Apenas quedan unas horas para la, para muchos, esperada noche de Halloween. Colegios, tiendas, centro públicos y privados están decorados con motivos de fantasmas, brujas o murciélagos con el fin de conmemorar la fiesta más terroríficas de cuantas se conoce. A pesar de que la mayoría de las personas le atribuye un origen pagano y norteamericano, lo cierto es que esta celebración proviene de muchísimo más antiguo, pues ya nuestros antepasados celtas celebraban la noche del 31 de octubre la apertura de la puerta que separa el mundo de los vivos y de los muertos.
A lo largo de la historia, la Iglesia ha intentado acabar con esta tradición milenaria. Pero poco han podido hacer los mandatos papales contra la todopoderosa industria de las majors norteamaricanas que han revitalizado, popularizado y reinventado Halloween como una fecha en la que reinan por excelencia los disfraces, dulces y calabazas.Las cifras que se mueven tras la fiesta de Halloween o Samain son considerables. La industria publicitaria hace su agosto recreando una escalofriante atmósfera con abominables ventas de disfraces y elementos decorativos de todo tipo. Pero no debemos olvidar que, mientras los vivos rompemos el cerdito para sacar el máximo provecho de esta jornada, las almas de los fallecidos vagan por doquier en esta noche, cuando menos, mágica.
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