no importa ni es compensable.
Si hablamos de un alquiler u otro tipo de contrato con obligaciones de pago periódicas, el problema se eterniza porque el deudor (arrendatario en el caso de un alquiler) tendrá que pagar a Hacienda en cada uno de los vencimientos. Por si eso fuera poco, Hacienda, en su afán destructor, ha intentado en más de una ocasión embargar también créditos futuros no pactados en contrato. Por suerte, de momento los Tribunales no le han dado la razón, pero el simple hecho de que lo intenten resulta preocupante.
Ramón Cerdá