Revista En Femenino

Haití, tierra de dolor y resistencia

Publicado el 05 febrero 2010 por Daniela @lasdiosas

“Somos el encuentro de diversas civilizaciones.
Este encuentro, como ocurre con varios otros pueblos,
nos ofrece una riqueza extraordinaria.
Nosotras, mujeres haitianas,
queremos valorizar nuestra raza mestiza
y debemos revalorizar nuestra ascendencia negra.
Nuestra cultura es fuertemente impregnada de herencia africana,
notadamente por la cultura vudú, única en sí misma.
A través de esta herencia,
podemos construir puentes para una realidad mejor"
Myriam Merlet
[1]
Haití y Quisqueya, palabras que vienen del idioma taino y significan respectivamente lugar de tierra alta y madre tierra, eran los nombres con que los indígenas tainos llamaban a su isla, que posteriormente sería bautizada como la Española por Cristóbal Colón, cuando desembarcó en ella el 5 de diciembre de 1492. Haití era el lugar perfecto, el paraíso según Colón, y quizá por ello pidió según dicen las historias allí ser enterrado.
Antes de la llegada de Colón, este territorio era habitado por los indígenas tainos que estaban organizados en 5 cacicazgos, uno de ellos fue el del cacique Caonabo, esposo de Anakaona, quien gobernaba la región de Maguana en la actual República Dominicana. Aún la Española no había sido cortada en dos, ni había España entregado a Francia la parte que correspondía al actual territorio de Haití mediante el tratado de Ryswick (1697) a cambio de recuperar el territorio de Cataluña.
En esos tiempos, la llegada de los españoles a la isla, recibida con alegría en un primer momento por los tainos constituyó la primera gran tragedia por la que atravesaría este pueblo y sus originarios integrantes. La resistencia taína frente al despojo de que eran objeto provocó la respuesta de los españoles, quienes comandados por Nicolás Obando y sus 2500 hombres, tomaron el control de Xaragua, que no había caído en manos de los invasores, matando primero a Canoabo, quien fue capturado y murió mientras lo llevaban a España, siendo su cuerpo arrojado al mar, y luego matando a los principales jefes indígenas y a Anakahona, la Flor de Oro en lengua taína, la legendaria jefa de la región, quien había tomado la posta de su esposo. Ella había logrado escapar en un primer momento para luego ser capturada y ahorcada, exponiéndose su cuerpo públicamente para conseguir un efecto ejemplificador.
Anakahona es la primera figura de la resistencia haitiana, pues si bien su areito y toda su historia es ahora recuperada y valorada en San Juan de la Maguana, en la República Dominicana, es parte del origen y de la memoria de resistencia de estos pueblos.
Quien ve las imágenes de Haití actualmente, más aún después del terrible sismo del 12 de enero, no puede imaginarse que estos territorios tuvieron una inmensa riqueza, al punto de que para Francia era la colonia que le proporcionaba los mayores ingresos, siendo conocida su capital Cap Français (ahora Cap Haïtien) como Paris del Nuevo Mundo, esto gracias al trabajo de los esclavos que fueron traídos en enormes cantidades de África, debido a la desaparición de los habitantes originarios de la isla. Esclavos que también morían mientras cultivaban la caña o el café en las grandes plantaciones y que eran sustituidos por otros esclavos que repetirían la misma historia.
Cansados de morirse, se levantaron, venciendo al ejercito de Bonaparte, considerado un genio de la guerra en 1804, el “invencible” que era inimaginable vencer en la época. Jean-Jacques Dessalines proclamó la Independencia de la Colonia de Saint Domingue y llamó al nuevo país como República de Haití, retomando el nombre taíno con que se conocía a toda la isla. Al lado de Dessalines estuvieron Toussaint L'Ouverture, Henri Christophe y Victoria Mantou, conocida como "Toya", quien junto a otras mujeres haitianas lucharon por su libertad, continuando el legado de Anacahona y las mujeres originarias de ese territorio. Esto no fue perdonado por Francia que, para reconocer la independencia, le exigió a la naciente Republica una indemnización de 150 millones de francos de oro, la que rebajó a 90 millones en 1838.
