Él lo describió con un simple “siempre vestía de negro”. Y vi como las hordas se apresuraron a crucificarlo. Miré con extrañeza como quien antes lo adoraba, le mostraba el peor de los desprecios. Leí su cuento, claro. Como siempre, gozando de un ritmo delicioso y una pausa y una prosa que te lleva a los rincones que él desea, sin que ni siquiera notes que eres tú el que te mueves. Sí, es literatura. Aunque tenga el renombre que tú nunca tendrás, reconoces esas letras. Lo ves como alguien que respira a través de ellas y se mueve entre las historias como la brisa deslizándose sobre las olas. Lo reconoces; esa pluma es poderosa y si lo desea desgarra. No tenemos memoria. Hace unos meses era nuestro héroe, porque tomó nuestra historia de manera desgarradora y escribió un poema que fotografiaba el vibrar de un México que nos hizo reales por unos días. Cuando fuimos hermanos, amigos, cuando nos quitamos la camisa y no dormimos y lo dejamos todo por rescatar las almas de los escombros, y con los puños en alto rogábamos silenciosos una esperanza de vida. Entonces el hombre escribió un poema que nos cimbró a todos, y subió así a la cúspide literaria del ojo común, más allá de la alcurnia literaria donde ya gozaba de un cómodo nombre y una firma reconocida.
No tenemos memoria y sus admiradores con el corazón roto lo miraban incrédulos. Sus enemigos reales, poderosos y pequeños aprovecharon el “traspiés” del autor para aventarlo a los perros rabiosos. Lo muestran envidioso, con prejuicios sexuales, de clasista, de proteger como Cancerbero la elite literaria en la que él cómodamente habita. Lo acusan de ser el privilegiado que desprecia a aquel menos favorecido por tener acceso a la alta cultura. Lo señalan y rabian sin cesar. Le quitan la clase de no poner ni nombres ni apellidos y de manera sórdida, lo acusan de propagar chismarrajos y ponen nombres, lugares y situaciones, que en el cuento del escritor quedaban como “el que siempre vestía de negro”, lo convierten con chismes en un barato episodio de reality show.
Estaban hartos de esperar. Lo estamos todos, quizás. Pero yo ya no espero, creo, pero los que nos alimentamos de la literatura, o tenemos la necesidad de crearla, somos una especie peligrosa. Todos nos creemos talentosos, y no todos gozamos de la oportunidad o la suerte de entrar a una elite que “controla” el gusto editorial y lo que se aprecia como arte entre las letras. Y cuando un rey muestra debilidad, como las hienas, los más rencorosos se avientan con sus afilados dientes a los puntos vulnerables.
En este alud… leo su denuncia/cuento. Llega a mí desde los ojos llorosos de alguien que antes de eso, lo amaba incondicionalmente. En ese mismo tren de pensamiento, llega la réplica. Burda, enojada, quizás no menos talentosa, pero claramente carente de la sutileza irónica que el escritor utiliza en su original. En esta misiva me entero del chisme, y comprendo un poco más al duelo y encono que ha manchado ambas piezas.
Una fue una columna en un diario nacional, de un escritor reconocido y amado. Otra una carta de respuesta de un opositor y colega en las redes sociales.
Lo único que atino a decir, es que reconozco a la fauna y he tratado de huir de ella toda mi vida.
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