Revista En Femenino

¡Han empezado a llamarme señora!

Por Odellera

Reflexiones


¿Soy una señora?

Estaba pensando sobre qué podía escribir y de repente, he dado con un post que se titula “7 signos que tienes alma de señora”. Lo he leído, y la verdad, no me he identificado con ninguno de esos signos. Pero al menos me ha servido para decidir que iba a escribir sobre ese tema. Ya que he sobrepasado la delgada línea que separa a “las chicas” de “las señoras” y puedo contar lo que supone empezar esa nueva etapa.

Dicen que los 40 son los nuevos 20  (iba a soltar un taco). Pues… ¡Un pollum como una ollum! Que no. Que una cosa es lo que nos gustaría y otra distinta lo que es. Que por más que  neguemos nuestra decrepitud, llega ese momento traumático en el que, por primera vez, alguien se atreve a llamarnos: SE-ÑO-RA. ¡¡¡Noooooooooooooo!!!! (grito de desesperación con lágrimas en los ojos).

La primera vez que te llaman señora es la peor:

Suele decirse que la primera vez es la peor. Y la primera vez que te llaman “señora” no es una excepción. Te quedas de piedra, no sabes cómo reaccionar. Es algo inesperado que te deja con esta cara:

Eso si no te das la vuelta pensando que lo de “señora” va para la persona que tienes detrás; en el 99% de los casos, detrás, no hay nadie. Y es que para las mujeres este sea uno de los momentos más dolorosos de nuestra existencia, y reaccionamos de 3 maneras distintas:

“Perdona, ¿lo de señora me lo dices a mí?”

La ofendida suele hacer la pregunta en un tono bastante agudo, con un gesto exagerado de brazo y mano auto señalándose, mientras pone cara de “repite lo de señora y te arranco la lengua, ¡bruja!”

“Lo de señora se lo debe decir a todas las mujeres”

El autoengaño es uno de los recursos más habituales. Pero se desmonta como un Lego en el momento en que la misma persona que ha blasfemado, se dirige a otra mujer con el apelativo de “joven”.

“Esta tía/tío tiene legañas en los ojos”

Puede que sí, que la persona que te ha llamado señora no te haya mirado con buenos ojos. Pero… ¿no es un poco misterioso que los problemas oftalmológicos hayan aumentado de forma directamente proporcional al aumento de las velas en tu pastel de cumpleaños?

En fin, las excusas pueden ser varias, pero el tiempo acaba corroborando nuestro nuevo status de “señora”. Y por más que nos cabree, no hay marcha atrás. A partir de aquí, todo es bajada y sin frenos.

Lo de “señora” es relativo:

Por más espíritu joven que tengamos, la entropía va a terminar por jodernos el envoltorio. Es cuestión de tiempo. Ir con mini falda, tatuarnos los brazos, lucir pendientes en la nariz, o untarnos con capas de maquillaje… no va a evitar que:

  • Nos salgan canas, que los pelillos del bigote nos emigren a la barbilla.
  • Las graciosas arruguitas que solían salirnos al reír se conviertan en trincheras.
  • Ante un retraso en el periodo lo primero que nos venga a la cabeza sea la menopausia.

Ley de vida (me cago en el que la inventó) o lo que es lo mismo: metamorfosis de chica a señora.

Pero no desesperemos, todavía hay esperanza. Porque ante los/las insensibles que se atreven a llamarnos “señoras”, tenemos a las “guerrillas sube ánimos”. Me refiero a esas personas de la tercera edad que, si estás por debajo de los 80 tacos, siguen considerando que eres un lechoncito; aunque rebases los 50, te van a regalar los oídos con eso de: “juventud divino tesoro”; tampoco hay que extrañarse, son los mismos que dicen que se ha muerto “un chaval” de 95 años.

Como ves, todo es relativo. Incluso lo de «señora».

Albert Einstein y las señoras:

Decía el gran Albert Einstein que él jamás pensaba en el futuro, porque llegaba demasiado pronto. Y es verdad. Llega así. ¡Pluf! Sin avisar. Sin darte cuenta. Ya has dejado de ser una “bollicao” para convertirte en una señora. Pero eso no debe preocuparnos, porque no todo son desventajas. Ahora tenemos carta blanca para hacer o decir cosas que antes no nos atrevíamos. Tan solo debemos tener la precaución de usar las frases comodín: «Es que ya tengo una edad» o «Mi cuerpo ya no está para esos trotes».

Que nos llaman las amigas y no nos apetece salir:

—Uy, he tenido una semana fatal en la oficina. Paso chicas. Mi cuerpo ya no está para esos trotes.

Que subimos una cuesta y arrastramos la lengua por el suelo:

—Qué queréis, una ya tiene una edad. Y así, con todo. Ser señora nos permite ponerle morro al asunto, y hacer lo que nos sale del toto sin remordimientos.

De repente, aquello que tantas veces oímos decir a nuestra abuela «a mi edad ya he perdido la vergüenza», empieza a cobrar sentido. Y al final, te das cuenta que lo único cierto en todo este asunto es, que la edad, solo tiene importancia si eres un queso o un vino. Y hablando de vino… voy a tomarme una copita para ahogar las penas de la edad.

No olvides dejar tus comentarios de «señora» más abajo. ¡Salud!

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About the Author
¡Han empezado a llamarme señora!

Olga

Adicta al chocolate y soñadora. Me dedico a escribir por placer.

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