Tim Burton, poco a poco va perdiendo su magia, quizás como resultado a largo plazo de trabajar para Walt Disney. Ojo, que el tipo me sigue pareciendo uno de los directores más genuinos de Hollywood (y sigo disfrutando con los clásicos de Disney), pero la verdad es que desde Sweeney Todd, yo, al menos, he percibido un ligero descenso en el interés que despiertan sus películas, que coincide además con el que despiertan en el gran público (solo había que ver la sala, repleta de padres con sus hijos). ¿Malas? No tanto; pero bien es cierto que no provocan la ilusión como antaño.
El hogar de Miss Peregrine para niños peculiares palia en parte esta realidad. Aunque se sigue moviendo en las mismas aguas que sus últimos retoños (ritmos largos, poca sorpresa, menos sello de su visión gótica de la arquitectura de la película), me resultó entretenida e interesante, aunque fuera solo por ser una mezcla bastarda entre Harry Potter y los X-Men.
Tim Burton vuelve a retomar temas que han caracterizado las mejoras de sus películas: relaciones familiares. En el caso de El hogar de Miss Peregrine para niños peculiares, no obstante, la omnipresente obsesión de las relaciones entre hijo y padre (casi siempre con un trasfondo traumático de por medio, todo sea dicho) deja paso a la del nieto con el abuelo. Un nieto que, cómo no, vive hundido en su papel de pelele escolar, y se encontrará con un mar de salvación al intentar averiguar si su abuelo decía la verdad cuando le hablaba de niños con poderes y de monstruos. Todo regado con una leve carga de autosuperación meritocrática de por medio.
Por suerte, a Tim Burton no se le ha olvidado nunca dirigir, y es precisamente su maestría cinematográfica lo que salva su carrera. En El hogar de Miss Peregrine para niños peculiares ha sabido sacar lo mejor de una Eva Green que parece trasladada directamente de su papel en Penny Dreadful (posesiones demoníacas aparte), aunque en general el plantel de actores y actrices hace muy bien su trabajo, especialmente Asa Butterfield, Ella Purnell y un Samuel L. Jackson que se apunta a todo.
Luego está el guion, que se muestra irregular, con los actos no muy bien calibrados, lo que se torna en una curva ambigua de interés, que logra su pico máximo hacia el final. Es aquí cuando El hogar de Miss Peregrine para niños peculiares es más Tim Burton que nunca, recordando, por su estética y sus movimientos de sombras, a alguna de sus glorias como Sleepy Hollow o La novia cadáver. Los huecos, que son los malos en el imperecedero juego maniqueo, se muestran como unos monstruos salidos de la misma Silent Hill, y su aparición consigue despertarte en una historia en la que la física de los viajes o bloqueos en el tiempo no terminan de explicarse todo lo bien que debieran. No solo los huecos te dibujan una sonrisa -sobre todo al ver cómo los padres que han llevado a sus hijos al cine (y que no se callan) se horrorizan ante un banquete de ojos- sino porque ponen la marca de la casa en el filme.
Una marca que, para ser sinceros, muchos echamos de menos en las últimas obras del californiano.