Haití perdió todo. Foto de Cristóbal Manuel.
Nueve meses después del terremoto que, el 12 de enero del 2010, asolara la isla de Haití en unos segundos, perdiendo todo cuanto tenía, Haití seguía destrozada, con 300 muertos contabilizados y 4.500 afectados. Los pocos sistemas de atención estaban desbordados y el cólera, una enfermedad que, si no se trata a su debido tiempo, puede acabar con la vida en cuestión de horas, acampaba en la isla, provocando unas diarreas tan agresivas que acababan rápidamente con cualquiera de los supervivientes. En medio del caos, el abandono de quienes gobernaban ese país, convertido en caldo de cultivo para cualquier enfermedad infecciosa y un millón trescientos mil ciudadanos habían conseguido vivir en tiendas de campaña.
Dos años después del terremoto, ni la mitad de las ayudas internacionales prometidas a bombo y platillo por los gobiernos de medio mundo ha llegado a isla. Medio millón de personas siguen viviendo bajo las lonas de las carpas. Las calles continúan llenas de escombros e Intermón Oxfam atribuye el retraso de las ayudas a la indecisión de su gobierno, a la falta de coordinación de los países donantes y a una Comisión Interina de Reconstrucción poco operativa. “La construcción a gran escala de nuevas viviendas no puede iniciarse si antes no se retiran los escombros – señala la portavoz de Oxfam–. El gobierno de Haití y los donantes deben priorizar de manera urgente este paso, esencial para permitir a la gente regresar a un hogar”, Además, las cifras no son mejores para las viviendas temporales: únicamente el 15% de los refugios necesarios ha sido construido. Según la Oficina del Enviado Especial de Naciones Unidas para Haití, el estudio señala que de los 2.100 millones de dólares comprometidos por los gobiernos para la reconstrucción del país en 2010, sólo el 42% había sido desembolsado a finales del pasado año.
A pesar de tanto olvido del resto del mundo, de tanta hipocresía, de tanta indecencia, Haití, dos años después del desastre, sigue vivo, renqueando.