El mundo está cambiando. La crisis económica mundial ha hecho que los patrones que hasta hace unos años nos parecían sólidos e inamovibles (la propiedad inmobiliaria es una inversión segura, ser funcionario es para toda la vida, la sanidad y la educación son derechos consolidados, cuando llegue a la tercera edad mi pensión estará asegurada…) se tambaleen.
Poco a poco nos vamos adaptando al cambio. Entre otras cosas porque no nos queda otra, aunque ejerzamos nuestro derecho al pataleo (afortundamente) y nos resistamos a perder derechos que tanto ha costado conseguir. El cambio también pasa por rehacer nuestra escala vital y, sobre todo, por tratar de vivir al día, lo cual, indudablemente, tiene su lado positivo.
Y sin embargo en estos tiempos de cambio nos encontramos con que algunos siguen apostando por todo lo contrario. Y, ¿qué hay más opuesto al cambio que la tradición? Mi receta para enfrentarse a tanto cambio es aferrarse a las tradiciones de la realeza (tanto propia como ajena). Ellos, lejos de tanto vaivén económico siguen practicando lo que han hecho durante siglos. El forniciodescontrolado con plebeyas de Harry, el desvío de fondos públicos de Urdangarín o la práctica del noble deporte de la caza mayor por parte de Juan Carlos de Borbón nos ayudan, en tiempos de zozobra, a respirar hondo y a pensar que el mundo, en definitiva, sigue siendo como siempre.