Demasiada pretensión para muchos, que veían en el ejemplo haitiano la posibilidad de que se expandiera a todos los rincones del planeta y que la esclavitud fuera abolida tan tempranamente. Vinieron luego las invasiones, como la norteamericana entre 1915 y 1934, el cambio de la constitución nacida con los aires de la libertad, los cobros de las deudas y la nefasta dictadura de los Duvalier, el padre primero (de 1957 a 1971) y el hijo después (de 1971 a 1986). Ambos fueron los jefes directos de los Tontons Macoutes, su guardia personal, los encargados de imponer el terror a diestra y siniestra a quienes se les opusieran. Con la instauración de los Duvalier, muchos de quienes estaban combatiéndolos, como las feministas, pasaron a la clandestinidad. Al caer la dictadura en abril del 86, 30 mil mujeres se tomaron las calles en una manifestación histórica, expresándose contra la violencia, la feminización de la pobreza, la represión que vivían, y empezaron a reorganizar el movimiento. Entre las que lideraron la manifestación, estaba Miriam Merlet, una de las feministas fallecidas en el terremoto.
La lucha de las mujeres y sus reivindicaciones expresaban la esperanza de todo un pueblo que, pese a la expoliación que había vivido desde su independencia, no dejaba de soñar con la posibilidad de ser dueño de su futuro. En 1991, en las primeras elecciones democráticas del país salió elegido Jean-Bertrand Aristide, que contó con un gran apoyo popular, pero al poco tiempo fue derrocado por intentar cumplir con sus promesas, como subir el salario mínimo de 1,76 a 2,94 dólares por día. La dictadura de Raoul Cedras trajo de nuevo a la memoria lo que fue Duvalier y sus violaciones a los derechos humanos, al crear las FRAPH (Frente para el Avance y el Progreso de Haití), organización sangrienta que persiguió con saña a quienes se oponían al golpe, siendo los responsables de violaciones y mutilaciones a las mujeres, utilizando como en muchas ocasiones los cuerpos de las mujeres como campo de batalla y como arma política, como lo determinó la Comisión de la Verdad y Justicia de Haití en 1996, y como puede visualizarse en el informe de la relatora especial sobre violencia contra la mujer Radhika Coomaraswamy.[2] El testimonio de Espérance, recogido en este último, es elocuente:
“el 13 de febrero de 1993 un grupo de hombres armados penetraron en la casa en la que Esperance vivía con sus padres, que eran activistas políticos. Revolvieron todo, violaron a su hermana de 19 años, la golpearon a ella y a sus hermanos, a su madre y a su padre y se llevaron a éste. Esperance no lo ha vuelto a ver…”
Las mujeres haitianas se organizaron para exigir justicia y aquí jugó un importante rol Magalie Marcelin , otra de las feministas víctimas del terremoto, quien organizó en 1997 en Puerto Príncipe el Tribunal Internacional contra la Violencia hacia las Mujeres, en donde se plantearon una serie de denuncias sobre los diferentes tipos de violencia que sufrían las mujeres haitianas.
Aristide fue repuesto y logró terminar su mandato, aunque en su segunda elección en el 2001 volvió a correr la misma suerte y fue derrocado en el 2004, momento en que se inició otra etapa oscura para el pueblo haitiano, especialmente para las mujeres. El 30 de abril ingresó la MINUSTAH (Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití), creada por el Consejo de Seguridad. Integrantes de estas fuerzas militares, abdicando de la misión de paz que se suponía debían cumplir, constituyeron otra fuente de represión para el pueblo, viéndose también involucrados en múltiples casos de violaciones a mujeres, como lo afirman las denuncias que se realizaron y que han sido investigadas por las propias Naciones Unidas.
