Revista Comunicación

Happy ending

Publicado el 12 enero 2010 por Mariocrespo @1MarioCrespo
Happy ending
Después de 17 números, la revista Alex Lootz, coordinada por Iñaki Echarte, interrumpe su publicación.
Mi enhorabuena por el trabajo realizado en este tiempo y mi agradecimiento por el trato recibido en sus páginas.
Te dejo con el editorial y el relato De casta le viene al galgo, de un servidor.
Querido lector:
tienes ante tus ojos el último número de alex_lootz, revista literaria. Después del 17 no habrá más, no vendrá el 18. Pero no es cierta esa frase que dice que no quedará nada. Quedará mucho. Habrá mucho. Es imposible resumir lo que ha sido de la vida de todos las personas que han dejado su huella e esta publicación, de las nuevas conexiones que ha hecho posible, a su vez, nuevas historias. Historias no siempre reales, de esas que se sufren en la piel, historias que son palabras, imágenes. Arte. Todo está en estas páginas y en las expresiones artísticas (futuras) de todos aquellos que han colaborado con nosotros. Este es un último número, pero nos resistimos a llamarlo final.
www.alexlootz.com
Índice editorial 17
ensayo
david mardaras luz, aire, acción (prólogo de zapatos imposibles de estel juliá)
poesía
estel juliá tenerte
franci xavier muñoz cuerpos perfectos
aitor zancajo despierta, enorme
narrativa
mario crespo de casta le viene al galgo
javier marjalizo el café eterno
eduardo laporte el primer y último relato que escribió para alex_lootz
áfrica
paloma benavente áfrica (17) (y fin)
y siempre alex
alex lootz ángel

Nota de Iñaki Echarte: Si quieres recibir el pdf con el último número de alex_lootz, pídelo a alexlootz(arroba)yahoo.es.
De casta le viene al galgo
Llegar a casa tras una dura jornada en la obra y tener que atender al pequeño, es algo a lo que aún no me he acostumbrado. Mi mujer, Judith, trabaja de noches, y en días laborables apenas nos vemos. La vida es así, me dijo mi abuelo justo antes de que compráramos el piso. Un círculo, una monotonía sólo rota por los pequeños detalles. La vida es levantarte cada mañana a las seis y escuchar la radio como si fuera la banda sonora original de tu día, como acompañamiento a tu soledad, a la que siento en el asiento de esa máquina monstruosa, de esa pala gigante que uso para recoger escombro y depositarlo en la bañera del camión.
Tener todo pagado con treinta y cinco años no es tarea fácil. Trabaja duro durante veinticinco y podrás adquirir un piso en propiedad, previo pago de los intereses al banco, claro. Eso es lo que nos venden. La letra del coche es distinta, en un par de años lo tienes hecho. Justo cuando pasas la primera ITV, justo cuando hay que cambiar neumáticos, cuando el cárter y los manguitos comienzan a dar problemas, cuando la maquinaria del consumo está ya preparada para engullir las reparaciones del auto. Tener un coche en propiedad te sale mucho más caro que ser socio de un club de polo o un asiduo al Casino del Sardinero. Pero queríamos ser una familia normal de clase media, una familia que pudiera salir a pasear con sus niños sin envidiar la ropa de nadie, ni las joyas, ni siquiera el carrito del bebé. Una familia como Dios manda, como exige la sociedad. Por eso me puse a trabajar como autónomo.
El negocio lo conozco desde hace años. Mi tío Juancar ya hacía sus pinitos en los ochenta. Por entonces se trabajaba más otro género. El contacto con la Costa era constante. Expediciones profesionales partían desde nuestra capital con dirección a La Pobra do Caramiñal y Vilanova. Aún recuerdo aquel Talbot Solara. Una berlina que destilaba clase desde cualquier ángulo que se mirase. Una limusina de lujo para un negocio con glamour. Kundas que subían y bajaban mensualmente, repartos a domicilio por la provincia, experimentos y tratamientos llevados a cabo en las cocinas… todo un universo de esmalte blanco donde el olor a éter se mezclaba con el del papel de los billetes. Había dinero por todas partes, billetes grandes, por lo general. A Rosalía y Pérez Galdós ni se les veía. Siempre lo he dicho: la cultura no da dinero. La cara del Rey y la del Príncipe eran las más habituales. Aquellos extintos billetes de diez mil provocaron mi incondicional amor a la Corona, al lujo. Y así se aprende el negocio. La manipulación química aumenta la ganancia; cuanto más divides, más multiplicas. Pero en el fondo te sale más caro: te genera más molestias, más yonquis, más suciedad y, sobre todo, más peligro. Y así he acabado aquí.
Una cocainómana del barrio se presentó en mi casa con el mono. Gritaba y babeaba a la puerta, y decidí no abrirle. De tanto llamar consiguió quemar el timbre: de la caja de resonancia comenzó a salir humo y una pequeña llamarada. Me indignó tanto su acción que bajé y la eché a empellones del portal. El pequeño Aquiles, mi bebé, se quedó solo mientras yo me deshacía de la yonqui. Fue todo muy rápido, y muy confuso. Es cierto que estaba cortando la coca en el salón, pero no podía suponer que Aquiles tuviera fuerza suficiente para volcar la cuna, gatear hasta la mesita y hundir su pequeño dedo en la nieve.
Aunque ha sufrido taquicardias, se encuentra estable. Y lo demás, señor agente, ya se lo he contado.

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