Desde niño fui a El Molinón, donde vi ascender a primera al equipo local, después, el tiempo y el trabajo me privaron de las tardes de fútbol, menos añoradas que aquellas discusiones sobre el partido que se prolongaban hasta bien entrada la noche. Eran otros años, cuando los jugadores vestían calzón corto y no se consideraban superestrellas del deporte. Ahora, mi Sporting de toda la vida, se moderniza, pone hasta un museo, destacando las virtudes de su equipo, “entrega, valor y compromiso”, con una traducción ridícula e incorrecta, lo mismo que las virtudes del club. Ni cuando yo era niño se sentían los colores de la camiseta, eran mucho más importantes la ficha y la nómina y recuerdo al Sr. Uría correr defendiendo el uniforme azul del Oviedo y, poco tiempo después, el del Gijón. Pero además, la versión inglesa (tampoco entiendo por qué ha de ponerse en inglés cuando el nuestro es, con mucho, el segundo idioma del mundo occidental) se la encargaron a un licenciado (o doctor, vaya vd. a saber) a quien el deporte y el club le despertaban el mismo interés. Resultado: Mofas en todas las redes sociales de este Sporting del alma. Y lo peor: Merecidas.