Hará significa literalmente «cultivo de la vida» o «centro vital». Significa el centro de gravedad. Pero este centro de gravedad debe considerarse en un sentido mucho más amplio.
Hará es el punto de equilibrio de nuestra vida física, mental, emocional y espiritual. Cuando se dice que alguien está centrado, equilibrado y enfocado, está en contacto con hará. En Oriente el significado de hará es tan amplio, tan extenso, que sería erróneo sugerir que se puede resumir en una sola frase o un conjunto corto de frases. El cultivo de y la comunión con hará es una empresa de toda la vida para los japoneses.
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Todas las artes marciales, todas las artes culturales (entre ellas la pintura y la música), todas las disciplinas espirituales y todas las transacciones de negocios se realizan, con mayor o menor éxito, desde el propio hará
Hará es el centro del yo; es la raíz espiritual de la propia vida. Así como las raíces de un árbol se hunden en la tierra para extraer el sustento, hará es la raíz de la cual se extrae el poder y la conexión con la energía universal. Hará es nuestro cordón umbilical. La energía universal entra en nuestro ser a través del hará.
En su maravilloso libro Hará: The Vital Center of Man [Hará: El centro vital del hombre], Karlfried Graf von Durckheim señala que los seres humanos siempre estamos suspendidos entre los polos arquetí- picos del cielo y la Tierra, el espacio y el tiempo. Estos polos nos atraen desde sus posiciones ventajosas: el cielo nos impulsa hacia ideales superiores y la comunión última con el espíritu; la Tierra nos atrae hacia el deseo de éxito, poder, riqueza y longevidad. La dualidad cielo y Tierra se representa en nuestra limitada existencia espacial-temporal en la Tierra.
Esta dualidad nos crea en el interior un abrumador conjunto de tensiones, cada una tirando hacia su dirección. La vida de un hombre o una mujer es una lucha por integrar esos arquetipos. Podemos engañarnos a nosotros mismos pensando que esos dominios existen fuera de nosotros, pero de hecho el cielo y la Tierra son dominios que están en el interior de nuestras conciencias. Por lo tanto, la vida en sí misma es un intento por integrar esos dos polos antagónicos y complementarios. Con frecuencia cedemos ante uno u otro, abandonando la Tierra por el cielo, o renunciando al cielo por las avasalladoras tentaciones de la Tierra. ¿Dónde está el equilibrio y la integración? La respuesta es: en hará.
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Hará es el modo de integración. Es el verdadero centro del ser, donde se armoniza la dualidad de la vida. En nuestro centro espiritual, hará, hay paz y equilibrio. Por lo tanto, el oriental cultiva una actitud que intenta que cada movimiento y acto proceda de su hará. En cuanto centro vital, hará es la fuente de la salud, la vitalidad personal y la resistencia. Cuando una persona actúa desde hará, se mueve sin esfuerzo. Es llevada y sostenida por el poder infinito del Universo, es una con el Tao. Si bien un estudio del hará puede alcanzar alturas sublimes, el hará en sí mismo es eminentemente práctico en su aplicación a la vida.
Todos los objetos físicos, incluidos nuestros cuerpos, tienen un centro de gravedad desde el cual logran el equilibrio. Si el centro de gravedad está bajo, el objeto permanece firmemente asentado en cualquier superficie. No se lo puede mover fácilmente. Si el centro de gravedad está alto, el objeto se desequilibra y puede moverse o derribarse con facilidad. Las cosas que tienen el peso arriba se caen fácilmente. Las cosas que lo tienen abajo no se caen.
En el cuerpo humano, el hará ocupa la zona general situada entre el plexo solar y el hueso púbico. A eso se debe que, tradicionalmente, los orientales dicen que la persona que tiene el hará fuerte tiene redaños, es decir valor. Las personas que tienen desarrollado el hará son valientes y tienen capacidad de aguante, de resistencia. El hará se considera como un segundo cerebro; también se lo llama «el cerebro pequeño». Directamente detrás de la zona en que está situado, debajo del plexo solar en la columna, hay un haz de nervios que representa la mayor concentración de nervios que existe fuera del cerebro. Esta concentración de nervios es responsable de muchos de los movimientos de la parte inferior del cuerpo.
Cuando se le corta la cabeza a un pollo, por ejemplo, el cuerpo del pollo sigue corriendo, aunque ya no tiene cerebro que dirija sus movimientos. Lo que dirige los actos del pollo es el cerebro pequeño, el sistema nervioso autónomo. El dinosaurio tenía un enorme cuerpo y una cabeza pequeña con un cerebro minúsculo. Su cerebro era demasiado pequeño para encargarse de todas las funciones de ese cuerpo tan grande. En lugar del cerebro, era su sistema nervioso el que dirigía muchos de sus movimientos corporales.
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Lo mismo ocurre a las personas. Realizamos muchos actos involuntariamente: los latidos del corazón, por ejemplo, y la respiración. Podemos controlar conscientemente nuestra respiración, pero la mayor parte del tiempo respiramos sin controlarla. Podernos comenzar a aprender la diagnosis del hará dándonos cuenta de cómo respiramos nosotros y los demás, es decir, dónde tenemos el aire o aliento una vez que lo inspiramos. ¿Lleva el aire inspirado hacia la parte inferior del cuerpo, es decir el estómago y la zona del intestino, o lo deja en la parte superior del pecho?
Cuando se respira profundamente, llevando el aire hacia esa zona de abajo, se nutre y se desarrolla el hará. Cuando el hará se hace más fuerte, uno se siente más relajado, capaz y confiado. Las personas cuya respiración es más superficial, es decir, que dejan el aire en la parte superior del pecho, son más nerviosas, emotivas, inseguras e inciertas.
Numerosos estudios científicos demuestran que esto es una realidad. Las personas que respiran superficialmente no comprenden que el aire o aliento es ki, y que el exceso de ki estimula el centro de energía del corazón. Cuando este centro de energía, llamado chacra del corazón en Oriente, es estimulado en exceso, el cuerpo de la persona pierde el equilibrio, sus emociones se excitan y descontrolan y aumenta la tensión nerviosa.
Comprensiblemente, entonces, a la persona le falta confianza en sí misma, sabiendo que sus energías no son estables. La respiración superficial eleva el centro de gravedad hacia el pecho, donde entonces se excitan las energías. Efectivamente, cuando tenemos el centro emocional inestable, cuesta muy poco hacernos perder el equilibrio o trastornarnos. La propia palabra «trastornar» describe exactamente lo que quiero decir.
Al tomar conciencia de cómo respira uno y de cómo respiran los demás, comenzamos a comprender la fuerza de nuestros harás y nuestras naturalezas psicológicas. Cuando tenemos fuerte el hará, nuestros actos tienen base y permanecemos equilibrados, sea cual sea la confusión o el trastorno que haya a nuestro alrededor.
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