Revista Cultura y Ocio

Haga usted el favor de callarse...

Por Calvodemora
Haga usted el favor de callarse...
Pensaba hoy con un amigo en la orfandad absoluta que te deja el placer cuando se acaba. Sostenía que, al acabar The wire, la serie de la HBO, vivió esa zozobra, entrando en el mismo vértigo orgánico que sufre el enganchado en drogas de más dañino plumaje y, por supuesto, menor o nulo fuste artístico o sentimental. Como sucede en muy escasas ocasiones, coincidíamos en mucho, sin discrepar en nada. Presentimos, hincando el codo en la mesa de una terraza invernal, apurando unas cañas, la muerte del cine por obra de la mala educación de quienes lo frecuentan. No sé a qué atribuir esa defunción lamentable. Tampoco dónde encontrar los medicamentos que alivien el mal que sufre. Sé que se le quitan a uno las ganas de pagar una entrada y ocupar una butaca cuando maneja la posibilidad de que cualquiera puede aguarte la fiesta. Sencillamente no soporto que el acomodador no haga como debe su trabajo y no cierre cuando debe la puerta de acceso a la sala, permitiendo que la luz de afuera se proyecte en la pantalla o que sea yo el que, al ser molestado, pida al maleducado de turno que hable mucho más bajo o que directamente calle. Nada, al cabo, que cualquiera no reclame cuando le fastidian. Por eso (y porque aplaza uno el visionado de tal o cual película hasta que se edita en DVD o porque hay métodos expeditivos y eficientes) va uno menos al cine. Por las altas exigencias que inevitablemente usamos como tarjeta de presentación de nuestro carácter. Por el acomodador incapaz de cerrar la puerta cuando debe. Por la bolsa de patatas fritas que no se acaba nunca. Por el volumen inusualmente bajo o inusualmente alto. Por hacer más calor o más frío del soportable. Por el temor a que la orfandad maravillosa de que se consuma el placer nos pille con las lágrimas saltadas cuando prenden las luces y debes salir de la sala.


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