Revista Filosofía

Hannah Arendt y la senda aristotélica (II)

Por Zegmed

Hannah Arendt y la senda aristotélica (II)

Una pista nos la confiere La condición humana (LCH)[1], allí, en un pasaje que podría pasar desapercibido, Arendt hace una muy interesante acotación respecto de la valoración aristotélica de la virtud más valiosa en el hombre:

“La definición aristotélica del hombre como zoon politikon no sólo no guardaba relación, sino que se oponía a la asociación natural experimentada en la vida familiar; únicamente se la puede entender por completo si añadimos su segunda definición del hombre como zoon logon ekhon («ser vivo capaz de discurso»). La traducción latina de esta expresión por animal rationale se basa en una mala interpretación no menos fundamental que la de «animal social». Aristóteles no definía al hombre en general ni indicaba la más elevada aptitud humana, que para él no era el logos, es decir, el discurso o la razón, sino el nous, o sea, la contemplación, cuya principal característica es que su contenido no puede traducirse en discurso. Aristóteles únicamente formuló la opinión corriente de la polis sobre el hombre y la forma de vida política y, según esta opinión, todo el que estaba fuera de la polis —esclavos y bárbaros— eran aneu logou, desprovisto, claro está, no de la facultad de discurso, sino de una forma de vida en la que el discurso y sólo este tenía sentido y donde la preocupación primera de los ciudadanos era hablar entre ellos”[2].

El contexto de la cita es casi el inicio del capítulo segundo, “La esfera pública y la privada”, del libro mencionado y Arendt está empezando a desarrollar los puntos de diferencia más importantes entre ambos terrenos. Para ello hará un recorrido histórico por la Grecia antigua para especificar que ya desde aquella época había una fuerte distinción entre lo privado (el ámbito de lo familiar, el ámbito de la privación) y lo público (que era propiamente el terreno político, el ámbito de la libertad). La cita tiene como propósito introducir esa diferencia; no obstante, menciona allí algo muy interesante que nos sirve como una intuición de por qué Arendt prefirió a Kant y no a Aristóteles para pensar el juicio sobre lo particular. Allí Arendt deja muy claro que para Aristóteles la más elevada aptitud del hombre es el nous, la intuición racional podríamos traducir, que, efectivamente, está vinculada estrechamente con la actividad contemplativa. Esto, como se mencionó en una nota anterior, es un auténtico problema de debate; problema en el cual Arendt parece tomar partido por la tradición que ve en Aristóteles a aquel filósofo que privilegia a la contemplación por encima de cualquier otra actividad y, por ello al nous. En las líneas que siguen, trataré de ofrecer una presentación de la cuestión con la finalidad de reconciliar en Aristóteles el problema relativo a la relación entre política y contemplación y así sugerir el camino de salida que nos conduzca también a una ruta favorable a la relación Arendt-Aristóteles.

Como puede verse, el problema radica en la posibilidad de conciliar y vincular el rol de la vida virtuosa con la felicidad, que parecería estar asociada exclusivamente a la contemplación. Una de las más interesantes entradas al debate ha sido realizada por Hardie y refiere a una doble concepción de la felicidad en la ética aristotélica. La tesis nos lleva a una distinción respecto de cómo se concibe el telos de la vida. Habría, según Hardie, un fin «inclusivo» y otro «dominante», ambos confundidos y entremezclados. El fin «inclusivo» concibe a la eudaimonia como “un fin secundario, cuyo logro no se puede alcanzar de modo directo sino que emerge del logro de todos y cada uno de los fines primarios a lo largo de una vida completa”[3]. La otra lectura posible, la del fin «dominante», “identifica una única función o actividad del ser humano como un fin dominante, haciendo de la capacidad más alta entre todas las posibles para el hombre y del ejercicio de esa capacidad la única forma de felicidad digna de él, con exclusión de las demás. Por cierto, ésta es para Aristóteles la actividad de la parte más racional del alma y, como tal, la más divina.

De este modo, la contemplación, theoría, se convierte en un fin excluyente y la vida contemplativa se transforma en una especie de conducta ascética que puede prescindir de los demás bienes[4]”[5]. Lo que aquí sugerimos, es que las dos tesis sí son compatibles y que para tratar de probarlo debemos dirigirnos con peculiar atención a las relaciones que se pueden establecer entre el nous y la experiencia concreta de la deliberación que conduce a la elección concreta (asociada a la phrónesis). Para esto podemos hacer una doble entrada: una desde el trabajo de W.F.R. Hardie y la otra desde la lectura de John Dudley. Ambos nos ofrecen desde perspectivas algo distintas, elementos que nos permiten reconciliar la aparente escisión que el mismo Aristóteles nos deja y con ello nos ayudarán a retomar el problema en la senda de Arendt. Sobra decir que, por no ser este un trabajo sobre Aristóteles obviaremos buena parte del material algo erudito de ambos autores para solo ofrecer aquellas pinceladas que sea útiles para los fines que aquí nos proponemos.


[1] Arendt, H., La Condición Humana, Barcelona: Paidós, 1993.

[2] Ibid. pp. 40-41.

[3] Esta es la tesis que subyace a la presentación preliminar que hicimos de Aristóteles líneas arriba, la que está más orientada por la idea de que la política es la forma de vida más digna, el bien del hombre (1094b).

[4] Esta tesis, se sostiene básicamente en el libro décimo de la EN, entre otros fragmentos, en este:

“Si la felicidad es una actividad de acuerdo con la virtud, es razonable que sea una actividad de acuerdo con la virtud más excelsa, y ésta será una actividad de la parte mejor del hombre [...] la actividad de acuerdo con la virtud [de la parte más divina que hay en nosotros] será la felicidad perfecta. Y esta actividad es contemplativa [...]” (EN 1177 a 12-18).

[5] Guariglia, O. Op. cit. p. 316.


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