El nefasto rol jugado por los cascos azules explica el temor que tiene la población haitiana y especialmente las mujeres frente a la presencia de miles y miles de soldados norteamericanos que llegaron por el terremoto a integrarse a los miles de cascos azules que se mantenían en Haití. Debe mencionarse que además de las acusaciones de violaciones sexuales, estos han sido señalados por favorecer la prostitución de niñas, siendo Magalie Marcelin una de las lideresas que logró que se deportara a por lo menos 100 cascos azules por estos hechos.
En un país en el que el 43% de los hogares son liderados por mujeres, han sido ellas las que han estado a la vanguardia de las luchas contra la violencia y por una vida digna, por salarios justos en las maquiladoras, en donde prima la mano de obra femenina entre los 25 y 35 años, mujeres jóvenes que tienen jornadas laborales de 70 horas, que son intimidadas si quieren organizarse y ganan un sueldo tres veces menor a los de República Dominicana[3].
Mujeres como Myriam Merlet, Magalie Marcellin y Anne-Marie Coriolan, esta última luchadora contra la violencia de género y también fallecida en el terremoto, constituyen el espíritu del pueblo haitiano y su accionar público y organizado ayuda a mostrar la otra imagen, su nivel de organización, su resistencia, frente a la imagen de caos, desorden y anomia que quieren mostrarnos los grandes medios como verdades irremediables, queriendo convencernos de que el país ha desaparecido con el terremoto, que no hay ciudadanos, ciudadanas, sino mendigos a los que hay que ayudar. Para algunos, esto incluye llevarse sus hijos e hijas de manera clandestina, pasando por encima de las instituciones encargadas, que aunque frágiles en este momento existen, como existe la organización y la solidaridad, como bien lo señala Sabine Manigat, politóloga y profesora de la Universidad Quisqueya en Puerto Príncipe, cuando nos cuenta en un correo circulado por la Red RIMA de Argentina:
“.. los circuitos cívicos fueron durante varios días los únicos en operación que abastecieron de agua. La economía informal da aquí lo mejor de su potencial y gracias a las solidaridades de base la gente come, mientras duran sus magras reservas. La determinación y la serenidad, entre otros rasgos socioculturales de este país, pueden más que las frustraciones y la cólera y demuestran el potencial organizativo para lograr una distribución más rápida y eficiente de la ayuda.”
Y es esa la apuesta que ha hecho el movimiento feminista latinoamericano, al establecer el Campamento Feminista Internacional "Myriam Merlet, Anne-Marie Coriolan y Magalie Marcelin" en memoria de las luchadoras haitianas fallecidas en el siniestro, en un esfuerzo mancomunado por aportar a fortalecer las organizaciones del país, apoyar a las mujeres, que son generalmente las más afectadas en situaciones de desastre, y garantizar que lleguen los recursos a ellas, que sean atendidas. El campamento es también una forma de extender la mano solidaria de muchos otros y otras que en Latinoamérica creemos en que Haití saldrá adelante con su gente, con sus medios, sin necesidad de tropas y sí con mucha solidaridad y apoyo sin condiciones, y que el futuro está en manos de su propia gente que ha dado al mundo siempre, desde sus madres fundadoras ejemplo de resistencia, valor y dignidad.
Rosa Montalvo Reinoso
[email protected]
La Ciudad de las Diosas
[1] En una entrevista realiza por Bonfim Evandro para su artículo “Mujeres haitianas mantienen tradición libertaria del país”, publicado por Adital el 8 de marzo del 2004.
[2] Adición al Informe de la Relatora Especial sobre la violencia contra la mujer, con inclusión de causas y consecuencias, 1999. Visita a Haití E/CN 2/2000/68/ADD3, 27 de enero del 2000
[3] 2007, Informe anual sobre los derechos sindicales, ITUC-CSI-IGB 2007 www.ituc-csi.org


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